Aquí se meció mi cuna/ aquí se espigó mi infancia./ A la sombra de estos cerros/ y a la vista de estas aguas. Abel Romeo Castillo (poeta y romancero guayaquileño)

Al igual que otros pregoneros que antaño resultaban muy familiares en cualquier barriada de la ciudad, la presencia del vendedor de chupetes ha mermado muchísimo y hasta resulta desconocida.

Otrora, al chupetero era fácil encontrarlo a la entrada de las escuelas o en cualquier esquina del sector donde vivíamos, pues con mesa, burro de tijeras, ruleta, etcétera, armaba rápidamente su puesto.

Los niños e incluso los mayores del hogar no escapaban de la tentación de saborear los chupetes de varios sabores como rosa, vainilla, etcétera, con forma de cono diminuto, una colación de remate y envuelto en papel blanco(de ‘manteca’).

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Para atraer compradores el chupetero permitía darle una vuelta a la ruleta, cuya pluma era un trozo de película que casi nunca entraba en la abertura que señalaba el gran premio.

Sin embargo, los pequeños clientes nunca faltaban y el bullicio que metían era característico al reclamar ser atendidos por haber llegado primero o porque el giro de la ruleta demoraba en indicar si lograba la esperada recompensa.

Los chupetes, dulce o golosina artesanal que tiene historia en nuestro medio, todavía lo elaboran algunas familias que se aferran a una preparación diaria para que no desaparezca definitivamente.

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En los puestos del Mercado Central y negocios afines a las confiterías todavía se encuentran los tentadores chupetes; de igual manera, en los pocos que se mantienen a la entrada de algunos planteles primarios. (I)