“Nos ayudamos con mi mami, cualquier cosa entre las dos”, sostiene Argentina Mora, hija de Carmen Burgos, de 75 años, quien hace arreglos en una máquina de coser que, años atrás, le regaló una misionera suiza.

En su casa, en Salitre, su hija empezó hace poco a vender colas, aguas, caramelos. La ganancia la reinvierte o es para los proveedores.

El único ingreso fijo son los $ 50 del bono que recibe Carmen porque hay días y hasta meses en los que tiene nada que coser.

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“Ya, de venta de costuras, no se puede ya ni hablar. Ahora compran, es todo ya confeccionado, entonces ya las modistas, sastres, ya no nosotros casi no conseguimos”. (I)