Al ingresar a su casa en la urbanización Belo Horizonte, donde también tiene su consultorio, hay que sacarse los zapatos, de esa forma la persona se despoja de defensas y estará más vulnerable, dice Óscar Nieto Barquet, guayaquileño, 58 años, psicólogo seguidor de las constelaciones familiares, terapia que postula que los miembros de una familia se influyen recíprocamente en su salud y en su conducta y que fue creada por Bert Hellinger, teólogo, pedagogo y filósofo alemán.

Óscar es el resultado de sus propias constelaciones. Por muchos años ejerció su profesión de psicólogo clínico bajo la línea psicoanalítica de la Universidad Católica de Guayaquil, donde obtuvo su título y de la que también fue docente hasta que se fue a Quito a trabajar en una corporación de mujeres sustitutas, aquellas que cuidan a los hijos de otras mientras estas se van a trabajar, y se vinculó más con la psicología humanista, pues siempre le llamó la atención ver al ser humano de forma integral, esto es la parte emocional, física, biológica, y relaciones sociales. “Lo conductual nunca estuvo sobre la mesa para mí, lo conductual era como un elemento visible, pero bastante superficial”.

Tal vez esa forma de ver la psicología ya lo estaba acercando a su camino. En el 2005, por insistencia de una colega, Lilia Rojas, participó en un taller de Constelaciones familiares. “Para mí fue una experiencia que doce años después no deja de asombrarme, fue reveladora, sanadora.

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Yo había venido viviendo una experienca dolorosa en relación con mis hijas, porque por esas cosas de la vida la madre y yo nos separamos y se establecieron diez años de distancia, con imposibilidad de verlas, y el día que me invitaron a ese taller, en contra de mi voluntad, porque no tenía interés en cosas que me parecían extrañas. Pero ese día hice mi constelación, que es una representación de una imagen del sistema familiar con la ayuda de otras personas que no tienen idea de lo que uno está pasando.

En el ejercicio de la misma estos representantes comenzaron a tener comportamientos, actitudes y manifestaciones que eran características mías, de la madre de mis hijas y de mis hijas y que derivaron en movimientos que llevaron a que quien me representaba se acerque a la madre de mis hijas y la abrace, y que las representantes de mis hijas se acerquen a nosotros y también nos abracen, lo asombroso es que estas personas pudieran representar sin saber nada de la situación”.

Al día siguiente, Óscar recibió la llamada de su hija mayor después de 10 años y se reencontró con ellas y con su exesposa. “Todo es como debe ser, nada sucede porque sí y una de las cosas maravillosas de las constelaciones es que nos ayuda a poder vivir en equilibrio, en alegría, en salud, desde entonces para mí han sido doce años de progreso maravilloso en la relación familiar porque la estabilidad de los hijos se establece en que el padre y la madre se respeten mutuamente”.

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A partir de entonces acompañaba en sus talleres a su colega, cada vez más se convencía del poder sanador de las constelaciones familiares y comenzó a ir a Lima y Buenos Aires a seminarios con Bert Hellinger y obtuvo la certificación que duró tres años.

Más que una técnica terapéutica, dice Óscar, “Bert Hellinger describe maravillosamente las constelaciones familiares como un ejercicio al servicio de la vida, del amor, de lafamilia, de la paz”.

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Precisa que los conceptos básicos son la reconciliación a través del reconocimiento, de lo que es, eliminando los juicios de bueno o malo, correcto o incorrecto.

“Todo es como debe ser, nada sucede porque sí en la vida, y una de las cosas maravillosas de las constelaciones familiares es que nos ayuda a poder vivir en equilibrio, en alegría, en salud”.

En las constelaciones existe lo que se llama los órdenes del amor y son tres, explica. El primero es la de la jerarquía, “hay que honrar a nuestros mayores, no importa la historia que hayan vivido ni lo que hayan hecho, romper este orden implica sufrimientos, fracasos, falta de salud, de autoestima...”.

El segundo orden, prosigue, es la de pertenencia. “Todos tenemos derecho a pertenecer al sistema familiar, incluso los no nacidos, los abortados, los hijos en otra mujer, en otro hombre, incluso las víctimas de un perpetrador en el sistema familiar, como un asesino, por ejemplo, o un adicto, homosexual y a todo aquel que sea diferente a como la familia y su moral pensó que debía ser, es decir, todos tienen derecho a permanecer; cuando excluimos a una persona por cualquier motivo, alguien de la siguiente generación puede tomar su lugar; reconocer a todos evita las repeticiones no deseadas”.

El tercer orden es la reciprocidad. “El amor es un dar y tomar continuo, pero debe ser mutuo y recíproco entre un hombre y una mujer. No dar mucho, porque generalmente el que más se cansa no es el que da mucho, sino el que más recibe porque se harta”.

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En el caso de padres e hijos no hay horizontalidad, asegura. “El padre y la madre dan y el hijo toma, lo que no nos exime, como hijos, de hacernos cargo amorosamente de nuestros padres en su ancianidad”. Para más información: 099-849-6326. (I)