El oficio de talladores lo heredaron de su padre, Tobías Emilio Velásquez Marcillo (+). Alfredo, de 38 años, y Víctor Velásquez Guayaquil, de 49, dan forma a los troncos en el recinto Mamanica, cantón Jujan, y los transforman principalmente en monturas para caballería de varios tipos, que tienen demanda en Salitre, Vinces, Naranjal, Bucay, entre otros cantones.

Alfredo se enorgullece al decir que no les faltan pedidos. Y expone el porqué: “Estas no son pelacaballo; si les llegaran a pelar, ¿qué me irían a pedir más monturas?”, dice, convencido de la calidad de su trabajo.

A un costado de la vía Durán-Jujan, bajo un techado de zinc y sin ningún letrero que identifica al taller Hermanos Velásquez, Alfredo asegura que los asientos con fallas en los acabados tienden a lastimar la piel de los equinos, lo que molesta a sus jinetes, comenta.

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Las monturas toman forma con la azuela, una especie de hacha con una cuchilla en forma de media caña. Golpes suaves, continuos, moldean la madera de mango. “No es vidriosa, sino como enraizada, muy moldeable cuando está verde, y pesada pero liviana cuando se seca, y dura; otras maderas se quiebran...”, explica Alfredo.

Víctor garantiza que son capaces de elaborar monturas con características diversas, para suplir necesidades varias.

De una funda saca fotografías de asientos en las que llama la atención uno de montura doble. “Es para mellizos de 4 años, porque a veces quieren andar juntos y los papás mandan a hacer así”, comenta Víctor.

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Las monturas para mujeres no tienen pico, que es la punta delantera, a manera de cabeza. Víctor dice que se la obvia porque a las jinetas les molesta en el vientre.

Bateas (bandejas para amasar plátanos), palas (usadas para mover pepas de cacao), tablas de picar (para la cocina) e incluso bases de cama son parte de la oferta de los hermanos Velásquez, a precios módicos.

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Por este último insumo, por ejemplo, piden $ 35. En locales de Guayaquil, ese soporte vale por lo menos el doble.

Los Velásquez venden las monturas a $ 25. Y elaboran entre 20 y 25 de estas piezas a la semana. De los acabados se encarga un sobrino de ambos, Kevin Contreras. Él pone los ganchos metálicos en donde se atan las correas.

Sigue la labor de monturas y Alfredo recuerda que sus clientes le insisten en que ponga un letrero a su taller. Él no lo considera necesario porque su producto es reconocido por su calidad, dice seguro de sí.