Tres generaciones dedicadas a la traducción
Ingrid Gaute, Maritza Reynoso y Andrea Wright

Escuchar más de un idioma en casa fue parte del crecimiento de Ingrid, Maritza y Andrea, que a más de tener lazos de sangre por ser abuela, madrea e hija, respectivamente, comparten el manejo de lenguas extranjeras y la habilidad de traducir, un oficio que en esta familia ha trascendido de generación en generación.

La historia comenzó con Ingrid Gaute, quien en junio cumplirá 90 años. Ella, de origen belga, es políglota y fue una de las primeras traductoras en hacer este trabajo en Ecuador.

Su escuela de idiomas comenzó en casa, ya que sus padres hablaban inglés entre ellos; él era sueco y ella belga-francesa, y necesitaban un idioma neutro para entenderse. Por los trabajos de sus padres Ingrid vivió los primeros años con su familia materna en Bélgica, allí aprendió francés. Cuando cumplió tres años se reencontró con sus padres, con quienes se trasladó a Ecuador y luego a Perú, donde aprendió un poco de español.

Publicidad

“Para todo niño es fácil aprender un idioma porque entra solito por el oído”, dice. El sueco lo aprendió cursando la secundaria en Suecia, luego de huir de Bélgica por la Segunda Guerra Mundial. Allá se graduó de bachiller, especializada en Humanidades e Idiomas y certificada como traductora. Al terminar sus estudios se trasladó a Estados Unidos. Allá tuvo sus primeros trabajos de traducción y conoció a Carlos Reynoso Viteri (+), su esposo, un ecuatoriano que estaba viviendo y trabajando allá.

De repente a su esposo le ofrecieron la gerencia de una empresa de seguros acá en Ecuador, y regresaron a Latinoamérica. Aquí los trabajos de traducción aumentaron, ya que los contactos empresariales de él comenzaron a requerir las traducciones de Ingrid. Luego de un tiempo fue contratada por la Universidad Politécnica como traductora técnica oficial y como guía de invitados extranjeros.

Por las tardes trabajaba en la Universidad de Guayaquil como profesora de francés e inglés sin descuidar las traducciones particulares que realizaba en su estudio, en Miraflores.

Publicidad

Ya para este momento Ingrid tenía tres hijas: Mónica, Debbie y Maritza, quienes también vivieron un ambiente similar en casa oyendo varias lenguas al mismo tiempo, sin embargo, fue Maritza la que tuvo una historia parecida a la de su madre.

Ella, de 56 años, cuenta que desde niña el inglés y el español eran los idiomas que más se escuchaba en casa, por lo que creció siendo bilingüe. Por la influencia de su abuela materna tuvo interés por aprender francés y estuvo un tiempo en la Alianza Francesa, al graduarse incluso fue a Francia para perfeccionarlo, sin embargo, asegura que no lo domina como el inglés.

Publicidad

Al regresar de Francia se casó con Tomás Wright Ycaza y luego de un año y medio, cuando ya era mamá de Andrea, comenzó a trabajar en la Embajada norteamericana. Permaneció allí por 15 años, ascendiendo a puestos importantes que requerían el manejo perfecto del inglés. Al mismo tiempo, por las noches, estudiaba en la U. Laica, para ser abogada. Luego, ya con su segunda hija, tomó un curso en línea para ser asistente legal, en la Universidad de Pensilvania, EE.UU.

“Yo diría que la escuela y el entrenamiento que tuve en traducción fue por parte de mi mamá, que me dio los lineamientos y técnicas que ella tenía. Le doy el mérito en un ciento por ciento de mi entrenamiento”, dice.

Ella asegura que no era fácil traducir las sentencias de los jueces de aquí, del español al inglés, porque no todas las palabras tienen una traducción exacta, todo va de acuerdo con el significado, por lo que uno de los primeros pasos para traducir, que ella aconseja, es leer el documento para ver de qué se trata y así comprender mejor la temática.

A los 42 años, luego de salir de la Embajada, puso su estudio jurídico. Por los años de trayectoria que tenía quedó como abogada y traductora registrada en la Embajada. Además, al igual que su madre, la docencia también es parte de su vida, ya que es profesora de Inglés Jurídico y de Filosofía de Derecho, en la U. Católica.

Publicidad

Andrea, de 35 años, es la mayor de los nietos, llegó cuando Maritza tenía 20 años y estudiaba y trabajaba en la Embajada. Ella, al igual que su madre habló inglés desde pequeña.

Su trabajo como traductora comenzó cuando tenía 17 años, como una manera de generar su propio dinero y poder viajar a California EE.UU. a visitar a su tía Mónica, quien se estaba especializando en Traducción e Interpretación. “Uno de los recuerdos que tengo de niña es haber visto las máquinas de escribir antiguas, de esas con rodillo, guardadas por el estudio de mi abuelita”, cuenta.

Aunque comenzó a estudiar Derecho en la Universidad Católica, sus raíces la llevaron a interesarse cada vez más en el campo de la traducción con el acompañamiento de su mamá y principalmente de su abuela.

Trabajó enseñando inglés en el colegio Delta por un tiempo, hasta que se casó y se fue a vivir a Nueva Orleans porque su esposo, Juan Carlos Arosemena Mármol, fue nombrado cónsul de esta ciudad. Estando allá realizó algunos trabajos de traducción, así como de interpretación comunitaria en un hospital, hasta que fueron víctimas del Huracán Katrina, que afectó EE.UU., en el 2005 y fueron evacuados. Luego de un año, regresaron.

Justo en ese momento su tía Mónica ya tenía un año dirigiendo la Escuela de Traducción e Interpretación, en la UEES, en la que ella obtuvo la licenciatura en Artes Liberales, con concentración en Derecho y Traducción e Interpretación.

Actualmente, es madre de tres hijos y trabaja en el colegio Menor como especialista en inglés como segundo idioma, además cursa una maestría en Lingüística aplicada en la enseñanza del inglés como segundo idioma y mantiene sus traducciones.

En varias ocasiones las tres han participado en un mismo trabajo de traducción debido a la cantidad de hojas que tiene el documento y a la rapidez que solicite el cliente.

“Es una profesión dura como cualquiera que se realiza freelance, requiere de mucha organización y dedicación. Yo mismo me puse mis reglas y dije no trabajo fin de semana, porque los clientes están acostumbrados a que uno esté trabajando las 24 horas, ellos siempre están apurados, ninguno está relajado”, asegura Andrea. (F)

Era un hogar de mujeres esforzadas, todas estudiaban y trabajaban y eran intelectuales; las conversaciones en la familia eran elevadas, los estudios eran importantísimos”.
Andrea Wright,
Especialista en traducción e interpretación.

El corretaje, un negocio familiar
Valeria Cornejo de Amador y Valentina Hidalgo de Cornejo

Todo comenzó hace 25 años, cuando Valentina Hidalgo se vino a vivir a la urbanización Río Grande, que está en el km 0,5 de la avenida Samborondón y fue una de las primeras construidas en el sector, trayendo consigo el deseo de que sus amigas cercanas fueran sus vecinas.

Valentina cuenta que en ese entonces transitar por Samborondón era como ir al campo, con hierba y animales a cada lado debido a las haciendas que había en esa época.

No había locales comerciales, solo Pan Dorado, panadería que permanece en el km 1, una papelería y una carreta en la que vendían verduras. Ni siquiera se veían muchos carros circular y las urbanizaciones ya construidas no estaban llenas, ella llegó a ocupar la villa número 15 en dicho complejo residencial.

Valentina cuenta que cuando recién se cambió de casa se veía mucho movimiento de construcciones y venta de terrenos, por lo que ella comenzó a pasar la voz con sus amigas para que también se mudaran cerca y así ella no estuviera tan sola. Es así como sin darse cuenta se vio haciendo el oficio de corredora de Bienes Raíces.

“Yo era ama de casa, no trabajaba, mis hijos iban al colegio aquí mismo y yo pasaba aburrida en la casa, así que comencé a meterme en el mundo del corretaje ayudando a dos amigos constructores que estaban haciendo casas aquí”, cuenta.

Para Valentina, es muy cómico recordar cómo realizaba el trabajo antes, con agenda en mano, haciendo citas por correo o usando el teléfono convencional de la casa, lugar que muchas veces le sirvió de modelo para lograr el enganche de alguna venta.

“Antes el trabajo era más sencillo por una parte, ya que no había tanta competencia, pero más complejo por otra, ya que como no había celulares ni tanta tecnología, las citas y la comunicación demoraban la negociación”, dice.

De manera simultánea a su trabajo como corredora de Bienes Raíces, Valentina puso un negocio en Urdesa central, llamado Terrazas y Jardines, donde vendía muebles y adornos para ambientes en exteriores. Este negocio, aunque solo duró cinco años, le sirvió de canal para relacionarse con clientes que buscaban trasladarse a vivir en Samborondón.

Conforme fueron pasando los años, el trabajo se volvió más pesado debido a la cantidad de corredoras que comenzó a tener la zona, lo que llevó a Valentina a pedir la ayuda de su hija Valeria Cornejo, de 38 años, quien también reside en el sector.

“La verdad nunca me interesó este oficio, yo soy ingeniera en Marketing y a eso me dediqué por muchos años luego de graduarme, pero después de ver a mi mamá tan ocupada, que no alcanzaba ni a almorzar a veces, decidí intentarlo”, dice Valeria.

Antes de comenzar a practicar el mismo oficio, Valeria cuenta que siempre servía de intermediaria entre su mamá y clientes que salían de su trabajo.

Ella asegura que el apoyo y la guía de su mamá fueron indispensables, no solo para servir de intermediaria con las demás corredoras con las que a veces trabajaban formando un equipo, sino también con todo el papeleo y trámites que tenía que ver con este oficio que ella no conocía.

“El primer año me fue excelente, y lo que más me gustaba es que mis clientas eran mis propias amigas que ya comenzaban a casarse y querían buscar un lugar donde vivir, entonces las citas con ellas a ver propiedades se convertían en salidas muy divertidas. De todas maneras yo andaba con mi mamá de arriba para abajo, la llevaba conmigo a todos lados”, dice.

Valeria cuenta que el inicio no fue fácil, ya que ella venía a sumarse a un grupo de mujeres mayores que tenían años haciendo esta actividad, al que su madre pertenecía y ella aún no. “Como yo recién empezaba me ‘ninguneaban’ porque todas eran ya señoras de la vieja generación como digo yo, ya mujeres expertas en el oficio, entonces el apoyo de mi mamá fue fundamental para abrirme camino”, comenta.

Desde hace cuatro años, un año después de que Valeria comenzara con la actividad del corretaje, formaron una sociedad. Trabajan juntas, se cubren en citas que a veces una u otra no puede asistir y se reparten las comisiones. (F)

Me siento muy orgullosa de como ha respondido mi hija en el trabajo. Trabajar juntas es muy agradable, nos acoplamos bien y nos ayudamos con los horarios”.Valentina de Cornejo, Mamá