El parapente hace posible el sueño de volar al ser humano, otorgándole una sensación de independencia y de libre albedrío, a diferencia de una aeronave en la que se vuela, pero encerrado. Como dicen quienes lo practican: “Tienes que hacerlo para saber lo que se siente”.

Lugares como San Pedro, Montañita, Crucita, Baños, Pelileo, Yahuarcocha, y otros de la Costa y Sierra de nuestro país son conocidos como sitios claves para realizar parapente. Ahora se suma Guayaquil con un sitio que cada vez se hace más conocido.

La aventura se encuentra cerca, a la altura del km 13 de la vía a la costa. Desde ese sitio, donde antes funcionaba una cantera, se asciende en un vehículo todoterreno hasta el “despegadero”, como le dicen al lugar desde donde se lanzan.

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El piloto quiteño de parapente Juan Carlos Morán y tres de sus amigos esperan en el sitio. A medida que vamos subiendo por un sendero rodeado de vegetación propia del bosque seco, es posible divisar abajo las urbanizaciones de la vía a la costa.

Tito, como es conocido Juan Carlos, señala un terreno vacío que se ubica dentro de Terra Nostra. “Allá vamos a aterrizar”, indica, mientras rodeamos con el vehículo las curvas de la montaña, alejándonos cada vez más del suelo.

Desde la altura en la que estamos ya podemos ver lo verde del manglar y unas delgadas líneas que no son otra cosa que los ramales del estero Salado.

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Entre las ramas que rozan la camioneta durante el trayecto, saltan unos pequeños frutos, de su interior sobresalen unas pelusas blancas. “Esos son los bototillos”, señala Tito. “A esto se debe el nombre de este lugar, Cerro Bototillo, porque aquí abundan esos árboles”, agrega refiriéndose a este árbol nativo que crece en condiciones como las de Cerro Blanco y otros, cuya floración solo dura entre tres a cuatro semanas.

Luego de unos 15 minutos llegamos a la cima o ‘despegadero’, como ellos llaman a esta pequeña ‘pista’ de donde emprenden sus vuelos. La vista es espectacular. Pese a que a esta hora (10:00) el sol aún no está en su máximo esplendor y el cielo luce gris, claramente se pueden observar el colorido de las viviendas, la vía a la costa, el extenso verdor del manglar atravesado por el serpenteo de los estrechos y anchos ramales del estero.

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Lo nublado de la mañana permite ver a lo lejos, hacia el lado izquierdo del panorama, el resto de la ciudad, incluso el río Guayas. Hacia el otro extremo se eleva lentamente una densa nube de polvo proveniente de una gran cantera vecina. Más allá solo vegetación y divisiones de agua se distinguen. Algunas aves sobrevuelan sobre nosotros.

Ahora es claro divisar el sitio en donde será nuestro aterrizaje, justo en frente, atravesando la carretera, una gran extensión de terreno nos espera frente a lo que será la iglesia de Terra Nostra.

Rápidamente los cuatros chicos, Eddy Urdiales, Santiago Pérez, Jorge Contreras y Tito desembarcan los bolsos del auto, pues aseguran que “el clima se pondrá mejor”, refiriéndose al viento que en este sitio se siente un poco frío.

Alistan sus equipos, entre cascos, gafas, guantes, intercomunicadores, altímetros (para medir la altitud), GPS (para la localización) y desenrollan los parapentes sobre el césped sintético que han colocado sobre la tierra.

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Las extensiones de la vela alcanzan los 12 metros. Están hechas de nailon con un revestimiento especial que las hace resistentes, aunque al tacto se sienta tan suave y frágil. Lo mismo sucede con las finas cuerdas que sujetan la vela a la silla, cada una de ellas fabricadas para soportar grandes pesos.

Tito explica que la mayoría de estos implementos son manufacturados en Europa. Los costos pueden variar entre $ 4.000 y $ 15.000 por equipo. En el caso de los que se usan para dos personas (tándem) los costos y tamaños son mayores, pero esto para los amantes del riesgo forma parte de sentir la adrenalina al máximo. “No invertimos en equipos sino en emociones”, dice Eddy, mientras su amigo Jorge señala que gastó cerca de $ 4.200 que logró reunir en varios meses y completó con ayuda de su padre.

“La seguridad tiene que ver mucho con la calidad del equipo, todos los que usamos son avalados por organismos internacionales de este tipo de prácticas”, explica Tito, quien practica este deporte desde hace 25 años y ha ganado campeonatos mundiales como el que organiza la Federación Aeronáutica Internacional (FAI), así como en ligas de parapente.

El primero en colocarse de espaldas hacia el precipicio es Eddy, quien al observar una manga de viento elevarse apuntando hacia él, alza las líneas de su parapente, el aire infla la tela, él se impulsa hacia atrás, la coordinación es precisa para que pueda elevarse en el aire, el viento se encargan del resto.

Inmediatamente se aleja hacia arriba en dirección a la pista de Terra Nostra, en donde ya nos espera Raúl Guerra, un experimentado ala deltista y parapentista, responsable de este lugar. Durante el trayecto de Eddy, todos se mantienen comunicados sobre las condiciones del viento, mientras tanto Tito me ayuda a colocar el arnés de seguridad con las indicaciones del caso, esto lo realiza, siempre con quienes vuelan por primera vez, como en mi caso. “Lo importante es transmitir confianza y seguridad, que la personas sientan que su piloto tiene todo el conocimiento y experiencia”, expresa. Entre sus anécdotas recuerda las diferentes reacciones de quienes han hecho tándem con él. “Muchos gritan, otros se quedan en silencio, cierran los ojos, se marean, pero

luego quieren hacerlo de nuevo. Nervios sienten todos, pero lo importante es estar decidido a hacerlo, si no es así mejor no”.

Cuando son casi las 11:00 el sol empieza a salir y el viento baja su intensidad. Estamos listos en la pendiente, a unos 350 metros sobre el nivel del mar, esperando el momento propicio, pues, según explica Tito, el salto debe ser justo con la dirección del viento en contra.

Mientras tanto, Santiago y Jorge cuentan cómo se involucraron con el parapente. “Aprendí a volar en Quito hace casi diez años y vengo al menos unas dos veces por mes, este sitio tiene mucho potencial”, comenta Santiago, universitario que vive en la capital.

Al sentir una brisa fuerte en el rostro y a la voz de ‘ahora’ corrimos hacia abajo en dirección del viento, Tito en la parte de atrás se encargó del trabajo, alzó las cuerdas direccionando la tela mientras me indicaba qué hacer: acomodar los brazos, por fin sentarme en la silla delante de él y disfrutar de la vista, todo en menos de un minuto, ya estábamos volando.

Sentirse flotar sobre la montaña, autos, carretera, casas, llenaba todas las expectativas, era imposible cerrar los ojos, mientras apretaba fuertemente el arnés que sujetaba el pecho. Al cabo de unos segundos la calma se va apoderando del cuerpo, aunque en ocasiones, el corazón se agita debido a pequeños movimientos bruscos. Tras preguntar repetidas veces si todo está bien, Tito explica que estuvimos en una burbuja caliente, que se forma cuando la temperatura del suelo aumenta calentando el aire hacia arriba. Eso para ellos es lo máximo.

Luego de unos diez minutos de vuelo ascendemos hacia el terreno baldío, la llegada es igual que la salida, levantarse de la silla y correr hasta que los pies toquen el suelo. El aterrizaje es bueno y la experiencia, única.

Único
En el 2009 y luego de regresar de Brasil, Raúl Guerra, odontólogo, descubrió este sitio en Guayaquil. “Ya practicaba alas delta y parapente hace 30 años, pero trajimos una técnica llamada aerotowing, con la que se halaba el parapente desde un pequeño avión con motor. “Esto lo hacíamos porque no había un lugar adecuado”. Así, cuenta que tras hablar con los propietarios de la cantera abandonada y de Terra Nostra, construyó un camino hacia el despegadero.

“Eso era puro monte, no había ruta, y subíamos caminando cargando nuestro equipo, pero valía la pena”, cuenta Raúl, campeón nacional de Ala Delta. Desde aquel entonces ha realizado encuentros y campeonatos en este lugar para promover el deporte, en los que expertos parapentistas de otras partes del mundo han participado.

Las excelentes condiciones climáticas, el paisaje y la ubicación estratégica dentro de la ciudad son razones para que del 22 al 29 de noviembre se realice por primera vez en este lugar la Paraglinding World Cup Pre Ecuador 2014, evento que cuenta con el auspicio del Ministerio del Deporte, la Federación Ecuatoriana de Vuelo Libre y la Federación Aeronáutica Internacional, al que se espera asistan más de 100 pilotos de 26 países.

“El viento que viene del Pacífico se encuentra con el que viene del Este y justo en este lugar, donde está la cordillera Chongón-Colonche, se forma una convergencia, especie de río en el aire, que nos permite navegar a distintos puntos”, explica Raúl.

Solo se admiten adultos. Más información: 099-152-3859.