Cuando William Álvarez Farías, cabo segundo de Policía, decidió notificar a esa institución que había encontrado un saco con casi 60 mil dólares fuera de su casa, no pensó que aquello le representaría recibir una condecoración del Gobierno durante la sesión popular del 25 de julio, con la que se conmemoraron los 480 años del proceso fundacional de la ciudad.

“Yo lo hice sin ningún fin, no pensando a futuro qué pasará, qué no pasará. Yo lo hice porque ya nace, mis padres me criaron desde muy pequeño de esa manera, de no coger lo ajeno”, comenta el policía con trece años de servicio, que pertenece a la Unidad de Mantenimiento del Orden (UMO).

Y esa misma enseñanza, dice, la transmite a diario a sus hijas, de 21 y 15 años, y a su hijo menor, de 11.

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Álvarez, nacido hace 39 años en el hospital Abel Gilbert Pontón, en el suburbio de la urbe, recuerda que vio en la Policía Nacional la oportunidad de conseguir un trabajo estable, pues antes de ingresar a la institución tuvo muchos empleos eventuales.

En una empresa local, durante dos años, fue operario de las máquinas en las que se hacían productos de chocolatería.

“En ese tiempo había las tercerizadoras. Yo cada seis meses renovaba (contrato) y al año nos botaban”, recuerda.

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Su último empleo fue en una compañía dedicada a la fabricación de envases de lata, donde cumplió un año.

Álvarez, oyente de la iglesia evangélica hace cinco años, menciona que haber cumplido con la conscripción en 1995, durante la guerra del Cenepa, le sirvió para calificar en la institución del orden público.

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Como miembro de la UMO interviene en eventos masivos como los partidos de fútbol y otras manifestaciones de concurrencia.

“Cuando hay los clásicos entre Barcelona y Emelec es cuando el trabajo se pone más duro, porque hasta uno sale golpeado por la gente”, asegura, y agrega que es una de las jornadas más difíciles de resguardar en la urbe porteña.

El uniformado dice que trabajó desde pequeño para ayudar a sus padres, con quienes vivió en la 20 y Chambers. Ahora, junto con su esposa, Patricia Rivera, quien lo acompañó el día de la condecoración, vive en Las Malvinas.

A los 8 años, relata, vendía pan en canastas, también fue voceador de periódicos. Aquello lo enorgullece, pues era una manera de hacerse responsable. Hoy espera las capacitaciones en el exterior que le ofrecieron sus superiores de la Policía, como un premio a su gesto de honradez. (I)

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