Ella vestía un traje blanco y él, un sobrio terno gris. Esbozaban una sonrisa detrás de la mesa decorada con flores blancas y una gran torta con el número 50 en el centro.

La fotografía de las bodas de oro de Guillermo Morales y Julia Vargas, celebradas hace catorce años, estaba ayer en medio de los féretros de ambos, en la sala 3 de velación de la Junta de Beneficencia de Guayaquil.

Dejaron de existir la misma mañana del lunes 25, con tres horas de diferencia, en ciudades distintas, pero en sitios comunes: las casas de sus hijos. Guillermo en Guayaquil, a las 08:00; y Julia, a las 11:00, en Quito, sin conocer que su compañero, con el que compartió 64 años, había muerto.

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El exentrenador de nadadores, conocido como el Viejo Morales, padecía de una dolencia renal que se agudizó en los últimos meses. Vivía en el sur y estaba al cuidado de Luis y Ana María, dos de sus tres hijos.

Desde noviembre pasado, su esposa, que tenía demencia senil, había sido trasladada a Quito para estar con Jorge, otro hijo. Era la primera vez que ellos se alejaban por largo tiempo, por enfermedad.

Mónica Peña, nuera de Guillermo, cuenta que su suegra de 84 años comenzó a decaer el martes pasado. Entró en ‘un sueño profundo’. Un día después, Guillermo, de 87 años, sufrió un quebranto del que no pudo recuperarse.

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Es como si ellos lo hubiesen querido así, irse juntos, comentan sus allegados. En vida compartieron todo, en especial esa pasión por la natación, que inculcaron a sus hijos. Luis recuerda que su madre siempre respaldó la carrera de su padre, a tal punto que ellos mantuvieron una academia hasta finales de los 80. “A ella le gustaba nadar”, dice.

Tenían una relación cariñosa, gustaban agarrarse de las manos cuando salían a pasear.

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Criado en el sector de las Cinco Esquinas y amante del Emelec, Guillermo se inició como nadador en 1948 y formó parte de la delegación del Campeonato Grancolombiano de 1954. Su hijo mayor, Enrique, siguió sus pasos profesionales, pero murió joven en un accidente.

A su retiro, en 1958, se dedicó a la preparación de nuevos nadadores, de seleccionados que compitieron en panamericanos y sudamericanos. Muchos de esos pupilos pasaron ayer frente a su ataúd, como Jorge Delgado, quien cumplió un rol destacado en los Juegos Olímpicos de Múnich y de Montreal.

“Él fue como mi segundo padre. Lo conocí a los 9 años, siempre era una persona que estaba pendiente, era jovial y jocoso”, recuerda Delgado.

Sus últimos años como entrenador los desempeñó en el Guayaquil Tenis Club. Allí estuvo hasta el 2005, cuando un glaucoma le hizo perder la visión, pero no las ganas de seguir nadando.

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Eduardo Zuleta, extenista que conoció a Guillermo, expresa que el Viejo fue un descubridor de talentos. “El alumno se lanzaba al agua y él decía: este puede ser campeón”.

Guillermo y Julia se reencontraron el lunes en la sala de velación y ayer fueron sepultados, en bóvedas juntas. (I)

Testimonio.

‘Por lo menos una calle debería llevar su nombre’, dice Jorge Delgado.
“Guillermo Morales deja un buen legado, no solo en nadadores competitivos, sino en los jóvenes que enseñó a nadar. De alguna manera influyó en que sean hombres de bien, profesionales muchos de ellos. Lo mínimo que se puede hacer es que una calle de Guayaquil lleve su nombre, él fue una persona que dio mucho a cambio de nada”.