El 9 de octubre del 2012 Malala Yousafzai, de 15 años, volvía a casa tras realizar unos exámenes en el colegio ubicado en el valle de Swat, en el norte de Pakistán, cuando el bus en el que volvía junto a otras quince niñas fue abordado por dos talibanes armados. Uno de ellos preguntó: “¿Quién es Malala?”.

Moniba, su mejor amiga, le agarró fuerte la mano. Malala no tuvo tiempo de decir nada; al ser identificada, le dispararon a quemarropa. Dos balas impactaron en su cuerpo, una en la cabeza y otra en el cuello. Los agresores la dieron por muerta.

Su nombre había saltado a la palestra al saberse que ella era la niña que escribió un blog en la web de la televisión pública británica bajo el seudónimo de Gul Makai, durante la dominación talibán de Swat, entre los años 2008 y 2009. Fue en esa época cuando muchos niños, y sobre todo muchas niñas, se quedaron sin escuelas, primero, por la prohibición de los talibanes y, luego, por los combates que duraron casi medio año.

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Por aquellas denuncias alcanzó fama en Pakistán y cierta notoriedad internacional, en parte por el impulso de su padre (propietario de una escuela en el valle). Aunque esa misma fama le acarreó más enemistades entre los radicales.

La niña había iniciado una encendida defensa del derecho de las niñas a ir a la escuela y explicó cómo, a pesar de las prohibiciones de los talibanes en su región, ella y otras niñas burlaban los obstáculos y seguían asistiendo a clase gracias al valor de algunas maestras. Su discurso era considerado provocador por los extremistas que enviaron a sus pistoleros.

Aquel 9 de octubre del 2012 solo un milagro hizo que Malala pudiera salir viva. Tras permanecer en la unidad de cuidados intensivos de un hospital en Rawalpindi, sur de Islamabad, Malala fue trasladada en un avión-ambulancia hasta el Reino Unido donde fue atendida de las secuelas causadas por el ataque.

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Los culpables, miembros de la facción talibán que había aterrorizado el Swat y que ahora se refugia en el vecino Afganistán, fueron identificados pero nunca arrestados.

A partir de ahí, vino la lenta recuperación -aunque aún son visibles la secuelas que le dejó el atentado- y el ascenso de Malala como icono internacional. Ha hablado en Naciones Unidas y recibido homenajes y premios como el del Parlamento Europeo esta semana, y fue la favorita para recibir el premio Nobel de la Paz. Con la ayuda de una periodista británica ha escrito un libro sobre su historia que presentó esta semana titulado: Yo soy Malala.

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De mirada expresiva y gestos de buena oradora, reconoce que en esta etapa, repleta de viajes, entrevistas y actos públicos, le cuesta seguir estudiando, pero su sueño sigue intacto, un mundo “muy simple” en el que cada niño va a la escuela, donde aprenden, tienen libros y lápices, y viven una vida feliz y en paz.

“Hoy es un sueño, pero lograremos que mañana sea una realidad”, asegura la joven, quien agradece las muestras de apoyo y todo el amor que recibe.

Gracias “a Skype y al móvil” Moniba le cuenta los chismes de la escuela.

Cuando le preguntan por su vida en casa, lejos de las cámaras y al margen de los discursos, habla con ternura de sus dos hermanos pequeños, de como se la pasan “todo el día peleando y jugando al iPad”, como otros niños de su edad. “Pero yo les digo que empiecen el activismo en casa, que vayan a la escuela y que aprendan”.

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Acompañada siempre de su padre, Malala tiene tiempo para reivindicar a Tor Pekai. “En la foto la gente solo ve a Malala y a su padre, pero no pueden ver a la mujer que hay detrás de ellos, mi madre. Es muy valiente, en los momentos más difíciles nunca dejó de apoyarnos”.

Un año después de sobrevivir de forma milagrosa al zarpazo del terrorismo, la joven Malala tiene hoy más claro que nunca que su futuro pasa por continuar su cruzada por la educación femenina, y está dispuesta a seguir formándose, meterse en política y “llegar algún día a ser primera ministra de Pakistán”.

Hoy lo tiene claro, pero hace años soñaba con ser médico porque en la sociedad pastún “es difícil para una niña imaginar” lo que puede llegar a ser. Después empezó a ver el mundo, poco a poco, a conocer a mujeres como Benazir Bhutto; a Martin Luther King o al líder sudafricano Nelson Mandela, y entonces pensó: “Malala, puedes ser quien quieras”.

Solo son terroristas que quieren imponer sus leyes a través de las armas y en nombre del islam... el verdadero islam es una religión de respeto, de paz, de tolerancia”.