Estaba muy preocupado. Salió del consultorio con su maletín en mano, subió a su carro para ir a ver a un enfermo para el que se pedía atención emergente, y que estaba a más de 10 km de Ciudad Samborondón, en el recinto San Gil. Se detuvo en una parte en la que ya no podía acceder por las malas condiciones viales y caminó a prisa unos 500 metros.

Al llegar encontró al paciente, un adulto mayor, con síntomas de vómito y diarrea, tenía síndrome de deshidratación. “La función del médico es servir, es ayudar. La principal actividad es la ayuda social”, expresa José Lara, quien decidió estudiar Medicina para encontrar la cura para la migraña, enfermedad que padece desde su infancia.

La mayor parte de su carrera profesional la ha dedicado a la atención médica en Ciudad Samborondón, tiene una trayectoria de 21 años y en la actualidad dirige el centro municipal de Asistencia Médica Santa Ana, que el próximo mes cumplirá 11 años de creación. Después de que se graduó de la universidad trabajó casi un año en Unidad Coronaria del hospital Luis Vernaza, y luego también laboró varios años en un consultorio particular en Tarifa.

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Cuando recorre el centro de asistencia todos los moradores lo saludan con amabilidad. Él es conocido “por su excelente don de servicio y calidad humana, que siempre está presto para atender al que necesita”, asegura Adela Gómez, una de las pacientes.

“Vamos a hacer más mejoras en este sitio”, manifiesta el doctor con una sonrisa. Ese lugar es una de las dos opciones que tienen los habitantes para recibir atención médica, la otra es un centro del Ministerio de Salud. En ambos sitios la atención es solo durante el día.

Hay casos de emergencias que se han dado en la noche o en horas no laborables en las que el médico no ha dudado en salir de su casa para atender, o abrir las puertas de su vivienda. Recuerda el caso de dos hermanos a los que los atropelló un carro. “Tenían fracturas en ambas piernas expuestas, los nivelé con suero y analgésicos, y luego busqué un vehículo para transportarlos a un hospital, allá los operaron. Mi intervención ayudó en los primeros auxilios, estabilizarlos, que no se desangren, hidratarlos, aliviarles su dolor y transportarlos con la comunidad”, relata.

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Sentado junto a su escritorio, coloca sus manos encima y cierra los puños con fuerza, en su rostro muestra tristeza. Y es que pese a tantas anécdotas buenas que lo llenan de motivación, a veces se siente impotente. “No, no siempre podemos ayudar a los pacientes. Hay problemas de enfermedades catastróficas y cáncer. Hace poco vi una paciente, una mujer murió de cáncer a los 29 años, mi madre a los 65 de complicaciones de diabetes. Siento esa frustración de no poder ayudar a todos (...), no tener los recursos para dar esa ayuda”, manifiesta con voz entrecortada y añade que por eso uno de sus sueños es que se construya un hospital.

Al centro médico en el que trabaja llegan pacientes no solo de Samborondón, sino también de cantones vecinos como Jujan y Daule. Destaca que no solo se ayuda con la atención, sino también con campañas de prevención. “Enseñamos sobre el lavado de manos, consumo de agua segura, cepillado de dientes. Que parecerían cosas sencillas, pero ahí está lo importante”, comenta.

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Sus jornadas de atención en el centro son de lunes a viernes, pero en ocasiones los fines de semana la tarea de servir continúa. “Desde que me gradué tengo un grupo de amigos con los que salimos a colaborar, a ayudar, a llegar a partes donde a veces no llegan o llega poca gente, pedimos a los laboratorios que nos regalen medicamentos, compramos ciertas medicinas, cargamos ropa usada y de todo lo que podamos llevar”, dice con entusiasmo.

Por segundos su mirada se pierde en el entorno, en un pasillo por el que acceden los pacientes a los consultorios del centro médico asistencial, y expresa la gratitud que siente. “En el área rural ven al médico como un Dios, creen que solo al verlo ya están curados, la estima que le tienen es altísima, el respeto, la consideración, lo tratan muy bien. Yo conozco a mucha gente que da lo que ya no le sirve, ellos dan lo mejor que tienen, de eso uno aprende, aprende mucho”, expresa y suspira.

Recuerda a uno de sus pacientes al que no le cobró porque no tenía para pagarle, pero después lo sorprendió dejando en su casa un quintal de arroz, una racima de verde, queso, un galón de leche y una corvina; productos que sumados superan el costo de una consulta.

José tiene entre sus metas hacer su maestría, una fase de formación que no pudo realizar cuando terminó la universidad por falta de recursos. (I)

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Dicen de él “Es una persona con un excelente don de servicio y calidad humana, siempre dispuesto a atender al que necesita. Está velando por el progreso del cantón”.Adela Gómez, paciente