Una leve brisa empieza a disipar la gigantesca nube de polvo provocada por un bombardeo en la ciudad de Darayya, localidad cercana a Damasco, capital de Siria. Los gritos de dolor y los llamados de auxilio son opacados por el ruido de ametralladoras y motores de tanques de guerra.

Tras la cortina de polvo, unos corren esquivando muros caídos, otros toman sus motos para huir y algunos solo intentan saber qué pasa y en medio de ello ayudan a personas aturdidas. “Nadie sabe de dónde vino el ataque. Solo sabemos que es hora de irnos”, decía al reportero de la televisión árabe Al Jazeera, a finales de agosto pasado, un joven que con sangre en el rostro corría desesperado para alejarse de uno de los tantos bombardeos que vive Siria, desde marzo de 2011, cuando protestas callejeras para derrocar al presidente Bashar al Asad se convirtieron en una guerra civil.

Hoy Kinaaz Al Habbal está junto a dos de sus cuatro hijos en el campo de tránsito de Friedland, en la Baja Sajonia (Alemania), a la espera de que se resuelva su pedido de asilo, pero le hacen falta quienes se quedaron en Darayya. Hace tan solo un año la mujer de 70 años vivía en un barrio de esa localidad, el cual fue arrasado por un misil.

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Esta semana, Al Habbal explicaba a la televisión alemana DW que en su país la violencia está tan diseminada que “ya no se sabe quién mata”.

La llamada Primavera Árabe de 2010, en Egipto y Túnez, generó revueltas sociales que concluyeron en poco tiempo con el cambio de sus gobiernos dictatoriales. En Libia, las protestas civiles desataron una corta guerra que acabó con la muerte del dictador Muamar al Gadafi.

El tiempo ha demostrado que pese al cambio de gobiernos, los problemas de fondo siguen, afirma Alejandro Moreano, profesor de Estudios Culturales de la Universidad Andina Simón Bolívar de Ecuador. La razón: no se han alcanzado gobiernos de unidad, sino que grupos políticos y religiosos buscan, dice, “festinarse” el poder.

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En Siria, la guerra civil en un inicio enfrentó a tropas militares del gobierno autodenominado socialista del presidente Al Asad con grupos rebeldes que rechazaban la permanencia en el poder, desde 1970, de la familia Al Asad, la represión de manifestaciones, la corrupción, las reformas sin cumplirse...

La crisis se profundizó a finales de 2013, cuando apareció el grupo extremista Estado Islámico (EI), con el fin de instalar por la fuerza un califato (gobierno) islámico totalitario. El territorio sirio quedaba dividido.

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El EI se apoderó de una buena parte del noreste sirio, frontera con Irak; la capital Damasco y otras ciudades del centro y suroeste, son controladas por Al Asad. Varias ciudades del noroeste son manejadas por grupos armados opositores de diverso tipo; y en ciertas zonas del norte, frontera con Turquía, están los combatientes kurdos.

A este panorama se suma la lucha de potencias. Rusia junto a Irán apoyan de forma armada a Al Asad, mientras que Estados Unidos y la Unión Europea (UE) piden su salida y respaldan a grupos de oposición.

Esta multiplicidad de intereses, dice Salam, un sirio de 38 años que vive en Ecuador desde hace más de 20, hace difícil superar, a corto plazo, este conflicto. El Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur) determinó que la guerra ya ha provocado el desplazamiento interno de la tercera parte de los casi 22 millones de habitantes de Siria, que más de 4 millones hayan huido fuera del país y más de 300.000 hayan muerto.

Entre los que huyeron está Ahmed Habush quien vio como un joven que conocía lo despedazó una granada, en Hassakeh, zona controlada por el EI.

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Desde un campo de refugio turco donde está junto a sus cuatro hijos y esposa, en junio pasado, Habush describía con llanto ese hecho a la cadena de noticias Abkhazian. El hombre de 42 años decidió abandonar su tienda de víveres en 2014 debido al temor a las masacres y también porque su negocio no tenía qué vender, ni quién compre.

“En mi familia somos cristianos y hasta antes de la guerra vivíamos como hermanos con suníes y chiitas (dos facciones del islamismo). Ahora no hay esa tolerancia”, indicaba Habush a la cadena de noticias.

La experta en temas de Medio Oriente de la Universidad Autónoma de México, Yizbeleni Gallardo, en medio de los millones de desplazados que deja esta guerra, califica como verdaderos refugiados a cristianos y chiitas, pues, dice, el EI los está “masacrando” para acabar con sus formas religiosas e imponer una práctica severa del islam.

Cristianos y chiitas son minorías en Siria (donde más del 70% son suníes), pero, según Gallardo, estos son la cuarta parte de los desplazados que están en campos de refugio cercanos.

El 95% de refugiados sirios hasta agosto de 2015, según Acnur, ha sido asumido por Turquía (50%), Líbano (30%) y Jordania (15%). El 51% de ellos son menores de edad.

Mientras Turquía desde el inicio del conflicto sirio ha desembolsado más de 6.000 millones de dólares para atender a los refugiados, en estados como los del golfo Pérsico (Arabia Saudita, Kuwait...) no hablan de un número a recibir. La UE, esta semana, aprobó la repartición obligatoria, en dos años, de 120.000 refugiados entre sus 28 países miembros.

Para el catedrático de Asuntos Internacionales de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, sede Ecuador, Raúl Salgado, estos países ricos de Medio Oriente tratan, al igual que EE.UU. y otros de Europa, de que problemas como el de Siria se queden en sus lugares de origen y no lleguen a sus territorios. Sin embargo, la huida hacia Europa, por ejemplo, es inevitable sobretodo para quienes tienen mayor capacidad económica, cuenta Yaudat Brahim, miembro del Club Sirio-Libanés de Buenos Aires (Argentina), país donde viven cerca de 3 millones de sirios, entre migrantes y descendientes.

Vía telefónica, Brahim explica que quienes no cuentan con recursos están confinados a huir al interior de Siria; los que alcanzan a conseguir algo de dinero viajan hacia campos de refugio en países vecinos; y quienes tienen una mayor capacidad económica pagan los altos costos de traficantes de personas para ir a Europa. La Agencia Europea de Fronteras estima que el 51% de las más de 500.000 personas que han ingresado a la UE en lo que va del 2015 llegan de Siria.

Llegar a América es más costoso, apunta Brahim. Una familia siria de cuatro para llegar a Argentina necesita más de $10.000 y que un ciudadano les garantice vivienda y trabajo.

En los últimos dos años han llegado a Argentina 200 sirios y Brahim los describe como profesionales de ramas técnicas que se han ubicado en empresas privadas, que viven en barrios de clase media sin meterse en problemas con nadie. (I)

Solo se hace visible la migración siria para crear en la humanidad entera la idea de que una nueva intervención sería un hecho humanitario”.A. Moreano, Profesor U. Andina