El mexicano Jorge García es, junto al director ecuatoriano Sebastián Cordero, co editor de la película “Sin muertos no hay carnaval”. Los dos están nominados al Premio Platino a la Mejor Dirección de Montaje por la cinta que aborda la problemática de las invasiones de tierras en Guayaquil y que se entrega esta noche en Madrid. En esta entrevista con EL UNIVERSO, García detalla cómo fue el trabajo de edición del largometraje, una coproducción ecuatoriana-mexicana-alemana que opta a uno de los galardones más prestigiosos del cine iberoamericano.

PREGUNTA: ¿Qué aspectos destacaría del trabajo de edición de la película “Sin muertos no hay carnaval” que le ha valido la nominación en los Premios Platino?

RESPUESTA: Es una película que arranca con un montaje complejo ya que alterna tres dimensiones narrativas diferentes. La primera es el accidente donde muere el niño en la selva, la segunda es la presentación de Lisandro Terán (Andrés Crespo da vida a un abogado que estafa a las familias de las tierras invadidas) y la tercera es la aparición de Celio Montero (interpretado por el mexicano Diego Cataño) que va remando hacia la costa. Originalmente el guión y el primer corte contenían solo los dos niveles iniciales.

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¿Por qué se decidió sumar un tercero?

En un momento del montaje, a partir de la gráfica, le sugerí a Sebastián que metiéramos a Celio al principio. Lo probamos y funcionó bien porque el personaje traía aparejado un mundo tan desigual y tan contrastante en términos visuales que resultaba fundamental para el desarrollo dramático de la historia ya que la película cuenta, precisamente, la historia de esa desigualdad llevada al extremo.

Pero eso suponía cambiar el planteamiento inicial de la película…

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Es uno de los cambios importantes que trajo como resultado que desde un inicio se estableciera una dimensión narrativa y dramática que de algún modo engloba a las demás porque se retoma al final con mucha más fuerza. El montaje lo que hace es tratar de adaptarse con humildad y receptividad a lo que los personajes piden para ser más verdaderos.

Desde su punto de vista, ¿cuál el mérito principal de “Sin muertos no hay carnaval”?

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Cada secuencia tiene un nivel de realidad mayor donde la imagen no está manipulada para provocar una realidad dramática prefabricada sino que hay una crudeza directa que nos acerca a un mundo de relaciones humanas terriblemente complejo, ambicioso y corrupto. La película refleja un aspecto de la realidad latinoamericana clave y que casi siempre es maquillado por tendencias dramáticas excesivas. Con sutileza, mesura, contención y una estrategia dramática muy inteligente, “Sin muertos no hay carnaval” logra un nivel de verdad bastante fuerte, intenso y, sobre todo, emocionante.

¿Conocía previamente a Sebastián Cordero?

Sebastián es el director de “Crónica”, una película muy importante para mí y que utilizo en mis clases como maestro de edición. Hay una escena espectacular, en cámara lenta donde se va el sonido completamente y hay una especie de intento de linchamiento. Cuando me dijeron que trabajaría con él, busqué sus otras películas y encontré “Europa Report”, una obra maravillosa de ciencia ficción que es uno de los géneros que más me apasiona. Es una película increíble y me impresionó el efecto que logra con un minimalismo de elementos y usando las cámaras de una nave.

Con estas referencias, ¿qué imagen de Cordero se construyó en su imaginario?

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“Europa Report” fue una revelación y aumentó mi admiración por Sebastián. Esos antecedentes me hicieron pensar que sería otro tipo de director. Cuando lo conocí descubrí su sencillez y naturalidad. Fue muy sorprendente. Te da un espacio de confianza con una calidez humana que no es lo más frecuente. Lo que le pasa al director se refleja en la película. Y en “Sin muertos no hay carnaval” hubo una aproximación con esa misma franqueza y autenticidad que permitió conseguir una cinta auténtica, genuina y verdadera. Mi admiración se multiplicó mucho al ver el resultado final.

¿Los directores suelen ser muy aprehensivos con sus películas?

Asignan demasiadas emociones personales y su propio liderazgo creativo les lleva a ser muy autoritarios. Trabajar con Sebastián Cordero fue sencillo, divertido e interesante. No es fácil que un guión, como ocurrió en este caso, cambie en elementos tan importantes como la apertura pero él es un director muy talentoso, muy sensible y sobre todo muy receptivo. Escucha, dialoga, se entusiasma con las ideas pero no se apega a ellas, permite explorar diferentes opciones, ver posibilidades. El director es el responsable de cohesionar toda la colaboración de su equipo, de darle unidad a la película, es el que mejor conoce el proyecto a fondo y yo como editor debo entender muy bien esa intención que tiene para ayudarle a hacer la mejor película posible dentro de esa visión.

En su trayectoria profesional, ¿qué espacio ocupa esta cinta?

Es especial. Está asociada con la última gráfica que hice en ilustrador antes de desarrollar una aplicación para graficar guiones de una manera más fácil. En este caso, la película ya estaba filmada cuando entré al equipo por lo que la gráfica no pudo intervenir sobre el guión pero fue una referencia durante el montaje. Hubo tres fases: en una trabajé yo solo; en la otra, Sebastián estuvo solo; y, en la tercera, nos juntamos los dos.

¿Qué le aportó al largometraje esta forma de trabajar?

Mucha riqueza y diversidad. Se logró un proceso equilibrado y la calidad de la película se elevó mucho por este juego de cambiar de visión, de tener otros ojos y luego poner las dos cabezas a trabajar sobre la misma línea. (I)