El silencio es casi absoluto. Solo por momentos se escuchan los pasos de personas y sus murmullos; son deudos que visitan a sus difuntos en el Cementerio General de Guayaquil y que caminan entre bloques de bóvedas, nichos y mausoleos.

Unas estructuras están descuidadas, sucias, y contrastan con lápidas retocadas en su pintura o adornadas con coloridas flores plásticas y arreglos frescos que matizan el ambiente.

Ese panorama se observa en este camposanto, a una semana de recordarse el Día de los Difuntos, el 2 de noviembre.

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Por esos pasillos, algunos espaciosos y otros angostos, la mayoría de visitantes camina sin percatarse de aquellas frases de dolor, resignación, amor y esperanza que se expresan públicamente en cada lápida.

En algunas se plasman fragmentos de la Biblia y en otras hay frases de afecto.

“Gracias por todo”, “Por siempre estarás en nuestros corazones”, “Ayer, hoy y por siempre vivirás en nuestros corazones, mi querido padre” son algunas frases sencillas pero amorosas que constan en las bóvedas de Julio San Miguel, Juan García y Vicente Cedeño, en su orden.

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Angie Montalván falleció hace cuatro meses. Sus familiares mantienen vivo su recuerdo con el salmo 17:8: “Guárdame como a la niña de tus ojos, escóndeme bajo las sombras de tus alas”. Su tumba tenía pintada una escalera hacia el cielo.

Ese pequeño espacio, en el bloque 3 C-306, pone color a una mole de bóvedas en las que se imponen el blanco y negro.

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Ese matiz prevalece en mausoleos de expresidentes, próceres y personajes importantes de la urbe, del lado de la puerta 3, adonde llegan estudiantes y turistas interesados en conocer la tumba de ilustres personajes.

Pero también llegan personal de limpieza a cumplir con su labor y casi una veintena de gatos que buscan descansar sobre las criptas de mármol y granito.

Por los pasillos entre los bloques 4 y 14, el amarillo, azul y naranja resaltan en los arreglos florales. Ese matiz adorna la lápida de Felipa Solórzano, fallecida en el 2010. Sus hijos plasmaron esta oración: “Señor, tú que nos diste y nos quitaste lo mejor de la vida, hoy con el alma destrozada de dolor te pedimos un lugar especial en tu reino para nuestra querida madre, que vive y vivirá por siempre en nuestros corazones”.

José de la Torre camina con un ramo de flores hacia la tumba de su madre, Esther Villalva, en el bloque 9. Al llegar, reza frente a la bóveda, cuya inscripción dice: “Caminante, no hagas ruido, baja el tono de tu voz, que mi querida madre no se ha ido, solamente está dormida en los brazos del Señor”.

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“Madre, con tu partida has dejado un gran vacío, pero el verdadero amor que nos supiste dar vivirá en nuestros corazones”. Es dedicada a Ana María Rendón.

“Hijo querido, qué triste ha quedado nuestro hogar con tu partida. Vives en nuestros corazones”. Es para el niño Jorgito Campuzano.

“Mamá, fuiste fiel, comprensible, cariñosa, tan tierna como un pétalo de rosa. Gracias por ser tú nuestra madre y por habernos permitido ser tus hijos”. Es el agradecimiento para Rosa Ponce.