Él tiene que mediar entre las peleas de sus hijos, que a veces no comprenden porque actúan compulsivamente. Tiene que cuidar a sus nietos de entre 3 y 2 años, que al caminar pierden el equilibrio. Teme que un “mal golpe” los pueda lastimar. Es el que cocina para la familia y para vender platos típicos, empanadas y tortillas. Con eso logra mantener a los 11 miembros de su familia.

De ellos, siete tienen discapacidad intelectual que va del 30% al 75%. “Son como distraídos, casi no entienden. No terminaron la escuela porque me dijeron que los trajera a casa, que ellos no estaban para aprender”, cuenta Santos Morales, de 55 años, quien vive en el callejón 23 y la R, en Cisne Dos, a pocos pasos del estero Salado, en el suburbio oeste de Guayaquil.

Su esposa, cuatro de sus siete hijos y dos de sus nietos tienen discapacidad intelectual. A veces convulsionan, se vuelven agresivos o se aíslan.

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Uno de sus hijos se escapa por las noches. Él teme que un día de estos caiga al estero y se ahogue. Ha recibido ayuda de fundaciones, que le construyeron una casa para vivir.

Sus cuatro hijos con discapacidad reciben el Bono de Desarrollo Humano. Con eso, dice, les compra medicinas y los lleva a consultas particulares, porque la mayoría de las veces no encuentra cita en los hospitales públicos. Y cuando hay, no consigue todas las pastillas, que toman a diario para evitar convulsiones frecuentes.

Trata de hacer cuatro o cinco cosas a la vez, mientras atiende la entrevista de este Diario: cocina; empaca las tortillas que su esposa y las hijas con menor grado de discapacidad salen a vender por el barrio; llama la atención a una de sus hijas que tiene la mirada perdida; levanta a una nieta que se desplomó mientras caminaba y revisa que no se haya cortado o golpeado. “No puedo enfermarme porque todos dependen de mí. Yo quisiera tener un trabajo estable, pero no puedo. No los puedo dejar solos”, agrega. Si al día sus hijas y esposa venden las 16 empanadas que hace, obtendrán ingresos de $ 8. Por lo general perciben $ 3 diarios.

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Su hijo de 22 años suele salir a buscar empleos temporales, de limpieza o pintura. A veces hay, pero sin afiliación al Seguro Social ni beneficios de ley. Él hizo un curso de computación y terminó el bachillerato, es la única experiencia con la que cuenta. No tiene discapacidad.