Alberto Dahik da su visión detrás de momentos decisivos y el manejo de la economía en tiempos bélicos. Él era vicepresidente cuando estalló la guerra del Cenepa.

En la zona fronteriza del Cenepa empezaron a darse amenazas de ocupación en diciembre de 1994. En Quito, ¿cómo tomaba el presidente Sixto Durán-Ballén esa información que llegaba desde el sur del país?
El episodio grave que inició el conflicto se dio cuando el presidente, por su operación de la columna, en terapia intensiva e incomunicado, no podía recibir llamadas.

Sabiendo cuál habría sido su reacción, luego de consultas entre la Cancillería y FF.AA. instruí que no permitiríamos un solo avance, y esa decisión fue comunicada a Perú. Cuando el presidente regresó, fue informado, y el proceso y la escalada de intercambio de fuego se fueron dando en enero y se agravaron luego.

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El 25 de enero de 1995 el país ya estaba en alerta máxima. ¿Qué ocurrió el 26, que es considerado el inicio oficial de la guerra no declarada?
Todos los días había algún intercambio. Si mal no recuerdo ese fue el día del desalojo de fuerzas peruanas que habían pasado la zona del status quo que se mantenía de común acuerdo entre los dos países y que escaló las cosas.

¿En qué contexto se dio la famosa frase del presidente “Ni un paso atrás”?
El presidente era un gran conocedor del tema internacional y territorial. Había convocado a los países garantes del protocolo a su despacho, para procurar una mediación. La actitud de esos embajadores fue muy débil, muy tímida. El presidente tuvo un golpe moral ante esta actitud. El pueblo de Quito estaba congregado afuera del Palacio, y a pesar de que por la actitud de los embajadores el ánimo del presidente no era el mejor, le sugerí salir al balcón.

Lo hizo, y con gran coraje y autenticidad pronunció: “Ni un paso atrás”, que fue un acto valiente, no demagógico, fue una frase que salió de lo más profundo de su ser.

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¿Cómo cree que esta frase incidió en el ánimo de los civiles y en los militares?
Esta frase fue vital. Unió a la nación, a militares, a civiles, a todo el Ecuador, porque no fue politiquera ni patriotera. Fue patriota y auténtica.

Durán-Ballén le había encomendado a usted algunas decisiones económicas. ¿Esto varió con la guerra?
Por supuesto. Mi preocupación era la Reserva Monetaria, el pánico que podría haber, la estabilidad de la economía, sin la cual habría sido imposible ganar el conflicto. El país no habría resistido. A diario visitaba el Banco Central para revisar el movimiento económico e ir tomando las decisiones. El equipo económico actuó en su frente en forma brillante.

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¿Qué decisiones económicas adoptó entonces el Gobierno?
Fueron varias. Impusimos un impuesto por una sola vez como contribución de guerra sobre los activos. Manejamos una absoluta libertad de tasas de interés para asegurarnos la estabilidad cambiaria. Controlamos la liquidez para impedir especulaciones cambiarias y nos aseguramos de que la estabilidad del sistema financiero se preservara. Con el Ministerio de Finanzas coordinamos el manejo presupuestario para que las necesidades de defensa estuvieran siempre satisfechas.

¿Hay alguna estimación de cuánto costó la guerra?
Siempre hablamos de varios cientos de millones de dólares. Pero lo más triste fue su impacto en el crecimiento económico. Para fines del 94 la economía ecuatoriana estaba teniendo un desempeño espectacular. El último trimestre, el crecimiento anualizado bordeaba el 9%. Sencillamente, impresionante. La guerra nos dio un frenazo. Si la economía no hubiese estado tan sólida, el resultado militar habría sido mucho más difícil si no imposible de lograr.

En lo político, ¿cómo incidió la guerra? Analistas dicen que hubo una tregua entre el Legislativo y Ejecutivo.
Todo el país sabía que no había de parte del Gobierno manipulación política alguna. Que el conflicto era real. Por ello se unificó la nación en torno al presidente y al Gobierno. Todas las funciones del Estado contribuyeron, y la sociedad actuó con gran patriotismo y responsabilidad. El sector privado no se quejó de la contribución económica. Los militares cumplieron en forma extraordinaria su labor y la clase política actuó con responsabilidad.

Más allá de la situación de los militares de ambas partes, en la zona fronteriza, ¿cómo estaban los ánimos entre los presidentes Durán-Ballén y Alberto Fujimori (de Perú)?
Hay muchos detalles que tanto Durán-Ballén, en su libro ya publicado Ni un paso atrás, como mi persona, cuando escriba mis memorias, dejaremos como testimonio, adicional a muchos otros que se han escrito y se escribirán o dirán. Durán-Ballén nunca se cerró al diálogo. Obviamente, le dolía su patria, y resintió el hecho de que el país haya sido agredido. Esto enfrió las relaciones entre los dos.

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¿Bajo qué decisión política se declaró el fin de la guerra?
Recordemos que no hubo una guerra oficial. No se rompieron relaciones diplomáticas. Fue un conflicto localizado. Por lo tanto, las conversaciones se iban manteniendo entre las partes, y en Itamaraty, en Brasil, las delegaciones llegaron a acuerdos para acabar el conflicto. Habíamos ganado militarmente el conflicto y eso hizo más fácil el lograr acuerdos, que abrieron el camino para lo que fue en el futuro el cierre de la frontera, tan importante para la paz. (I)