Por Jorge Martillo Monserrate

Esta historia tiene sabor. Después de trabajar mucho tiempo haciendo rosquitas en panaderías de otros, hace un año, Segundo Bastidas Zambrano, samborondeño de 76 años, decidió enseñar el oficio a sus cuatro nietos y poner su propio negocio. Así nació la panadería La Auténtica Rosquita Samborondeña de don Bastidas.

La panadería funciona en una habitación con dos hornos de gas y un gran mesón donde preparan la masa con harina, manteca de chancho, levadura, agua y azúcar. Ahí reina el calor de los hornos y las manos diestras que transforman una porción de masa en una tirita que trenzan y dan la forma circular de una rosquita, que luego colocan en la bandeja metálica que va al horno.

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Don Bastidas es un hombre sabio, menudo y aparentemente frágil. A sus 14 años aprendió el oficio en la panadería de Benito Ortega. Después por casi 50 años trabajó en la panadería Central de la familia Barroso. Si no había trabajo, ayudaba a su hermano a sembrar arroz.

Evoca el Samborondón de su juventud. Un pueblo de calles de piedras que en épocas de lluvias se inundaban y la población para poder transitar por ellas construía puentes con palo de balsa y caña. Las casas eran de madera y las más humildes de caña con techo de zinc, aunque algunos preferían el bijao porque era una hoja fresca. La gente trabajaba en la agricultura, la pesca, la alfarería y la carpintería naval.

En el Samborondón de hoy, a la seis de la mañana, la gente empieza a buscar las rosquitas para el desayuno. Por eso los panaderos reservan una ración para los clientes mañaneros. Las roscas del día salen del horno calientitas a las 12:00.

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“La rosquita la consume con cualquier comida”, expresa don Bastidas y enumera el café negro o leche caliente, el encebollado, guatita, jugo. “Un aguado de gallina con rosquita, olvídese, la rosca va con todo”, afirma y ríe como un muchacho.

Don Bastidas reunió a sus nietos Fabricio, Marlon y Wilman Soriano Bastidas y Ricardo Sánchez Bastidas, y les propuso crear una panadería propia que solo ofreciera roscas. Reunieron un pequeño capital y compraron implementos y un par de hornos. Por su delicioso sabor, las rosquitas son un éxito.

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Don Bastidas espera que ellos logren superar su receta. “He mejorado la calidad de la rosca, algo que no podía hacer en la otra panadería porque solo era un empleado. Yo utilizo un ingrediente que mejora el sabor, cada negocio tiene su secreto”, dice el menudo hombre.

Fabricio, el mayor de los nietos, comenta con orgullo: “El abuelo nos incentivó a que aprendamos su oficio porque él algún día no podría estar y nos deja continuar esta tradición”.

Las deliciosas rosquitas se venden en la panadería de los Bastidas, en su domicilio de la ciudadela 15 de Julio y en el Malecón y calle Sucre.

En Samborondón, la rosquita es menú en los velorios. Cuenta don Bastidas que las dos funerarias que hay en Samborondón son sus clientes, ellos les compran de 600 a 1.000 rosquitas. “Aquí todavía existe la costumbre de servir rosquitas en los velorios. A golpe de 10 de la noche las funerarias se encargan de servir café, rosquitas y queso. Ese es el menú de un velorio”, comenta.

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La historia de don Bastidas y sus cuatro nietos tiene sabor a rosquita. (I)

5 centavos
La cifra representa el valor de cada rosquita, la que se vende a partir de 5 unidades.

De muchacho aprendí a prepararla, ya era famosa la rosquita samborondeña. Creo que la hizo famosa el sabor que le da la manteca de chancho y el horno de leña”. Segundo Bastidas, panificador