José Murillo Acosta teje historias y redes. En Samborondón donde nació hace 76 años, él teje atarrayas y bajíos para pescar camarones y peces. Lo hace en el soportal de su casa, en el Malecón entre El Oro y Los Ríos, a vista de los parroquianos que hacen sus compras.

Aprendió a tejer por su padre, que era pescador cuando los ríos estaban poblados por lagartos. Su papá pescaba a orillas de la hacienda González Rubio, al frente de Samborondón. Afirma que los pescadores se sumergían para clavar palancas de mangle a las que iban amarradas las atarrayas. Algunos buzos se quedaban abajo de dos a tres minutos colocando los paños -atarrayas-.

“Tenían buenos pulmones, buenos resuellos como llamábamos nosotros. De noche tapaban los esteros, por la mañana iban a recoger el pescado. Llenaban las canoas con bocachicos, bagres, corvinas, dicas, robalos, todos grandes; también caían canatudos y cazones, que eran inmensos”, evoca, así como el sabor de los preparados con esos pescados.

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“¡Riquísimos!, como la cazuela de bagre, el sabroso sancocho...”, cuenta como si volviera a deleitarse con esa comida.

Dice que de niño él bogaba –remaba– la canoa mientras su padre pescaba. A los 11 años aprendió a tejer la atarraya. De muchacho, su padre le encargaba llevar la pesca a Guayaquil. No había puente sobre el río Guayas, ni carreteras. Samborondón era un pueblo aislado.

Él, con la carga de pescados grandes, viajaba en lancha, de dos a cinco, según la marea. El pescado lo entregaba en el antiguo muelle 4 donde funcionaba el mercado mayorista de mariscos y pescados, más conocido como La Balsa Amarilla.

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Aunque hay tejedores que trabajan con la tradicional agujeta de caña guadúa, él, padre de tres hijos, construye las suyas con sobrantes de aluminio. Teje atarrayas de 2 a 3 metros para sus clientes, que son pescadores o intermediarios.

Señala que a la atarraya se le colocan de 10 a 16 libras de plomo porque mientras el río más correntoso es, lleva más peso.

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Hay diversos tipos de nudos para tejer, él emplea el conocido como el abrazo del mico. Asegura que para tejer solamente hay que tener habilidad en las manos y buena vista.

Murillo, además, teje bajíos que cuestan $ 12. Antes para hacerle el marco se empleaba una rama de bejuco, que recogían en el cerro Samborondón. Ahora él emplea agujetas de aluminio. También teje hamacas grandes y pequeñas.

En tono de leyenda, cuenta que hoy nadie va a ese cerro a recoger ramas de bejuco porque creen que el cerro está vivo, encantado y el que entra, se pierde en él. Es Murillo, tejedor de historias y redes. (I)

Tengo amigos del campo que los fines de semana vienen a ver mis atarrayas y como son gente honrada se las llevan pagando la mitad, y después de dos o tres semanas traen el resto”.José Murillo Tejedor de redes