Están separadas por 80 kilómetros. La primera se ubica a menos de dos kilómetros de Gaza, en el sur del territorio de Israel. La otra está al noroeste, en Cisjordania, Palestina. Son el kibbutz Ein Haslosha y Ramala, dos poblaciones en las que aún están frescas las secuelas del último conflicto, generado tras la operación israelí Margen Protector en Gaza, que dejó, entre el pasado 8 de julio y 26 de agosto, más de 2.000 muertos palestinos y unos 11.000 heridos. El próximo 26 de septiembre se cumplirá un mes del alto el fuego, pero el conflicto está lejos de encontrar una solución.

Ein Haslosha, una comunidad agrícola en la que habitan 300 personas, está todavía bajo control militar israelí y sus habitantes evitan llegar hasta sus campos ubicados a solo 800 metros de la frontera entre Israel y Gaza. En Ramala, considerada la capital de Cisjordania, una pancarta colgada en la tradicional, concurrida y céntrica plaza Almanarah da cuenta del sentir de muchos: “Todos con Gaza, una sola sangre, un solo pueblo”.

A cada lado, en las dos poblaciones, sus habitantes siguen en permanente alerta ante una historia sin fin, que entraña un deseo mutuo: la paz.

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Pero concretarla, dicen, resulta difícil por las diversas posturas. No solo entre israelíes y palestinos, sino en el interior de cada territorio por las distintas corrientes. “Se puede vivir en paz por el futuro de nuestros niños. Creo en la existencia de dos estados. Uno para ellos (los judíos) y uno para nosotros, los palestinos”, señala Zahool Narsh, de 40 años, mientras come shawarma en el centro de Ramala.

La postura no es compartida por su hija, Ziyanah Natshell, de 23. Levanta su mano y en voz fuerte opina: “Un solo estado debe existir, el palestino, ellos (israelíes) saben que deben salir. No hay cabida para dos naciones”. La joven añade, aunque su territorio no estuvo involucrado en el pasado conflicto: “El dolor es el mismo cuando sabes que están bombardeando a tus hermanos en Gaza”.

El conflicto armado judío-palestino se remonta a 1947, cuando la ONU recomendó que Palestina sea dividida en dos estados: uno árabe y uno judío, luego de que Gran Bretaña renunciara al control territorial que tenía desde la I Guerra Mundial. La resolución no fue aceptada por los palestinos. Desde entonces los conflictos armados no han cesado: la Guerra árabe-israelí (1948-1949), la Guerra de los Seis Días (1967), que terminó con la ocupación de Israel de ciertos territorios palestinos; intifadas y levantamientos en armas.

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Wisam Saz, de 25 años y administrador de un puesto de camisetas, no tiene claro cómo pueden hacer las paces con los judíos, pero sí que se debe empezar por mejorar la calidad de vida de los palestinos: “Estamos en una cárcel abierta. No podemos viajar libremente. Ir de Ramala a Belén debe tomar no más de 30 minutos, pero por los controles de Israel tardamos no menos de dos horas”, se queja.

A pocos metros de allí, Hamza Zabeh, de 20 años, estudiante de inglés, agrega que una medida a corto plazo para lograr la paz es la creación de dos estados. Pero no se conforma con eso: “En 50 años Israel deberá abandonar nuestro territorio. Esta es nuestra tierra y la defenderemos”. Para él, uno de los escollos para resolver el conflicto es que Israel no “quiere abandonar” los territorios ocupados y se niega a negociar con Hamás, que –a su juicio– “está haciendo bien las cosas en defensa del territorio”.

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Del lado israelí la percepción es otra. Allí el ‘escollo’ es precisamente Hamás, que al ser considerado un grupo terrorista por Israel y Estados Unidos, pierde legitimidad para entablar negociaciones de paz.

Dina Rahamem, judía habitante de la colonia Eli en Samaria, no quiere que “los hijos de los dos lados sigan muriendo” y cree que es hora de que las otrora relaciones de amistad entre ambos empiecen a restablecerse. Dice que abandonaría el territorio si su gobierno lo dispone, pero ve lejana esta opción si Hamás no abandona las armas.

Yael Maman, estudiante universitario de Tel Aviv, es, en cambio, radical: “Estas son nuestras tierras, la de nuestros padres, no puede haber tregua con quienes tienen una consigna: destruir Israel”, dice.

Einat Wilf, exparlamentaria del izquierdista Partido Laborista Israelí, asegura que los dos pueblos pueden pensar en “la gran Israel” o “la gran Palestina”, pero en la práctica ello no es aplicable. Insiste en la existencia de dos estados bajo dos condiciones: el desarme de Hamás y la devolución de los territorios ocupados de Israel a Palestina.

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Este criterio se contrapone con el de Dany Dayan, jefe del Consejo de Samaria y Judea (Cisjordania), quien se autocalifica como liberal. Para él, la entrega de los territorios “no soluciona el conflicto” y crear un estado palestino “es un espejismo en el desierto”.

Muhammed Manssur, concejal de origen palestino de la ciudad de Tira, en el norte de Israel, considera que se deben respetar los límites de 1967 para terminar con el odio de razas, cultura y religión. Y esto implicaría la devolución de terrenos entre ambos estados. “Hay ciudades que están partidas en dos y separadas por muros”, señala.

Gadi Baltiansky, quien hace 11 años presentó la Iniciativa de Ginebra para la resolución del conflicto, adjudica a la falta de voluntad política la no firma de un acuerdo. Dice que su propuesta, elaborada por oficiales de los dos pueblos, opta por la entrega en partes iguales de territorios de Israel a Palestina y viceversa. Considera que Jerusalén debería ser repartida de acuerdo a sus barrios: los judíos con Israel y los árabes con Palestina. Y que la ciudad vieja debe tener un régimen especial de administración internacional. No obstante reconoce que hoy la gran mayoría en Israel no está de acuerdo con ellos y que desde Hamás no hay “intención de concluir el conflicto”.