Temo que alguno de ustedes se pregunte qué tiene que ver una escuela de periodismo empírico con los nobles propósitos del Comité para la Protección de los periodistas. Es muy sencillo: un factor esencial en la defensa de la integridad de un periodista, de su independencia y hasta de su vida, es una buena formación profesional”. Gabriel García Márquez inauguraba con esas palabras, el 18 de marzo de 1995 en Cartagena (Colombia), el primer taller de la Fundación para el Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI), que lleva su nombre y que durante 20 años también ha conservado su esencia.

Ese día se abría un seminario para la libertad de prensa, pero al mismo tiempo se hacía realidad un sueño de ‘Gabo’: volver a sus inicios periodísticos para trabajar en dos aspectos claves del oficio, la práctica y la ética.

Hoy es el legado más tangible que deja el escritor colombiano de esa relación íntima que mantenía con el periodismo más allá de la literatura.

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Luego de haber abandonado la carrera de derecho (decía que era el peor de su clase) y de escribir cuentos para suplementos o columnas en los periódicos El Heraldo, El Universal y El Espectador, de su país, Gabo comienza su labor como periodista en este último, en 1954. Su primer reportaje, El relato de un náufrago, que cuenta la historia de un tripulante de un buque militar que cayó en alta mar y sobrevivió diez días a la deriva, fue censurado por el régimen del Gral. Gustavo Rojas Pinilla y marcó el ascenso de su carrera.

Colaboró con diarios de Colombia con el seudónimo de Septimus y fue reportero en Europa de Prensa Latina.

Desde entonces sus escritos transitaron entre la realidad y la ficción, entre el reportaje y la novela, entre el realismo y el diarismo mágico. E incluso entre exageraciones e invenciones, según han mencionado críticos o editores que trabajaron con él. Uno de los casos, según recoge el sitio en internet BBBCMUNDO.com, se dio cuando El Espectador lo envió a cubrir una protesta contra el gobierno de Quibdó, en el estado del Chocó. Al llegar, no había protesta, pero para no volver con las manos vacías él y el corresponsal del lugar convocaron a una para tener nota. Años después, en una entrevista con el periodista Daniel Samper, Gabo confesó en alusión a ese episodio: “Inventábamos cada noticia...”.

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Lejos de esa etapa inicial, el nobel de literatura de 1982, que ya se había consagrado como escritor a nivel mundial, consideraba “urgente” una renovación del periodismo y decidió reclutar a periodistas reconocidos para que trabajen con los que recién inician. Su propuesta era hacer una pausa en la formación académica y volver al sistema primario de talleres prácticos.

Nila Velázquez, editora de Opinión de EL UNIVERSO y quien lo conoció en el 2008 en Monterrey, refiere que esa relación de García Márquez con las letras y su capacidad para narrar se inició en el mundo del periodismo y fue este el que lo condujo a la literatura. Sin embargo, nunca abandonó su convicción de que el periodismo es el mejor oficio del mundo y para ayudar a formar a quienes lo ejercen creó esta fundación, por la que han pasado centenares de mujeres y hombres “que creen en la libertad de expresión y de prensa y en su importancia para la vida democrática de las naciones”, indica.

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Como periodista y escritor, Gabo no estuvo exento de la crítica por su cercanía con el poder. Se reunía por igual con Fidel Castro, su amigo personal,

Bill Clinton o François Mitterand; con Hugo Chávez, Yasser Arafat o el rey Juan Carlos. Para muchos, había una fascinación por el poder que se evidenciaba no solo en sus obras, como El Otoño del Patriarca o El Coronel no tiene quien le escriba, sino en su vida. “No hay en la historia de Hispanoamérica un vínculo entre las letras y el poder remotamente comparable en duración, fidelidad, servicios mutuos y convivencia personal al de Fidel y Gabo”, dice el escritor mexicano Enrique Krauze en su crítica A la Sombra del Patriarca.

Pero sus más allegados consideran que lo que Gabo buscaba era desentrañar a los poderosos, sin importar su ideología. Esto pese a su exaltación a Fidel y sus críticas a la derecha.

Para Darío Patiño, actual director nacional de noticias de Ecuavisa y quien trabajó con García Márquez en la década del 90, el escritor dejó las pautas de lo que implica ser un buen periodista: “un gran narrador, un gran lector, un riguroso investigador con una ética a toda prueba, con una inmensa recursividad y una infinita imaginación”.

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En su fundación, él mismo participaba de los talleres iniciales y su filosofía fue nunca entregar diplomas o certificados. Decía que “la vida se encargará de decir quién sirve y quién no”.

García Márquez se oponía a dar diplomas o certificados en la FNPI. Decía que “la vida se encargará de decir quién sirve y quién no”.