Vio cómo su hogar, esa selva inhóspita en la que nació y en la que clanes rivales de la etnia huaorani se enfrentaban hasta la muerte, se fue transformando en un sitio donde convergen la explotación petrolera y nuevas formas de ver al mundo, a la naturaleza y la vida con la llegada de los cowori (los “de afuera”, en huao terero, el idioma ancestral de esta nacionalidad), lo que trajo consigo más conflictos a la zona.

Dayuma Caento fue el punto de encuentro de esta transición. El punto de partida se dio en la década del cincuenta del siglo XX, cuando huyó de la violencia tribal de su entorno que había cobrado la vida de su padre. Tras caminar varios días en la selva se encontró con las puertas de un mundo nuevo: la hacienda de un colono que la hacía trabajar bajo la lluvia y el sol, según ella mismo cuenta en un reportaje del programa Día a día, presentado en octubre del 2012 por Teleamazonas. Allí se la observa con un caminar lento en Puyo (Pastaza), donde le llegó la muerte el 1 de marzo pasado.

“Sembraba plátanos y yuca, trabajaba todo el día sin descanso, cuidaba animales y cocinaba”, dice Dayuma, en su idioma, en ese reportaje sobre su estancia en la hacienda del colono. En esas condiciones la encontró Raquel Saint y un grupo de mujeres del Instituto Lingüístico de Verano (ILV), una ONG evangélica que traducía la Biblia a lenguas poco conocidas.

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El encuentro se dio un año después de que cinco misioneros estadounidenses, entre ellos Nate Saint (hermano de Raquel), fueron lanceados en enero de 1956, en su intento por llevar el evangelio a los huaorani, conocidos como los temidos aucas por la ferocidad con la que cuidaban su territorio.

Dayuma encarnó así a una mujer que “ha sido como la puerta entre el mundo antiguo huaorani y la sociedad ecuatoriana (...). Era la gran intermediadora con el mundo de fuera. La primera huao que salía hacia los cowori y no solo regresaba viva, sino con gran poder”, dice Miguel Ángel Cabodevilla, misionero capuchino y estudioso de la nacionalidad huaorani.

Tras ayudar en la traducción de la Biblia al huao terero y viajar a EE.UU. con Saint, donde se presentó en programas de televisión, Dayuma retornó a la selva con los del ILV, pero convertida en otra mujer. Una que desde las avionetas, sobrevolando las chozas de los que hasta entonces eran no contactados, arengaba en su idioma materno a que dejen sus lanzas y se agrupen para vivir en comunidades, afirma Pedro Enqueri, sobrino de Dayuma, quien nació y creció en una de estas comunidades: Toñampari, fundada en 1979.

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Allí llegaba con telas que compraba en los poblados cercanos para enseñar a coser a las otras mujeres. “Mi tía me dio cosiendo ropa. Nos decía que teníamos que andar con pantaloneta. Y siempre repetía: ‘Basta de lanzas, no hacer lanzas y no puede matar entre ustedes porque es un pecado’”, cuenta Enqueri.

Toñampari era el punto de partida de las incursiones al territorio de los no contactados. Y es en ese poblado donde descansan los restos de Dayuma, quien falleció a eso de las 07:00, “como durmiendo”, dicen sus allegados, luego de que había pronosticado que moriría por estos días, según cuenta Eva Guiquita, una de sus cuatro hijos y quien la cuidaba en Puyo.

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“Mi abuela pidió que la entierren en Toñampari, junto a su nemo (“estrella”, en idioma huao terero), como llamaba a Raquel, dice Mateo Manya, nieto criado por Dayuma hasta que cumplió 19 años, cuando se fue a Puyo.

Manya, ahora de 30 años, recuerda que su aversión por las lanzas seguía ya de adulto, ya que su abuela solo le permitía tener la cerbatana y la flecha con curare (veneno) para la caza.

Para Eduardo Pichilingüe, coordinador del Observatorio de Derechos Colectivos del Ecuador, la figura de Dayuma es polémica porque para unos representa a quien promovió el contacto con todas sus implicaciones (proceso de aculturación, intervención de las petroleras, el ingreso de los misioneros). “No olvidemos que el ILV tenía una agenda petrolera (se financiaba con las petroleras que tenían intereses en esos territorios) y una forma agresiva de evangelización”, dice. Mientras que para otros, según Pichilingüe, fue una líder que de alguna forma promovió ese contacto, “pero lo hizo pensando en que esto iba a salvar a su pueblo de la guerra interna y que lo iba a llevar al desarrollo”, recalca.

Como parte de su legado, a Dayuma se le atribuye que con su impulso se reconoció el derecho territorial de los huaorani sobre un área que ahora es de 679.220 hectáreas.

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Sus familiares y allegados dicen que Dayuma rechazaba la expansión petrolera sobre el territorio huaorani para proteger a los tagaeri y taromenane, clanes aún no contactados. Y en el reportaje lo reitera: “Los tagaeri cuidan el territorio, por eso hasta hoy tienen un territorio grande. Ahí no entran las petroleras; si ellos ingresan, contaminarán las aguas limpias. Ellos toman esa agua y se pueden enfermar”, dijo Dayuma en el 2012.

‘‘Primero fue, sin saberlo, un instrumento misionero y económico del poder petrolero. Luego aprendió a defender mejor los derechos de su gente”.Miguel Cabodevilla, capuchino.