Me voy a meter de lleno en esta campaña porque la revolución se construye desde lo local”. El anuncio lo hacía el presidente Rafael Correa el pasado 4 de enero, tres días antes del inicio de la campaña para las elecciones del 23 de febrero (23F), que dejaron –como él mismo ha dicho– un revés para el movimiento oficialista.

A su declaración le sucedieron cuatro pedidos de licencia a la Asamblea para encabezar caravanas y mítines junto a los candidatos de Alianza PAIS (AP), discursos de apoyo, aparición en spots y su rostro replicado por el país en afiches y gigantografías de los aspirantes a alcaldes, prefectos y concejales.

Su ‘metida de lleno’ siguió con dos cartas y un video dirigido a la militancia de Quito y a los quiteños, en el que advertía: “Juntos hemos logrado nueve victorias consecutivas... juntos debemos lograr la décima. El enemigo sabe la importancia de Quito. Quieren tomarse la capital para de ahí desestabilizar al Gobierno”. Decía, además, que votar por Augusto Barrera era votar por la revolución y que estaba en juego el proyecto político.

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El 23F AP perdió Quito y Cuenca, logró solo una Alcaldía en las diez ciudades más pobladas (Durán) del país y tres de las 24 capitales de provincia. De acuerdo con los datos de población del INEC, Guayaquil, Quito, Cuenca, Santo Domingo, Ambato, Portoviejo, Machala, Durán, Manta y Riobamba son las diez de mayor población y representan el 49% del electorado nacional (suman 5’698.216 electores de los 11’600.000 habilitados en este proceso).

AP, sin embargo, tendría la mayoría (más de 60 en alianza) de las 221 alcaldías y alcanza, hasta los resultados ingresados el viernes por el Consejo Nacional Electoral, 11 de las 23 prefecturas (siete solos y cuatro en alianza). En el 2009 alcanzó seis propias y tres en alianza.

¿Qué significa para la revolución los resultados del domingo pasado? Para el analista Simón Pachano, de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso), marcan un antes y un después en el proceso que ha impulsado el Gobierno porque es la primera vez que el presidente enfrenta una derrota.

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“Él planteó esto casi como un referéndum respecto de la revolución y ha salido derrotado. Si bien es cierto sigue siendo la primera fuerza, no ha ganado en los sitios que debió ganar. Sobre todo en capitales de provincias y las más grandes, eso simbólicamente es un problema”, dice.

En ello coincide el analista Julio Echeverría, docente de Ciencias Políticas de la Universidad Central del Ecuador, para quien el 23F significa un remezón que afecta, como lo advertía el presidente, a la revolución ciudadana en su núcleo central.

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“Ese es el resultado, en mucho, de su propia intervención protagónica en el proselitismo electoral. Lo que se demostró es esa característica impositiva de concentración absoluta del poder en la figura del presidente y fue ese elemento, que es consustantivo con el modelo de la revolución ciudadana, el que ha sido contrastado por el resultado electoral”, asegura Echeverría.

Las elecciones seccionales y nacionales han tenido históricamente características diferentes en el país, explica Willington Paredes, director del Instituto de Investigaciones Económicas y Políticas de la Universidad de Guayaquil. Por eso no pueden ponerse en un mismo plano ni decir que constituyen una aceptación o negación a una definición ideológica. “No se puede hablar de que si Correa ganó, la gente está con la revolución o si perdió está en contra. El pronunciamiento electoral es una opción electoral frente a una coyuntura donde hay determinadas propuestas para un proceso de un programa político”, dice.

Pachano considera que fue un error poner en otro nivel una elección seccional e involucrarse porque llevaba un riesgo para Correa, que ha afianzado su liderazgo ganando elecciones y desafiando a que lo enfrenten.

Esto, por un lado, quitó efectividad a la separación de ambos procesos que hizo la Asamblea Constituyente en el 2007; y, por otro, evidenció la debilidad de los candidatos y del propio AP.

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“En Correa hay una dificultad de comprender que el estado nación es una versión no totalitaria sino democrática, que supone la comprensión de la diversidad de lo local”, dice Paredes. Y al no entenderlo así, se generaron elementos simbólicos que jugaron en contra. Uno de ellos es la distorsión de la representación. Correa presentaba a los candidatos, cuando ellos debían consolidarse por sí solos.

En AP no se menciona la palabra derrota. Dirigentes como Galo Mora o Betty Tola han asegurado a medios televisivos que siguen siendo la primera fuerza del país, que ampliarán su presencia en concejos cantonales y prefecturas y que con organizaciones aliadas, como los partidos Avanza o Socialista, la tendencia de izquierda gana en el país.

El discurso cambió luego de los resultados, cuando Correa dijo que hubo sectarismo en AP. Antes, él mismo en un tuit del 19 de febrero aseguró: “¡Que nadie en el Ecuador se pierda! Solo la 35 es Alianza País, la lista de la Revolución Ciudadana (sic)”.

Ximena Ponce, integrante del buró de AP, reconoce que es un golpe no haber logrado la reelección en Quito y Cuenca, pero que eso no significa haber perdido el proceso de revolución. Apuesta a radicalizarla: expresar de mejor manera en los territorios “su programa de combatir la pobreza, la miseria y la desigualdad”, y hacer alianzas poselectorales con movimientos y organizaciones sociales.

La Revolución Avanza, considera el gobierno, y es, literalmente junto a ella, donde surge un aliado pero a la vez el posible adversario de AP para el 2017: Avanza, liderado por el ministro de Industrias, Ramiro González, y que tras obtener más de 40 alcaldías se ubica como segunda fuerza. “Este partido se hizo para gobernar este país”, dice John Argudo, su secretario nacional. Asegura que trabajan en la consolidación del partido para ir con candidato en el 2017 y que su primera carta es González.

SUMA, que ganó cuatro capitales de provincia y dos prefecturas, también habla de fortalecerse. Pero su vicepresidente, Guillermo Celi, cree que es prematuro hablar sobre sus opciones para el 2017 luego de que Mauricio Rodas, alcalde electo de Quito, ha ofrecido terminar su periodo, en el 2019.

Con ese escenario, Echeverría cree que AP debe revisar en profundidad el modelo que impulsa la revolución. “Creo que sí significa de alguna manera que hay un cierto reposicionamiento de la gente (ante la revolución), que ve que las cosas pueden cambiar de un momento a otro y que si no está presente Rafael Correa todo el proceso entra en crisis”, agrega Pachano.

La revolución ciudadana lleva el nombre y apellido de Correa, más allá de una coincidencia en sus iniciales. AP lo sabe y dio el primer paso: el viernes, la presidenta de la Asamblea, Gabriela Rivadeneira, dijo que su bloque enviará una enmienda constitucional para permitir la reelección de Correa, una vez más.

Las voces luego de las elecciones No somos de la misma casa, porque Alianza PAIS es una organización política y Avanza otra. AP es un movimiento y Avanza un partido. Nosotros somos socialdemócratas”.Ramiro González, Director nacional de Avanza