Hace cuatro años Ángel Zavala, ingeniero ambiental de 35 años, dio un vuelco a su vida y cambió la bohemia y las fiestas por el voluntariado animalista, ahora se dedica a rescatar de las calles y cuidar a decenas de perros y gatos que están en el refugio de la Fundación Amigos, de los Animales (FADA).

Desde entonces dedica entre dos, tres y hasta cuatro horas diarias, en promedio, para limpiar, alimentar, vacunar a los animales del refugio y para ejecutar rescates en la ciudad.

Zavala reconoce que ser voluntario es un desgaste fuerte, económico y sentimental, porque muchas veces deben asumir gastos de medicinas y veterinaria, y a pesar del esfuerzo, los animales mueren. Pero se mantiene firme en su decisión: “Lo hago porque de lo contrario, ¿quién lo haría?”.

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Frunce el ceño al recordar casos de extrema crueldad de los cuales ha sido testigo: gatitos en cartones cerrados con cinta adhesiva y a pleno sol, que al ser rescatados están muertos. O perros amarrados con correas que mueren ahorcados o atropellados en su desesperación por huir. Otros golpeados, lanzados a las vías, o víctimas de agua hirviendo o ácido.

“Si no hubiera gente como nosotros, sería peor la situación”, dice. Luego narra el caso de una perrita que vivía en un botadero de basura a la cual un chambero prácticamente degolló por quitarle un pan. Fue rescatada y curada, vivió tres años más y murió de causa natural.

Recuerda que otro caso con resultado positivo ocurrió hace un mes y medio. Recibió una llamada de Durán en la que le señalaban que habían rescatado un perro que vivía en la calle y sobrevivía alimentado por moradores y que por haber ladrado a una persona fue atacado con un machete y casi le cercenó la pierna, la cual fue amputada, pese a lo cual corre y juega como si fuera un perro normal.

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Pero no todas las historias tienen finales felices: “Un rescate que me frustró fue el de la perrita Petita en las calles 11 y Portete. Por ella llamaron en muchas ocasiones, pero siempre se pospuso su caso. Cuando pudimos ir la habían atropellado y se arrastraba en una esquina en donde la encontraron. Pese a que la operaron durante dos meses estuvo en un hogar temporal, pero sufrían demasiado ella y quien la tenía, por lo que se decidió la eutanasia. Esos son casos en los que uno se frustra y dice: ¿por qué no llegué antes?”.

Cree que falta una política de Estado, del Municipio que es el órgano competente, a fin de impulsar campañas de esterilización y crear conciencia en las personas. ¿De qué sirve que rescatemos un perro si mañana o pasado una perra pare siete u ocho perros y los tres o cuatro que sobrevivan engrosan la cifra de los animales callejeros?, cuestiona

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Agrega: “No pedimos que el Estado y el Municipio se encarguen, pero sí que ayuden con esterilizaciones, vacunas y personal médico; exoneración de impuestos a las fundaciones y organizaciones animalistas y con más refugios”.

Las penas contra quienes maltraten o maten animales no son fuertes. Si quedan lisiados o heridos, no hay sanción dura. Solo si muere hay castigo”.

“Todos los amantes de los animales tenemos la aspiración de que ese simple rescate que hacemos individualmente algún día se convierta en algo más grande”, afirma Javier Cevallos, quien dirige la Fundación Amigos con Cola, que creó hace diez años.

No recuerda el detonante para su labor de voluntariado. “Fue como un proceso gradual que no logras identificar cuándo empezó”, señala Cevallos, quien mantiene decenas de gatos y perros rescatados en un inmueble convertido en pequeño refugio donde permanecen hasta que alguien los adopta.

“Los rescatistas dicen más o menos lo mismo: ‘Yo quiero un día ganarme la lotería para comprar una hacienda y voy a rescatar a todos los animalitos de la calle’, y a todos les digo: bueno, piénsalo bien que esto te pone la soga al cuello porque te demanda tiempo, dinero, mucho sacrificio y no es considerada una actividad ‘bonita’ para el resto de las personas”, dice con seguridad.

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Aunque afirma que no cambiaría su vocación, reconoce que se trata de una actividad de mucha frustración. “Uno no tiene capacidad para ayudar en todos los casos o no tiene tiempo, porque lo que puede hacer es mínimo frente a la magnitud del problema en Guayaquil, donde ninguna autoridad asume el manejo del problema. Todo se hace a nivel de fundaciones, agrupaciones, gente individual, que hay mucha y da una ayuda silenciosa a los animales”.

Reconoce que hay mucha crueldad en la gente que abandona animales en la calle, pero aclara que esa gente no tiene a dónde ir porque hay un vacío de autoridad, “es como si para los humanos no hubiera hospitales o bomberos, una respuesta a una problemática social”.

Aunque no recuerda su primer rescate, sí lo hace con uno de los más memorables, hace ocho años, en el sector de San Eduardo: “Un chambero que fue asesinado tenía como afición recoger perros y gatos de la calle. Fuimos a rescatarlos a los tres días y hallamos una escena de película de terror, pues las autoridades cerraron la casa luego del levantamiento del cadáver dejando adentro decenas de perros y gatos”.

“Muchos animales escaparon, salvamos perros que se quedaron y gatos enjaulados. De pronto, al fondo de ese cuarto lleno de mil cosas y recovecos apareció una perra con cuatro cachorritos. Los rescatamos y uno de ellos, Pulguita, estuvo hasta mayo del 2013 cuando fue adoptado para un proyecto de compañía a personas en estado terminal, por ser dulce y amorosa. El proyecto nunca se ejecutó, pero vive en una casa de un barrio de clase alta y tiene una muy buena vida”, recalca.

También recuerda como error el caso de un cachorro que dio en adopción y que por la premura del caso no se percató de la dirección de los adoptantes, la cual no es posible rastrear. No sabemos qué le pasó, pero prefiero creer que está muy bien tratado”, se consuela.

Al problema de los animales abandonados y maltratados hay que darle un manejo de emergencia y como tal se deberían obviar una serie de protocolos”.

Decidió unirse a la organización Rescate Animal el día que vio en televisión la noticia sobre una perrita a la que llamaron Nachita, que había sido arrojada de un segundo piso en la ciudadela La Pradera y que quedó inválida.

Aunque desde niña le gustan los animales, no fue sino hasta ese momento en que comprendió que esa debía ser su labor. “En la nota televisiva decían cómo hacerse voluntaria y me inscribí de inmediato”, afirma Johanna Vera, coordinadora de voluntarios y de operaciones de Rescate Animal.

Reconoce que la vida del voluntario es muy sacrificada. “Por lo regular la mayoría de las noches llego tarde a la casa y los fines de semana coordino rescates, eventos y movilizaciones, y visito a los animales asilados en la veterinaria o en su hogar temporal. Hay días en que he llegado a la casa entre la una o dos de la mañana debido a un rescate que ha durado tres o cuatro horas”.

“Ya no puedo visitar tan seguido a mi familia porque debo ir a un evento o a un rescate. Se acorta el tiempo pues para no afectar nuestros horarios de trabajo empezamos a hacer las tareas del voluntariado después de las 18:00”.

Un caso que marcó su vida fue el de Doménica, una gatita negra de menos de un año que atropellaron en la Alborada. Aún recuerda la fecha: madrugada del 12 de enero del 2013. Quien la rescató se negó a que una veterinaria la durmiera y publicó su caso en las redes sociales.

“Al día siguiente la llevé a nuestra veterinaria, no la dormimos y pasó con nosotros más de un año. No recuperó la movilidad total de las piernas y nos turnábamos para ser su hogar temporal. Había que cambiarle de pañal cada tres o cuatro horas. Pienso que le dimos calidad de vida adecuada porque el tiempo que estuvo con nosotros tuvo compañía y amor”, resalta.

Doménica me enseñó la perseverancia, pues a pesar de no poder caminar, siempre trataba y se arrastraba, y cada día luchaba por salir adelante. A veces decaía pero de inmediato levantaba el ánimo. Cuando le cambiábamos de pañal nos abrazaba con las patitas delanteras el brazo y miraba de frente. Era su manera de decir gracias”, asegura.

Finalmente murió el 3 de mayo de este año por insuficiencia renal.

Otro rescate simbólico, pero esta vez porque el resultado no fue el que esperábamos, fue el de Martín, un perrito rescatado de Durán que estaba muy flaco y con severos problemas de piel. Más de un mes de haber sido rescatado no presentaba mejorías y tenía insuficiencia renal, tumores hepáticos, problemas de esófago, así como babesia y otras enfermedades que los perros callejeros se contagian a través de las pulgas y las garrapatas, por lo que no quedó más remedio que aplicarle la eutanasia, pero como un acto de amor, para que no sufriera más.

Un rescate reciente fue el de Jota, un perro lobo siberiano, hace tres meses durante un aguacero. “Parecía muerto, estaba muy flaco y con problemas de piel. Hoy está recuperado y busca una familia que lo adopte. Es un orgullo decir que nosotros lo hicimos posible con ayuda de donaciones y la perseverancia de los rescatistas”, concluye.

Quiera o no los rescatados terminamos siendo nosotros, porque cuando un animal llega a tu vida es por algo y la cambia totalmente”.