La jornada laboral está por terminar en Guayaquil. Y Johnny Donoso llega del centro y se alista a iniciar el retorno a la ciudad desde las afueras de Pascuales. Es la quinta vuelta que realiza en el bus de la 63, que arranca en la esquina donde la noche anterior fue asaltado.

El conductor, de 39 años, siente aún la sensación del golpe que le dio en la cabeza uno de los tres asaltantes que antes había recogido como pasajeros. Se llevaron los $ 160 de los pasajes. “Me pelaron”, dice con coraje.

Son las 16:40 del viernes y Donoso lleva 10 horas al volante, un día después de ese episodio. Su rostro refleja cansancio, pero trata de reponerse porque debe volver y cubrir un recorrido más, el de la ‘hora del robo’. Con ese completa su paga de $ 30 o el equivalente a $ 5 por vuelta, que le puede tomar 3 horas por los cambios que ha tenido su ruta por el ingreso de la Metrovía. Es una rutina que vive a diario, al igual que otros choferes que hoy recuerdan su día.

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A las 17:30, el bus está atrapado en medio del tránsito del norte. El claxon que tiene la potencia de un tráiler, parece un aliado de Donoso. Lo suena una y otra vez para advertir, para abrirse paso.

En el interior, una rana que cuelga en un espejo del bus se desliza de un lado a otro, como si fuese al compás de la música tropical que retumba. Donoso se da tiempo para cantar pedazos de las canciones. Asume que la emisora que sintoniza entretiene a sus pasajeros porque, hasta ahora, según él, nadie le ha pedido que la cambie. “La gente también está gozando”.

Cada día trata con unos 800 usuarios, unos amables y otros ‘pitiones’, porque le solicitan que pare donde ellos quieren y si no lo hace, se ponen molestos, refiere. Mientras recoge a unos pasajeros en una calle se escucha por detrás la bocina insistente de un volquete. El bus no le da paso. “Si lo dejo pasar, el man va despacito”, justifica.

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Donoso lleva 20 años como chofer, pero recién desde hace tres años está afiliado al Seguro Social. El dueño del bus lo afilió. Eso le genera tranquilad, pero a la vez cierta desazón al recordar que 17 años de su trabajo no existen en el seguro. Sostiene que por ese motivo no pudo antes acceder a un préstamo para una casa propia.

Así que ve como positivo que se exija a los operadores de transporte la afiliación de los choferes. “Hay compañeros de otras líneas que siguen sin estar asegurados”, acota. A él le descuentan $ 45 por el IESS.

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A la mitad de la ruta, Donoso se da cuenta de que un bus de su misma línea se aproxima. Acelera la marcha y esquiva lo que está a su paso. Él decide dejar a unos cuantos para que la siguiente unidad los recoja y vaya quedando rezagada.

Llega al centro y una mujer le pide que pare, pese a que el bus se detuvo unos metros antes, en el mismo tramo. “¡Pare, pare!”, le insiste para hacer escuchar su voz en medio de la música. Eso es de todos los días, dice.

No pasa mucho tiempo y el bus de la 63 que había dejado vuelve a encontrarse. La estrategia reaparece, deja unos pasajeros para el de atrás y sigue el retorno para la última vuelta.

De mañana es más tranquilo trabajar, de tarde es recontra estresante. Ahora casi en todas las calles hay tráfico”. Johnny Donoso, chofer de la 63