Sus ojos se iluminan y en su rostro se dibuja una gran sonrisa cuando empieza a contar sus anécdotas de los 42 años que tiene como docente.

Confiesa que al principio no le atraía la idea de ser maestro, pero poco a poco la preparación que recibió y el estímulo permanente de su padre despertaron su vocación.

Se trata de Juan Peñafiel, un hombre alegre y sencillo, uno de los maestros fundadores del colegio IPAC, que el pasado 10 de junio celebró su vigésimo aniversario y por lo que se tiene preparado un homenaje a finales de agosto.

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Mister Juanito, como lo llaman sus alumnos de Segundo de Bachillerato, comenzó a trabajar en esta institución cuando se inauguró la parte de la secundaria, en 1995, en el sector de La Puntilla, en el km 1,5, donde permanece hasta ahora. La primaria ya había sido trasladada de la Kennedy al sector, en 1985, por lo que solo los cambios de los cursos superiores sucedieron ante sus ojos.

“Aunque se veía el potencial que tendría esta zona, el colegio se estableció cuando no había nada, todo era campo, se veían culebras, había agua empozada y puros arrozales, pero me llamó la atención adquirir experiencia en un colegio particular, de élite”, cuenta.

Él se graduó de bachiller normalista en el Normal Leonidas García, lugar en el que se formaban los docentes en esa época.

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Ya a los 18 años comenzó con su primer trabajo como docente de Sociales en la escuela San Luis Rey de Francia, y estudiaba paralelamente Historia y Geografía en la facultad de Filosofía en la U. Estatal.

Allí conoció a su esposa, Jenny Acevedo, docente, quien también estudiaba Filosofía, y con quien tiene 38 años de matrimonio.

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Cursando el cuarto año universitario se casó con Jenny y al año siguiente nació su primera hija, quien lleva el nombre de su madre y le ha dado dos nietos que son su fuente de inspiración.

Ya graduado como Licenciado en Historia y Geografía, dejó de trabajar en la escuela y comenzó a adquirir experiencia como maestro fiscal del colegio José María Egas.

Al año siguiente del nacimiento de su hija, vivió un hecho doloroso, su segundo hijo murió en el vientre de su esposa, justo al momento en el que ya iba a nacer. “Fue muy duro, en especial para mi esposa que se sentía responsable, pero yo siempre he sido un hombre paciente que busca siempre resolver los problemas dialogando, y poco a poco lo fuimos superando”, cuenta.

Luego de 3 años nació su último hijo, Javier, quien tiene un retraso mental leve como resultado de una falla en el cromosoma 23.

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Con el afán de rehabilitarlo, Juan decidió viajar a España, en donde vivía su cuñada que es psiquiatra, para que ella lo ayudara con su proceso de desarrollo. “En esa época aquí no habían colegios ni centros para personas especiales, así que buscamos afuera la mejor alternativa”.

Su esposa e hija permanecieron en Guayaquil y durante dos años y medio estuvieron separados. “Creo que esa fue la parte más difícil para mí, haber tenido que separarme de ellas”.

La familia vivía con el sueldo del trabajo de Jenny y el de Juan, que pudo viajar a España con licencia en el colegio donde laboraba.

Cuando regresó continuó con su trabajo en horario nocturno en el colegio fiscal, y gracias a una amiga, aplicó en el IPAC, donde fue contratado de inmediato.

“Necesitaba tener dos trabajos porque en mi hijo se nos iba mucho dinero, necesitaba un médico general, terapeuta de lenguaje y rehabilitadora física, además de una alimentación especial y medicinas”, explica.

Desde hace 10 años Javier, quien ya tiene 31 años, lleva una vida normal y trabaja como empacador en Supermaxi.

En el IPAC
Juan se siente muy orgulloso de los avances que ha tenido el colegio y privilegiado por haberlos podido vivir. Él ha graduado a las 15 promociones que han salido del colegio, vio paso a paso como avanzó la construcción del área de secundaria y cómo han cambiado los uniformes.

Javiera Rivas, estudiante de segundo de bachillerato, resalta la paciencia y la forma tan cariñosa que tiene de tratarlos. “Mister Juanito siempre sabe como hablarnos, nos escucha y se gana nuestra confianza para poderlo considerar como un amigo”, dice Doménica Herrera, otra alumna de segundo de bachillerato.

Él asegura que aunque Historia es considerada como una materia pesada, él se vale de videos, fotos, y conversatorios para que no sea aburrida sino interactiva y a sus 60 años mantiene su método de enseñanza y cercanía con los jóvenes.

Le gusta viajar a pueblitos cercanos y comer pescado frito con patacones, sin cubiertos. (I)

Dicen de él Es muy creativo para darnos clases, es paciente, nos escucha. A más de ser mi profesor, es mi amigo porque se ha ganado mi confianza y cariño”.Isaac Arancibia Alumno del IPAC