Sin maquillaje ni joyas, luciendo una ropa cómoda y el cabello suelto de color negro intenso, que resalta sus ojos verdes, ella se muestra como una mujer descomplicada y sencilla, algo que curiosamente no sacaron sus hijos varones, a quienes describe como un poco más vanidosos, porque al igual que su esposo, tardan más tiempo que ella en arreglarse.

Toda su vida ha estado rodeada de varones. De pequeña era la única hija mujer, por lo que sus dos hermanos siempre tenían la casa llena de sus amigos, pelotas de fútbol y patinetas. Ahora es madre de Luan, de 17; Joao, de 15; José Javier, de 13; Ezequiel, de 6 y Thiago, de 3, a quienes ella llama sus guardianes, porque la cuidan y no la dejan sola, y los que han hecho de su vida un ‘corre corre’ que no para ni en las noches.

Renata Román, de 36 años, residente de Ciudad Celeste, llegó a Ecuador hace 19 años desde Brasil, su país natal. Estando en Bahía de Caráquez (Manabí), ciudad a la que llegó a cursar un año de intercambio estudiantil por el Club Rotario, se enamoró a primera vista de Francisco Marazita, con quien se casó en ese mismo año.

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“Yo no sabía nada de español, lo único que sabía decir era ‘hable despacio, por favor’, mi esposo fue mi profesor, además no conocía nada, me daba miedo salir sola, dependía de él para todo y eso fue duro al principio...”, cuenta.

A los 4 meses de casados salió embarazada de Luan, quien actualmente tiene 17 años y se acaba de graduar en el Liceo Panamericano. Por la llegada inesperada de este primer hijo, Francisco decidió aceptar un trabajo en Estados Unidos para aportar con más ingresos a su familia y se fue por un año y medio dejando a Renata con su familia en Bahía de Caráquez.

“Era una niña que no sabía hacer nada, todo aprendí de cero, no tenía experiencia, pero siempre conté con la ayuda de la familia de mi esposo, de mi mamá, y de mis ganas de aprender”, dice.

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Luego del año y medio de estar la mayor parte del tiempo separados, decidieron establecerse en Carolina del Norte, EE.UU., donde trabajaba Francisco. Allí Renata se daba modos de aportar a la casa preparando almuerzos para los ecuatorianos que residían allá. Luego de seis meses regresaron y al llegar descubrieron que Joao venía en camino.

Por un tiempo más Francisco siguió yéndose a trabajar a EE.UU., pero luego se establecieron los cuatro en Guayaquil. Ya cuando el mayor iba al jardín, Francisco consiguió un trabajo en Sucumbíos, por lo que nuevamente se separaron, solo se veían los fines de semana.

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Como Renata estaba sola a cargo de sus hijos, decidió emprender un negocio desde la casa a través de la venta de ropa norteamericana y productos Avon, solo a los vecinos para no descuidar a sus hijos.

Con el sueño de una hija mujer

Aunque asegura que por un momento de su vida sí tuvo la ilusión de tener una niña, ya con la llegada de su tercer hijo, José Javier, se desvaneció. “Quise tener una niña, pensaba que sería mi compañía y haríamos las cosas juntas, pero la verdad es que no sé cómo la hubiera criado porque con mi forma de ser tan descomplicada, hasta mi mamá me dice que la hubiera tenido con pantaloneta y chancletas”.

Renata asegura que no se le ha hecho difícil ser la única mujer de la casa, sin embargo, sí ha resultado agotador porque dice que los niños, en especial los varones, “viven con las pilas recargadas”.

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Ella cuenta que por muchos años sus programas de cada fin de semana eran acompañar a sus tres primeros hijos a sus partidos de fútbol. Los tres fueron becados por la academia Alfaro Moreno. “Siempre les hacía barra, hasta cuando salí embarazada de Ezequiel iba con mi barriga grandota a acompañarlos”.

“Se acopló a un ambiente solo de varones, es nuestra cómplice siempre, porque nos ha acompañado en todos lados ”, dice Luan.

Ella asegura que en su casa nunca faltó un balón de fútbol, en Navidad todos, hasta el más pequeño, pedían de regalo zapatos con pupos y ropa deportiva para jugar pelota.

Dicen de ella “Es luchadora, siempre está con nosotros, siempre busca la manera de ayudarnos en todo, es cariñosa y muy atenta con sus hijos y conmigo”.Francisco Marazita, Esposo

Justo con la llegada de Ezequiel, su esposo se quedó sin trabajo, por lo que ella tuvo que buscar la forma de llevar dinero a la casa y así comenzó a trabajar vendiendo pintura. Este trabajo le permitió establecer contacto con maestros carpinteros, albañiles y demás, hasta crear su propia empresa de mantenimiento y limpieza Maroclean, que dirige hasta ahora.

Para Renata, tener hijos varones es una bendición, sin embargo, también ha significado vivir en un torbellino. “Los varones nunca pueden estar quietos, todo el día se caen, se golpean, por eso yo ya no me asusto, les digo que solo cuando salga sangre me llamen”, comenta.

Según Renata, no hay preferencias entre sus hijos, aunque destaca la ayuda que recibe de Joao y de Ezequiel, la serenidad de Luan, la madurez y sentido de la responsabilidad de José Javier y la debilidad que le genera el más chiquito, Thiago. A ellos se suma Dara, hermana por parte de padre, con quien mantienen una buena relación.

Renata cuenta que como familia les gusta mucho viajar, ir al cine, salir a comer los fines de semana e ir al estadio con el papá. Todos son fanáticos de Barcelona.

“A mucha gente le podrá parecer mucho tener cinco hijos, pero para mí tener una familia grande es una bendición porque ha disminuido un poco la falta que me ha hecho mi familia de Brasil”. (I)