Vestido completamente de blanco, un color que hace juego con su canoso cabello, Quico atiende a sus clientes. A los que llegan a preguntar por sus redes para pescar o los comensales que paran en la esquina de Piedrahíta y Molina Arroyo, al pie del río Daule, a probar su corvina frita o caldo de bagre.

Quico Bonilla, como conocen los dauleños a Fernando Enrique Bonilla Bodero, de 78 años, es uno de los cuatro tejedores de redes de río que aún quedan en esa cabecera cantonal.

Ese es un oficio que aprendió desde pequeño y que aún ejerce, al mismo tiempo que atiende el comedor que instaló hace más de tres décadas para completar sus ingresos y mantener a su familia, cuando dejó su trabajo como pescador de río.

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De un lado de su vivienda tiene el comedor El Chanfle y del otro, la venta de redes Honorato, en honor a su padre, de quien aprendió esta labor artesanal. “Ya no se puede vivir solo de la venta de redes, porque antes había más pescado en el río”, asegura Quico.

Él destina unas tres horas cada día al tejido de las redes que sirven para atrapar tilapias, bocachicos, guanchiches, dicas y otras especies de agua dulce. Cada red la puede terminar en unos quince días, si mantiene ese ritmo de trabajo.

Su primer elaborado fue un bajío para coger camarones, que hizo a los 8 años. Dos años después confeccionó su primera red, aunque no como su padre las hacía. “Me quedó una punta más grande y la otra no me cuadraba, pero después se arregló y sirvió”, recuerda.

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Quico añora décadas pasadas, cuando los ríos eran caudalosos, llenos de peces saltarines y llegaban decenas de moradores de poblaciones ribereñas a comprar redes para las faenas de pesca. En temporada baja vende una o dos al mes. En invierno, en un buen tiempo, puede comercializar entre 8 o 10. Cada una puede costar $ 80.

Sus principales clientes de las redes son personas que ya lo conocen desde hace años y que saben de la calidad de sus tejidos, que los exhibe en los costados de su comedor.

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A falta de un dinámico comercio de redes, Quico, quien proviene de un hogar de 14 hermanos, también se dedica a armar mallas para jugar voleibol y redes para arcos de fútbol.

Las elabora bajo pedido porque, dice, no tiene el suficiente capital para tener un surtido almacenado. “Este es un oficio de vocación, pero de pocos ingresos”, refiere Quico, quien ha vivido con modestia, pero con el orgullo de que sus hijos hayan estudiado una profesión, aunque eso signifique dejar de lado el oficio que heredó y para el que no tiene fecha de retiro.

Aprendí el oficio de mi padre, viéndolo.

Él decía: ‘aprendan, para que cuando yo me muera ya sepan’. A los 8 años ya estábamos viendo cómo tejía”. Fernando Bonilla, tejedor