Se quiebra en llanto al recordar a quienes dejó atrás y la realidad del país en el que no vio “nada positivo” durante los 36 años en que lo habitó y cuyo sistema sumó a su familia a las miles que sufren por estar divididas. Y que en pleno siglo XXI no se pueden ver, ni por Skype, a falta de acceso a tecnología.

Klenia Velazco lleva casi tres años y medio en Guayaquil. El primer día que entró a un supermercado no contuvo las lágrimas ante la cantidad de leche que había en las perchas y que días antes sus dos hijas, ahora de 14 y 15 años, no habían podido tomar a falta de dinero. Y porque pese a que tienen una finca productora de leche, a 80 km de su natal Camagüey, no pueden llevarla a la ciudad. “El gobierno la decomisa”.

Por este y otros motivos se fue de Cuba. Para que en algún momento sus hijas vean que “la vida es buena”, “que existen lugares donde se vive bien y el desayuno no es un problema”, sostiene Klenia. Ella es licenciada en Comunicación Social y trabajaba como maestra universitaria y auditora de empresas, por lo que el gobierno cubano le pagaba $ 20 al mes, de los que solo un litro de aceite se le llevaba $ 2,55. Quiso hacer un máster fuera, aplicó a una universidad en España y logró matricularse luego de vender ilegalmente su casa, heredada de sus suegros. Pero el consulado le negó el visado. Tras esa decepción reflexionó: “Si mi obstáculo para superarme en mi vida personal y profesional es que soy cubana, yo tengo que quitar esa piedra de mi camino. Me voy de aquí”. Con parte de lo que recibió por la casa compró una carta de invitación. “Me costó $ 1.350 y con esa carta entré a Ecuador”. Aquí, hizo relaciones públicas y ahora es maestra en la Facso.

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Tiene el respaldo de sus hijas y su esposo, un arquitecto restaurador de centros históricos que gana $ 40: el salario máximo al que puede aspirar un profesional que no sea médico. Con ellos, en tres años, el contacto ha sido telefónico. Las webcams están prohibidas.

En la normalización de las relaciones entre Cuba y EE.UU., ve una luz para “la gente que no tiene cómo salir adelante, que no tiene más esperanza que quedarse en su país y esperar el fin, sea cual sea”. Anhela que el embargo comercial de EE.UU. deje de ser “el pretexto” de todos los problemas de Cuba. “Tantas familias se han quedado rotas como la mía por la situación económica, tanta gente ha perdido a sus hijos en el mar... depende del gobierno que los cambios toquen a los pobres, a la gente miserable que cobra 8 dólares (de jubilación) como mi mamá”, expresa. (I)