Su vida cambió cuando su esposa enfermó de artritis reumatoide, un mal que no tiene cura en la medicina tradicional. Pero existía una opción y él la tomó: la apiterapia –uso terapéutico del veneno de abeja y sus productos: la miel, el polen, la jalea real y el propóleo.

Eduardo Silva Maridueña, 70 años, quien desde niño vivía en Quito, regresó a Yaguachi, su pueblo natal. Se convirtió en apicultor y después en apiterapeuta para salvar a Ruth Salazar, su esposa.

Me cuenta su historia en Yaguachi –a 300 metros de la carretera está su propiedad conocida como la Finca de las Abejas–, ubicada junto al río, en la vía a Vuelta Larga. Ahí, desde hace 11 años, Silva atiende (de miércoles a domingo de 13:00 a 18:00) enfermedades como artritis, artrosis, ciática, estrés, lumbalgia, migraña, y otras.

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Recuerda que tras una cura para la enfermedad de su esposa, acudieron a clínicas, hospitales y un sinnúmero de médicos. Después de tres años, estaban desesperados, no encontraban solución y la artritis, que es degenerativa, avanzaba dañando dedos y articulaciones.

Hasta que les recomendaron que para curarla vinieran a la Costa por su clima y para hacerla picar de las abejas.

Silva residía en Quito desde su infancia. Estudió en el Colegio Militar Eloy Alfaro. Se gradúo de ingeniero geógrafo en la Escuela Politécnica del Ejército. Realizó estudios en Francia y Argentina. Fue agregado militar en la embajada del Ecuador en Washington.

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Cuando su compañera de vida enfermó era militar en servicio pasivo y su objetivo principal era la salud de ella. Regresó a Yaguachi, la finca de sus padres estaba abandonada. Fue a Marcelino Maridueña donde hay buenos apicultores y se convirtió en uno de ellos.

En su finca empezó a criar y cuidar abejas. Después realizó consultas con aviterapeutas cubanos y realizó cursos de apiterapia en Estados Unidos.

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Afirma que su esposa se curó en cinco meses, dos veces a la semana le aplicaba las picadas de abejas. “Cuando se curó, mis amigos y vecinos que la habían visto antes cómo caminaba, se asombraron y empezaron a venir para que les pique”.

En ciertos tipos de enfermedades a más de las picadas de las abejas, el paciente debe consumir los productos de la colmena: miel, polen, propóleo, jalea real. Una de esas recetas para aumentar las defensas orgánicas es el apicoctel.

Antes del tratamiento al paciente se realiza una prueba para descubrir si es o no alérgico a la picadura. Como la picadura es un tanto dolorosa, se acentúa con compresas de hielo aplicadas en el sitio donde se va a picar.

Después el organismo se adapta. “Ese es el sistema y ¿qué tiempo se demora una artritis reumatoide a una persona de 50 años?, se demora unos tres meses –dice Silva–. Viniendo una vez por semana, pero debe tomar productos de la colmena.

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Recuerda que para ser apicultor se demoró un año. Más difícil fue convertirse en apiterapeuta y hay muy pocos en Ecuador y viven en el campo con sus abejas.

La artritis reumatoide es una enfermedad difícil. Silva asegura que en la naturaleza sí hay cura. ¿Qué siente cuando sus pacientes están aliviados?, pregunto cuando ya lo espera su paciente, un joven deportista.

“La más grande felicidad que tenemos los apiterapeutas es cuando un paciente nos llama y dice: Ya hoy día no me dolió. Ese detalle es el más grande reconocimiento”, dice. (I)

La artritis reumatoide es difícil. Les quita la fe a las personas, ya no quieren luchar porque ven que no hay cura pero aquí le evitamos eso, le damos esperanza”. Eduardo Silva apiterapeuta