En la zona arrocera de las parroquias Laurel y Limonal, los agricultores tenían hasta el sábado pasado cinco días sin lluvias. Perfecto Villamar, dirigente arrocero del sector de Magro, dice que esa “para de agua” permite cosechar la gramínea sin los contratiempos que provocarían aguaceros continuos.

Así lo hace Paquita Loor, productora arrocera del recinto Loma de Papayo. En un cuadrante de su terreno se recoge arroz; en otro, se ara la tierra para la próxima siembra. “Cosechamos y por ahí mismo se siembra”, dice la mujer, que supervisa a sus jornaleros.

En días de la segunda quincena de enero pasado, lluvias nocturnas inundaron sembríos de arroz pertenecientes a pequeños agricultores de Laurel y de recintos aledaños como Aguas Blancas, Maderas Negras y Jaguar. Pero en Lomas de Papayo, Huanchichal y otros poblados cercanos, en la zona donde se ejecuta el Plan América Lomas, proyecto de agroproducción que cuenta con canales de riego, no hubo mayor afectación.

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El ciclo del arroz dura alrededor de tres meses. Villamar afirma que hay productores arroceros que luego de la cosecha dejan pasar a lo mucho cuatro o cinco días para sembrar otra vez, que precisamente esas pausas del invierno son aprovechadas para ello.

Los jornaleros empiezan su jornada casi a la par de la salida del sol. Unos manejan los llamados canguros (con los que se ara la tierra), otros se encargan de construir los cerramientos de tierra y de sembrar las plantas de arroz. A las 11:00 ya se sirven su almuerzo.

Xavier Alvarado, poblador de Aguas Blancas, también alista la tierra con el propósito de obtener unas 160 sacas de arroz luego de tres meses. Convencido, dice que la siembra de febrero es menos peligrosa porque no llueve en mayo.

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Recién cosechó 80 sacas de arroz, la mitad de lo que, asegura, pudo obtener si las lluvias no hubiesen sido tan seguidas y repercutido en la inundación de su arrozal y los de sus vecinos. “Pero ahí estamos porque de la tierra vivimos”, refiere.

3
meses es el tiempo promedio del ciclo de sembrado.