‘Antes de comprarte una moto, te doy una pistola cargada, tu podrás comprarte ese vehículo con tu propio dinero cuando trabajes’, esa fue la respuesta de mi padre cuando a los 14 años le conté sobre mi pasión por las motocicletas y mi interés por tener una”, cuenta Marcos Noriega, residente de Vista Sol.

“Siempre tuve ese instinto por buscar la libertad, la aventura, me llamaba la atención tener carro, pero manejar una moto era como llegar a la cúspide”, confiesa este hombre de 45 años.

Sin que nadie le haya enseñado a manejarla, todas las noches tomaba sin permiso una Yamaha 175 de un primo y se lanzaba a la aventura por las calles oscuras, así comenzó a adquirir experiencia.

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Su primera moto, una Honda NSR, se la compró a los 23 años, con los ahorros de su trabajo, esta era una de carreras. “Llegué a mi casa y cuando mi papá la vio me botó, pero al día siguiente cuando estaba a punto de irme habló conmigo y me contó que a él le pasó lo mismo, sus padres no lo dejaron tener moto por el miedo a que tuviera algún accidente o no volviera más, y que ahora ese miedo lo estaba sintiendo él, pero yo le prometí ser responsable”.

Luego de tres meses, un día andando en moto en la avenida Víctor E. Estrada, Urdesa, un hombre que iba junto a él en un carro le aceleró, como incitándolo a hacer una carrera, Marcos aceptó. Él cuenta que justo cuando se cambió la luz de rojo a verde, salió disparado, sin ver que en la siguiente calle había un bus parado cogiendo pasajeros, frenó a raya, terminando con la moto acostada en el pavimento, debajo del bus, por suerte no le pasó nada. A raíz de este incidente él mismo decidió venderla.

“A mí en realidad me gustan más las motos de paseo, y a raíz de esta experiencia me di cuenta de que eso era lo que quería”. Compró su primera moto Harley Davidson a los 25 años y actualmente tiene tres.

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Con sus gafas oscuras y como fondo la canción You Shook Me All Night Long, de AC/DC, apoyado en su moto Harley, Ultra Classic del 2008, él cuenta cómo fundó Guayaquil Rider Club en 1997, uno de los primeros clubes de motociclistas de Guayaquil.

“Al principio rodábamos cada cual por su lado, y con un amigo puertorriqueño nos encontramos en un semáforo, yo le pregunté que por dónde rodaba y él me dijo que por Urdesa central, entonces fui a ver mi moto y me encontré con él. Desde ese momento ambos decidimos ver a quienes rodaban en la calle como nosotros y no tenían agrupación y los comenzamos a invitar. Al cabo de un año ya había 20 motos”, cuenta Marcos, presidente del club.

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El club se mantiene hasta ahora con más de 120 motociclistas solo de Guayaquil. Del mismo grupo han salido diferentes concentraciones de motociclistas que se han vuelto a agrupar de acuerdo al sector en el que viven, así hay en Puerto Azul, Los Ceibos y Samborondón.

Ese look rudo del motociclista, con chompas, guantes y botas de gran tamaño de cuero, algunos con cadenas en los bolsillos, pañuelos amarrados a la cabeza, música a todo volumen y la seriedad con la que conducen, los hace ver como personas duras, pero es solo de apariencia, en la realidad es gente muy sociable, alegre y fraterna, abierta a conocer y conversar con todas las personas que se encuentren a su paso.

Es por esta razón que se ha conformado una comunidad de amigos harlistas, fanáticos de las tuercas, ruedas y motores ruidosos. “El motociclista se saluda con un abrazo y un apretón de manos diferente, y esto se cumple en todo el mundo, el motociclista es así, cálido, generoso”, dice Maros.

Con un pañuelo negro amarrado a la cabeza y gafas y traje del mismo color se aproxima por la calle Vicente Arroba Ditto. Se lo puede identificar a kilómetros por el sonido fuerte de arranque de su moto Ultra Classic del 2009, que lo caracteriza.

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Cuenta que su padre, también fanático de las motos, le regaló la primera, una Suzuki 50, a los 7 años y él mismo le enseñó a manejarla.

“Al principio no manejaba en la ciudad, era muy pequeño, pero ya a los 16 años comencé a tener más libertad”, manifiesta.

A esta edad su padre le regaló otra moto, una Gilera 200 italiana, con la que asegura disfrutaba del contacto con el viento que lo hacía sentir una libertad absoluta, además la velocidad que le subía la adrenalina. Ahora conduce de una manera más moderada.

Para este residente de Laguna Dorada, una de las cosas más importantes en un motociclista es la indumentaria.

Ellos protegen el pecho y brazos con un kevlar de cuero con láminas de acero para las caídas, las chompas tienen protección por dentro, en los codos y hombros, con cauchos que amortiguan los golpes y el casco es especial, es un ejemplar DTO aprobado por normas internacionales de seguridad en Estados Unidos, que resiste impactos fuertes. “El equipo es mucho más costoso que el mantenimiento de la moto, porque cuando es nueva no da ninguna molestia, solo las revisiones anuales, en cambio el equipo puede llegar a costar unos $ 4.000, pero uno lo va comprando poco a poco”, explica Vicente Arroba, presidente de Radio Sucre.

Él pertenece al club desde hace 30 años. Cuando maneja disfruta de la salsa, jazz, balada, boleros, entre otros géneros variados. Comparte su hobbie con su esposa, sus hijos adultos: Gabriel y Andrés, y sus nietos, a los que saca a ‘dar una vuelta’.

“La moto es un vehículo exageradamente delicado y uno para conducirlo debe tener un alto grado de responsabilidad y cuidado, porque prácticamente la persona va sentada sobre dos llantas y nada más”, enfatiza.

Con la familia
Parada en el asiento, con los brazos estirados y una sonrisa de oreja a oreja, Aileen, de 8 años, disfruta del viento que roza las mejillas mientras su padre, Boris Andrade, le da una vuelta en su moto Heritage Softail Classic del 2006.

Con chalecos de cuero, ella y su hermana menor, Brianna, de 6 años, son los copilotos en los recorridos en moto de su padre, un cuencano de 44 años que reside en la urbanización Entre Lagos y llegó a Guayaquil en 1993.

“En Cuenca todo el mundo tiene pasión por las motos, me crié en medio de amigos con motos y entonces cuando tenía 8 años mi mamá me compró mi primera moto, una Yamaha DT 100, color rojo”, cuenta emocionado. Él era el único niño que iba a la escuela en moto.

Desde ese momento no paró de andar en motos, ahora tiene tres carros y dos de estos ejemplares, y siempre ha preferido usar los de dos ruedas. Va al trabajo en moto porque no le gusta el tráfico y porque disfruta la rapidez que tienen: “He llegado a conducir hasta a 220 km/h, en carretera”, confiesa.

Su esposa disfruta mucho de los paseos con él en su moto, tanto que ahora quiere aprender a conducir, al igual que sus dos hijas mayores. “Las motos no son seguras, se debe andar con cuidado, por lo que es importante la experiencia, eso me hace dudar de comprárselas a mis hijas, pero si me insisten sí lo voy a hacer y les voy a enseñar”, asegura.

Sin duda en el caso de la familia Haz, la fascinación por los ejemplares con llantas, tanto carros como motos, está en la sangre.

Antonio Haz Villagrán, de 48 años, residente de la urbanización La Laguna, anda en moto desde los 11 años, apoyado por su padre, también fanático del mundo de las tuercas y motores.

Su primera moto fue una Yamaha 80 de color rojo. Él recuerda que cuando se la dieron, la condujo sin problema, de manera innata, “yo aprendí viendo a mi papá, esa fue mi mejor escuela”.

Ha tenido unas 10 motos y actualmente maneja una Ultra Classic Limited del 2014.

Para él es muy grato poder compartir su hobbie con sus hijos varones, desde el más grande hasta el más chiquito.

Antonio, el de 25 años, maneja una Softail Custom del 2009. Con él participa en los diferentes paseos y recorridos que organiza la comunidad de motociclistas a diferentes partes, así como viajes que organiza por su cuenta. “Te sientes libre porque vas rápido, el viento te da en la cara”, dice Antonio Haz Decker. Él conduce entre 120 y 100 km/h. Se ha ido a Salinas, pero en la ciudad solo recorre Samborondón porque le da temor los robos de piezas o del vehículo en general.

Otro de sus hijos, Eduardo, de 12 años, ya maneja un carro a gasolina. “Le enseñé a manejar desde los 5 años porque es muy tranquilo, metódico y responsable, entonces por eso se lo permití”, dice su padre, Antonio H. Villagrán. El más pequeño, Xavier, de 5 años, tiene un carro a batería. Ambos acompañan a su padre en la moto como copilotos, usando cascos, camisetas de la marca Harley y hasta pañuelos amarrados al cuello, lo que muestra que tienen gustos similares al padre. “Yo les digo vamos a andar en moto y corren a vestirse”, dice este padre orgulloso de sus hijos.

Él fue el maestro de conducción de su hermano, Juan Pablo Haz, quien solo con ver a Antonio y a su padre andar en moto, aprendió a hacerlo solo.

Tiene 36 años y es residente de la urbanización El Álamo. Tuvo su primera moto a los 15 años y ahora conduce una Street Glide del 2007. Le gusta viajar en grupo, disfrutando de un ambiente divertido y de camaradería y tiene un hijo de 13 años, que ya conduce un carro arenero y un cuadrón.

Entre amigos
La muerte de su primo, Carlos Garay, por un accidente en moto, hizo que Gustavo Salcedo perdiera el interés por el motociclismo.

Tiene 67 años, es residente de la ciudadela Entre Ríos, y gracias al apoyo de su amigo, Mauro Toscanini, rector de la Universidad Católica, pudo retomar este hobbie desde hace 15 años. Mauro tenía 18 años en ese momento y se conocieron como estudiantes en la Universidad Estatal.

“Siempre me gustaron las motos, desde peladito, mi primera moto la tuve a los 11 años, me la regaló mi papá”, cuenta con alegría.

Su mirada y su forma de hablar y mover las manos para expresarse denotan esa pasión que tiene por las motocicletas, es algo que no puede disimular, en especial cuando habla de los viajes que ha realizado.

Él ha recorrido gran parte de Sudamérica, Estados Unidos, Colombia, entre otros. Ahora en octubre tiene planeado un viaje por la costa oeste de Estados Unidos, irá a California, San Francisco, San Diego; luego al Gran Cañón, Las Vegas y Los Ángeles.

“Yo prefiero viajar solo porque cuando uno va en grupo o con un compañero tiene que procurar tener gustos similares, sino el viaje se vuelve pesado”, comenta. En el último viaje que realizó en marzo fue a la Patagonia y Bariloche, en Argentina.

Para él, el motociclismo no es un hobbie costoso, “ya que una moto nueva no necesita gastos importantes de mantenimiento solo el cambio respectivo de frenos y llantas, que representan un valor menor a $ 500”, acota. Ha tenido motos Ducati, BMW y actualmente conduce una Harley Ultra Classic del 2011.

Su amigo, Mauro Toscanini, comenzó a los 18 años con su afición por las motos. Él tiene 60 años y reside la urbanización Porto Acqua, en el km 3 de la vía a Samborondón.

Él cuenta que su padre nunca lo dejó andar en moto, pero que a raíz de su primera experiencia con una Suzuki 1.100, que se la dio un amigo como pago de un reloj Rolex que él le vendió, perdió la cabeza por este vehículo de 2 ruedas.

“En la moto uno se desestresa, hay una sensación de libertad, es como estar pegado al pavimento. No es lo mismo que andar en un carro en el que se siente como enlatado, en una moto uno está en contacto con la naturaleza”, expresa. Actualmente, maneja una Harley Ultra Classic del 2012.

A más de ser vecinos, son amigos y miembros de la comunidad Harlista, se trata de Franklin Medina, de 49 años, y Jorge Mayorga, de 37, residentes de Plaza Real (km 1,5), amantes de la velocidad.

Franklin conduce una Ultra Classic de 1999 y Jorge una Street Glide del 2006.

Mientras conversan sentados de manera informal en sus motos, se hacen bromas y se ríen, mientras Jorge muestra la foto de su hijo pequeño limpiando su moto de batería.

Todos los años estos motociclistas realizan el biker weekend, que es un viaje que parte desde el parque de Urdesa central, que está al inicio de la avenida Víctor E. Estrada, hasta Salinas. Este año será del 23 al 25 de octubre e incluye a esposas e hijos.

Ellos, de manera independiente, realizan actividades de ayuda social como visitar a niños con discapacidades físicas, a los hijos de las reclusas de los centros de rehabilitación social de mujeres, entre otros. (I)

Dato
El costo de estos modelos de motos de la marca Harley Davidson oscila entre $ 20.000 y $ 100.000, aproximadamente