Campoverde es un recinto del cantón El Empalme, en Guayas, donde, pese a que es verano, prevalece el verdor de las plantaciones. Una escuela estatal, a la que asisten noventa niños, es el sitio donde más ruido se escucha la mañana del pasado 5 de julio. Aunque los cuatro maestros evitan hacerlo, los niños aún comentan lo sucedido la noche del pasado 6 de junio, cuando una avioneta mexicana aterrizó en el sitio y –aseguran– acabó con la tranquilidad de la zona. A los pocos minutos de su llegada se desató un tiroteo.

Eran las 19:00, dicen los testigos, cuando la aeronave aterrizó. Su intención, según las autoridades policiales: trasladar a México 498.725 kilos de cocaína, presuntamente al cartel de Sinaloa. Un exmiembro de las Fuerzas Armadas, detenido por narcotráfico en el 2010, fue identificado como supuesto cabecilla del grupo, informó días después el viceministro del Interior, Javier Córdoba.

En Campoverde, niños y adultos, comentan que esa operación, que terminó con nueve detenidos, los dejó nerviosos. Los padres hablan poco. Pero los maestros escuchan que los niños narran la acción policial. “No pude dormir. Se oía una balacera interminable”, dice la tendera. “Los padres vinieron a la escuela y se negaban a irse sin sus hijos, estaban inquietos”, narra una maestra. “Yo vi la droga en cajas (de madera) de tomates”, dice un pequeño al que nadie le pregunta, pero habla del caso porque con sus amigos llegó hasta la pista, ubicada a 300 metros de un recinto militar.

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Hoy en el lugar permanecen ocho militares. “Queremos que la gente se sienta segura, que no tema. Acá no van a volver los narcos”, comenta uno, mientras camina armado. Por las noches descansan en una pequeña casa donde vivía una familia que fue hallada atada de pies y manos.

El Empalme es uno de los últimos cantones afectados por las operaciones narcodelictivas en el Ecuador, desde enero pasado a este mes la Policía de Antinarcóticos incautó alcaloides en todas las provincias, incluida la región Insular. En total ya se superaron las 25 toneladas (25 mil kilos), asegura Juan Carlos Barragán, jefe nacional de Antinarcóticos. “Por donde sea los narcotraficantes buscan facilidades logísticas para realizar los embarques de droga”, expresa.

Solo en Guayas se han incautado 11 toneladas, de las cuales al menos 3 iban a ser destinadas al microtráfico, asegura Wladimir León, el jefe provincial de Antinarcóticos. Uno de los sitios donde más conmoción ha causado la acción narcodelictiva es la parroquia Tenguel, en Guayaquil. La salida al mar que tiene el sitio El Conchero iba a ser aprovechada por un grupo que operaba desde Manabí. En mayo pasado fue descubierto cuando intentaba sacar 771 kilos de droga hacia alta mar en pangas.

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Hoy Lucía, una moradora del centro de Tenguel, donde la Policía halló parte del alcaloide incautado, dice que cuando se enteró de la detención de los que habían sido sus vecinos, sintió que había estado “conviviendo con el enemigo”. “Un día antes un hombre había estado por aquí, y, cuando le pregunté qué era la mercadería que había en los cartones que guardaba en los locales que alquilaba allá (señala una casa cercana), no me precisó. Nunca imaginé que en esas cajas había droga”, narra.

Esa sensación se traslada a El Conchero, recinto de Tenguel donde viven unas 350 familias. Sus moradores cuentan que la oscuridad en la que permaneció –al menos dos años– un puente del sitio era aprovechada por desconocidos. Los últimos aparecieron a fines de abril, unas tres semanas antes de la incautación de la droga. “Andaban en moto, bien vestidos, como ‘campaneando’ (mirando) el movimiento. No puedo dar más información. Esos son temas delicados. El sapo es un hombre muerto”, comenta un morador de la zona, y se aleja deprisa.

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La escena se repite en otra provincia. Con un apuro similar atiende un guardia de una empresa de Los Ríos, donde en febrero pasado aterrizó de emergencia otra avioneta de bandera mexicana. Dos tripulantes la abandonaron al no poder despegar. En su interior había comestibles, jugos y botellas con agua envasados en México; además, se encontró una caja de huevos de Sinaloa.

Ya son cinco las aeronaves investigadas bajo sospecha de narcotráfico en el último año y medio. “Han sido cinco avionetas de los miles de vuelos que los narcotraficantes hacen. Ellos han intentado utilizar en nuestro territorio, pero han fracasado... Las organizaciones con quienes tenían vínculos están en la cárcel”, dice Barragán, y asevera: “No descartamos que otros grupos criminales ecuatorianos pudieran asociarse para dar facilidad al ingreso de avionetas a futuro, pero los servicios de inteligencia no descansan, tampoco las coordinaciones internacionales...”.

Cuando se refiere a “organizaciones que están en la cárcel” el general de Policía vuelve a citar el caso de la avioneta incautada en Campoverde. No solo su bandera mexicana lleva a las autoridades a deducir su vinculación con el cartel de Sinaloa, sino dos cruces halladas en su interior. En ellas se habían plasmado los nombres de los dos ciudadanos mexicanos que fallecieron en mayo del 2012, cuando una avioneta se estrelló en el sitio Loma de la Muerte, en Coaque, Pedernales, Manabí, con 1’340.000 dólares.

La Policía cree que la banda detenida en El Empalme tenía nexos directos con los mexicanos fallecidos y que la intención era rendirle un homenaje póstumo a los caídos en la Loma de la Muerte, quienes, según dijeron de autoridades de su país, eran de Sinaloa. Tras el accidente se halló un laboratorio de procesamiento de alcaloides en la vía San Isidro-Jama, en una finca de El Salto de Bigua.

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En la zona costera de Manabí y Esmeraldas, el temor de los pobladores es latente. Hay lugares donde los narcotraficantes han vuelto a operar. Por eso, algunos prefieren no referir las experiencias vividas. Sin embargo, en el sitio manabita La Boca de Puerto Cayo, protegiendo sus identidades, los moradores expresan su temor.

“El que nada hace, nada teme, pero sí se siente miedo. Esa gente es mala”, dice una moradora, mientras recuerda el último operativo hecho en marzo pasado, cuando la Policía descubrió que –al parecer– se pretendía refinar media tonelada de pasta básica de cocaína.

En el sitio se había levantado una construcción de concreto, con una instalación eléctrica de primer nivel. “Queremos que la policía venga más seguido acá”, dice un agricultor. Un pedido similar al que hacen en Campoverde. Ahí no quieren que los militares abandonen la pista.