Abuela y nieta tienen la misma sazón. La cocina es un saber que se hereda. “Yo hago la comida a la antigua con todo lo que antes se preparaba”, afirma Olga Iturralde Torres.

Ella nació hace 80 años en Samborondón, tiene 11 hijos y alrededor de 100 nietos. Desde hace 7 años su Comedor Olguita está en el centro comercial Santana, pero fue hace 50 años que comenzó a ofrecer su tradicional comida criolla en un quiosco del antiguo malecón.

Es mediodía y de la cocina salen los aromas del almuerzo de ese sábado –sancocho canoero de carne, cazuela de camarón y jugo de naranja– y también de algunos platos a la carta.

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Doña Olguita cuenta su historia mientras su nieta, Olga Simisterra González, quevedeña de 28 años, se queda a cargo de la preparación de los platos.

Recuerda que a los 11 años ya preparaba caldo de bolas, cazuela de pescado y camarón, sancocho de bagre, tripa de vaca rellena y otros más.

En esos tiempos se cocinaba a la antigua. En un fogón y con un carbón, que llegaba en unos inmensos sacos desde Milagro.

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“Recién cuando me cambié acá, empecé a cocinar con gas”, comenta Olguita, quien cuenta que antes de que llegaran las ollas metálicas, se cocinaba en ollas y cazuelas de barro. Más aún siendo Samborondón una tierra de hábiles alfareros.

“Antes todo era natural. Se sazonaba con la pimienta y el comino que se le echa al ajo, eso era todo. Con eso se adobaba el pescado, la carne, el pollo y todo. Yo no uso sazonador en sobre porque después toda la comida sabe a lo mismo”, sentencia la doña.

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Cuando su familia empezó a crecer y el salario del marido ya no alcanzaba, comenzó a preparar comida para vender. Primero ofrecía únicamente bollos, chancho hornado, guatita y después almuerzos.

Cuál plato es el más solicitado, indago y orgullosa responde: “La cazuela, los sábados y domingos la gente de aquí y de Guayaquil la vienen a buscar”.

Doña Olga, tal como acostumbraban su abuela y su madre con ella, ha enseñado a su nieta a preparar la cazuela. Cocina ese potaje en una bandeja de barro y utiliza bagre o bocachico, pescados de agua dulce, ambos de excelente sabor. Su popular plato cuesta $ 3 si es de pescado; el de camarón, $ 2,50. El almuerzo, $ 2,50.

Después de trabajar tanto tiempo, doña Olguita dice que tal vez cocine hasta este año porque necesita descansar o poner un negocio, pero en su misma vivienda. Dice que vive lejos del comedor, al que tiene que llegar de madrugada a preparar el desayuno que ofrece a sus clientes madrugadores: una taza de café, una tortilla y un huevo por $ 1,50.

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Cuando se retire, en el local quedará su nieta, la heredera de su sazón. “Yo soy la que le enseñó a cocinar –dice con alegría y orgullo–, le digo que aprenda y está aprendiendo. A ella le gusta preparar los secos y el sango de camarón”, comenta.

Su nieta Olga era una niña de 3 años cuando empezó a criarse con su abuela, a quien llama mami. A los 10 años comenzó a aprender el arte de la cocina.

Asegura que no es la única Olga, que cuatro nietas llevan el nombre de la abuela. Simisterra estudió en la Politécnica de Guayaquil y se graduó como programadora de sistemas, pero prácticamente no ha ejercido su profesión porque se siente más feliz y tranquila cocinando en el comedor.

“Toda la vida me voy a sentir orgullosa de mi abuela porque los platos que sé preparar los aprendí de ella”, dice antes de recibir a los comensales que llegan por un almuerzo o cazuela con la sazón de doña Olguita.

Mi mamá (Constancia Torres Rodríguez) me enseñó a cocinar y a ella le enseñó mi abuelita. Pero yo fui la primera en poner un negocio de comida”.Olga Iturralde Dueña de comedor