"No es agradable que conozcan el nombre de tu pueblo porque allí se estrellara un avión, pero ahora somos muy famosos", relata Albert, que atiende el mostrador del único bar de Le Vernet, de poco más de cien habitantes.

En el pequeño establecimiento, que estos días sirve de lugar de cita de cientos de turistas que acuden a esta región alpina a practicar senderismo y otros deportes, el accidente del avión de Germanwings, con 150 personas a bordo, está muy presente casi cuatro meses después.

"No pasan dos días sin que alguna familia se acerque hasta la estela", agrega el cantinero. Se refiere al modesto monumento funerario, una pequeña placa situada a la salida del pueblo, frente al sendero que lleva al lugar donde tuvo lugar el choque.

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Ramos de flores, objetos, fotos,... los familiares acuden a recordar a sus seres queridos, víctimas de la locura suicida del copiloto, Andreas Lubitz, al que la investigación apunta como causante voluntario del drama.

Además de junto a la estela, los habitantes de Le Vernet guardan los objetos depositados en una cámara funeraria improvisada en un local municipal.

"A los familiares tratamos de darles lo que nos piden, aunque la mayoría apenas está un rato ante la estela y se marcha", indica Pierre, que apura su cigarrillo desde la puerta del bar, y que encadena una queja: "Lo que ya no soportamos es tanta ceremonia oficial, qué pintan aquí los políticos? Todo el mundo viene a ponerse medallas".

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En Le Vernet no ha sentado bien la forma en que se ha programado el acto en el que el próximo viernes se va a dar sepultura en el cementerio del pueblo a los restos humanos no identificados recuperados en el lugar de la tragedia.

"Nos han pedido que no salgamos de casa. ¿Qué es esto? ¿Una dictadura? Estoy seguro que los familiares hubieran preferido ver un pueblo vivo y animado y no un sepulcro", señala el sexagenario.

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Como otros vecinos del pueblo, Pierre se huele que tanta medida de seguridad es "porque va a venir algún pez gordo", aunque protesta porque "aquí somos los últimos en enterarnos de todo".

Mireille pasa rápido por el bar y afirma que "han secuestrado un poco el pueblo, pero bueno, es cierto que no todos los días se cae un avión".

"Esto nos va a marcar durante mucho tiempo. Yo sigo pensando en los familiares", agrega.

El alcalde del pueblo, Franois Balique, entiende el malestar, pero asegura que "es la Prefectura -delegación del Gobierno- quien organiza" y que hay que asumirlo: "La seguridad y el bienestar de las familias es lo primero".

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La del viernes será una ceremonia interreligiosa, por respeto a todas las nacionalidades y religiones.

"Hace unos días enterraron a una víctima iraní, porque en su país la costumbre dice que una persona debe ser enterrada en el lugar donde ha muerto", dice Albert.

Seyne-les-Alpes, a unos diez kilómetros de Le Vernet, es el pueblo que acogió el centro de operaciones de rescate en los días siguientes a la tragedia y donde en un principio fueron transportados los restos recuperados.

La normalidad ha regresado al prado que durante semanas sirvió de improvisado helipuerto y de base de operaciones de centenares de unidades móviles de las televisiones de medio mundo.

"Pues aunque no lo parezca, ahora, que para nosotros es temporada alta, hay menos actividad que aquellos días", afirma Rose, que sirve las mesas de "Le Forestier", el bar de la plaza del pueblo.

"Este año ha venido menos gente. Te diría que la mayoría que vienen lo hacen para ver la estela. Y no son solo familiares. El otro día vinieron unos holandeses solo para eso. Da miedo, la gente es muy morbosa", agrega.

En el bar se habla del accidente y de la polémica de estos días sobre la indemnización de las víctimas. Germanwings, propiedad de Lufthansa, mantiene un despacho junto a la estela de Le Vernet, donde dos trabajadoras atienden a los familiares que lo precisan.

"No tenemos nada que contar, estamos aquí porque hay que limpiar la zona del accidente", asegura una de ellas, algo temerosa, cuando identifica a un periodista. Tienen la consigna de mantener un perfil bajo. (I)