‘Tener una discapacidad no tiene por qué limitarte’
Alegre, divertida y coqueta, así es Yuliana Matamoros, un mujer de 30 años que vive en la parroquia Tarifa del cantón Samborondón y que desde hace diez años trabaja como costurera en la fábrica D’Bebé, que está en la urb. La Delicia, para sacar adelante a su hijo Cristhian, de 9 años.

Su manera jovial al momento de comunicarse por escrito hace casi imposible de creer que tiene una dificultad para comunicarse, ya que nació con una discapacidad auditiva y lingüística que no le permite captar todos los sonidos ni hablar con rapidez ni fluidez. “Mis padres me explicaron que fue algo congénito, mis dos hermanos también son discapacitados: Verónica, la mayor, además de tener lo mismo que yo, sufre trastornos de conducta, y mi hermano Fabricio tiene mayor dificultad al momento de escuchar y hablar”, cuenta.

Para Yuliana, su discapacidad no ha sido impedimento para alcanzar los objetivos que se propuso. “Mi niñez fue normal, muy bonita, nunca me sentí limitada, siempre he contado con el apoyo de mi familia en todas las cosas que quise hacer, por ejemplo convertirme en costurera”.

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Ella estudió en el colegio 31 de Octubre, donde se graduó de bachiller en Diseño de Modas, profesión a la que se dedica hasta ahora. “Primero ayudé a mi mamá en el taller de costura, luego trabajé en la fábrica D’Bebé, me gusta mi trabajo porque es un espacio donde hago lo que me apasiona”.

Yuliana cuenta que aprendió a leer los labios para entender, principalmente, a su familia. “Yo me comunico con todos sin problema, mi hijo me habla con normalidad y yo leo sus labios”.

Lo más difícil para ella ha sido ser madre soltera. “A pesar de que cuento con la ayuda de mis padres, porque vivo con ellos, he salido adelante, aunque hoy en día es muy difícil mantener un hogar”. Uno de sus sueños es tener su propio taller de costura. “De esta forma podría ayudar a personas que luchan por superarse como yo lo he hecho”.

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A Yuliana le gusta mucho viajar e ir al cine con su hijo. Su comida favorita es la lasaña y la carne asada con arroz y menestra, aunque disfruta de todos los géneros musicales, prefiere la bachata de Romeo Santos.

La mujer que más admira es su madre, Rosa Aguilera. “A pesar de las adversidades ha sabido criarnos con mucho amor, ternura y dedicación, nos ha transmitido el valor que tiene la familia, por eso somos muy unidos”, concluye emocionada. (I)

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Nunca tuve dificultad en cumplir todo lo que me propuse en la vida”.

‘Estoy satisfecha con lo que he logrado en mi vida’
Subirse a la metrovía todas las tardes para regresar a su casa luego de trabajar es una odisea cuando el transporte va lleno y las personas se amontonan en la puerta. “Tengo que esperar a que el movimiento de las personas se calme para ahí recién ingresar y evitar recibir algún mal golpe”, cuenta Ana Cecilia Palomeque, de 63 años, que nació con una discapacidad motriz denominada acortamiento óseo de la extremidad inferior.

“Mis papás me cuentan que notaron mi problema desde bebé porque no podía caminar, además mi pierna izquierda es diferente a la otra porque es más cortita y más delgada”, cuenta.

Sin embargo, Anita, como la llaman quienes la conocen, se dio modos desde pequeña para valerse por sí misma; y aunque cojea, se traslada de un lugar para otro sin ayuda de algún objeto de apoyo.

Desde hace 21 años trabaja en el colegio Nuevo Mundo. Primero estuvo siete años en el área de bodega y desde hace 14 se encarga de la atención en el bar. “Me gusta mucho tratar con los niños, tengo confianza con ellos, y es bonito ver que ya se gradúan quienes yo conocí desde chiquitos”, dice.

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Anita es de Machachi, Quito. Llegó a Guayaquil junto a sus padres, cuando tenía 4 meses de nacida, y se establecieron aquí.

Su tono cálido al hablar complementa su forma de ser, carismática y sencilla. “Siempre me he sentido tranquila y segura de mí, nunca me he limitado a nada, solo ahora con los años me duele un poco la pierna, pero igual sigo adelante”, expresa.

Dice que hace unos cinco años, durante un bingo que organizó la Fundación Nuevo Mundo, se ganó un bono para una cirugía, pero no lo usó. “Me dio temor operarme luego de tantos años porque pese a mi discapacidad, puedo hacer todo, entonces preferí quedarme así que someterme a una operación y salir peor”.

Anita vive con su hija, Katherine Mosquera, de 25 años; y su nieto, Christopher, de 3. Ella sola sacó adelante a su hija, pues nunca contó con el apoyo del padre de la niña. “Yo he sido padre y madre para ella siempre, ahora que seguimos juntas nos ayudamos en todo”.

Le gusta coser, pasear en los centros comerciales, llevar a su nieto a los juegos mecánicos y arreglar su casa los fines de semana.

Admira a la mujer que sale adelante por sí sola, sin ayuda de nadie. “Esa luchadora, emprendedora que no se rinde y lucha por cumplir sus sueños”, acota sonriente. (I)

Me siento bien con lo que he logrado en la vida, no pido más, estoy satisfecha”.

‘Con actitud lograrás cumplir tus sueños’
Como una mujer determinada, que se centra en una sola cosa hasta conseguir lo que se propone, se describe Dana Toral, una joven de 18 años que a pesar de haber nacido con mielomeningocele, una anomalía en la que los huesos de la columna no se forman completamente, lo que hace que la médula espinal y los tejidos pierdan sensibilidad y fuerza; siempre ha cumplido con las metas que se ha planteado.

A simple vista se ve esa actitud positiva que siempre la ha motivado a vencer cualquier obstáculo. El amor y apoyo de sus padres, Juan Carlos Toral y Jenny Rodríguez, y sus hermanos menores, Jean Carla y Juan Carlos, siempre han sido los pilares que la motivan a dar lo mejor de sí.

Desde que nació, los doctores no dieron esperanzas de que lograra caminar y estimaron que solo viviría hasta los 3 años; sin embargo, no solo caminó, gracias a múltiples operaciones, tratamientos y terapias que recibió desde pequeña, sino que además, con los años ha recuperado parte de la sensibilidad de la cadera para abajo.

Desde séptimo de básica usa una silla de ruedas, un objeto de apoyo que le brinda comodidad para recorrer largas distancias, pero en la casa se moviliza sin usarla, y algunas veces hasta camina sin zapatos.

Dana, quien vive desde hace 4 años en la urbanización Villa Club, está por graduarse en el colegio Liceo Panamericano, donde se ha destacado por ser buena alumna, en especial en sus materias favoritas: Química y Biología. “Me gustan las cosas que tienen que ver con la vida y soy buena para las fórmulas”. Próximamente comenzará sus estudios en la Universidad de Especialidades Espíritu Santo, en la carrera de Medicina, con la especialidad de Neurología. “Además de mi especialidad quiero orientar a los jóvenes que necesiten ayuda, y en el caso de los discapacitados impulsarlos a alcanzar las metas que se propongan”.

Dana considera que la inserción de las personas discapacitadas en la sociedad requiere el esfuerzo de parte y parte. “Por más que intentes incluir a un discapacitado, si este no tiene la actitud no lo va a hacer. La única discapacidad está en la mente, lo físico se puede solucionar con los avances de la medicina”, comenta.

A ella le gusta mucho dibujar, en especial personajes de anime, ha participado en concursos de arte como Paleta Propia; también le gusta nadar y salir con sus amigos. (I)

La verdadera discapacidad está en la mente, lo físico se puede solucionar”.

‘La unión de mi familia me devolvió el espíritu’
El diagnóstico de una enfermedad mortal cambió su vida por completo. Ella se dejó consumir por la depresión y dejó de ser esa mujer alegre y positiva, hasta que el amor incondicional de su familia y su fe en Dios la hicieron reaccionar y recuperar las ganas de vivir y de trabajar.

Se trata de Lila Solís, una samborondeña de 54 años, a la que luego de una caída, que fue hace tres años, en la que se rompió dos vértebras; le diagnosticaron mieloma múltiple, que es un tipo de cáncer que se forma debido a la presencia de células plasmáticas malignas que atacan a los huesos. “El doctor me dijo que ya estaba liquidada y esa noticia me impactó mucho, solo quería desaparecer”, comenta con tono melancólico.

Antes de este episodio, Lila llevaba una vida muy activa, se encargaba de los quehaceres de la casa, que actualmente comparte con dos de sus cinco hijos y su esposo, Néstor Parrales, quien en ese tiempo era presidente del Movimiento Juan XXIII, en la iglesia Santa Ana del cantón Samborondón. “Yo acompañaba a mi esposo en sus actividades con la iglesia, motivaba a la gente a unirse y me encargaba de ciertos proyectos de ayuda social como un comedor público que construimos junto a la iglesia”, cuenta. Además ayudaba en el negocio familiar de venta de materiales de construcción que tiene frente a su casa en Ciudad Samborondón.

Todo esto cambió con la enfermedad, ya que posterior al diagnóstico tuvieron que operarla de la columna, asistir a quimioterapias y tomar muchas vitaminas para recuperar su fuerza. Desde hace tres años usa un andador, que le sirve de apoyo en todo momento ya que si camina sin sostenerse se marea y pierde el equilibro.

“Con mi carrito me dirijo a la iglesia, a Solca y adonde sea que vaya porque es mi apoyo, si no me cogen, me caigo”.

La recuperación fue dura. “Sentí que volví a ser un niño que necesita ayuda para todo, parece que el Señor quiso que ya no tuviera esa vida agitada y me quedé más tranquila en casa, ahora me siento mejor”, dice.

Recibe la ayuda permanente de su hija menor, Karen, que vive con ella. Con su andador puede valerse por sí misma, lo que le permite cocinar, engreír a sus nietos y asistir a presentaciones de canto a las que la invitan; la más reciente fue el homenaje por el Día del Pasillo.

Ahora está sana, aunque sigue en tratamiento. Ha recuperado esa gran sonrisa y dulce mirada que transmiten energía positiva. (I)

Mi familia es luchadora, hemos sufrido, pero juntos hemos salido adelante”.