Fotos: Alfredo Cárdenas

Un grupo de mujeres bordadoras están sentadas sobre un asiento de madera rústica con sus agujas y telas. Imelda Chuquín amamanta a su hija Giana Arce, de diez meses. Manuel Melchor Belensaca y Carlos Chuquín, con violín y guitarra, entonan el tema Karabuela junto a una choza circular donde se venden artesanías, y Vanessa Pupiales ayuda a amarrar los bueyes para arar.

Son solo algunas actividades diarias que la comunidad San Clemente comparte con los visitantes.

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La comunidad está compuesta por 700 habitantes, 170 son jefes de familia y está ubicada a 20 minutos, en bus, desde la ciudad de Ibarra y a 5 en auto particular. Pertenece a la parroquia La Esperanza del cantón Ibarra (Imbabura).

Aquí se ofrece turismo comunitario y sus vivencias son compartidas con los turistas a cambio de unos dólares. “Iniciamos el turismo respetando la naturaleza y fuimos a dejar ofrenda al Taita Imbabura, porque íbamos a utilizar su territorio”, comenta Juan Guatemal, presidente de la comunidad.

Cada turista paga $ 45 diarios y tiene derecho al hospedaje y a la alimentación que incluye tres comidas. Por el mismo precio se puede visitar la chacra, para ver en el proceso de arado de la tierra, cultivar y cosechar sus productos.

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La cabalgata cuesta $ 16 y el servicio de un guía $ 45 por un grupo de hasta ocho personas. Una limpia normal con medicina tradicional cuesta $ 35 por persona, mientras que con cuy y tratamiento vale 50.

Durante junio, la comunidad ha preparado un ritual que significa “la vivencia de los indígenas y también simboliza el inicio de la fiesta del Inti Raymi, o sea, el agradecimiento a la tierra por los granos que nos da para todo el año”, dice Martha Pupiales, tesorera de San Clemente.

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Los objetivos que se persiguen con el turismo comunitario, según Juan Guatemal, son fortalecer la identidad de la cultura caranqui y mejorar la alimentación y calidad de vida. Agrega que siempre están dispuestos a que los turistas ingresen a sus cocinas para preparar los alimentos, que conozcan sus tradiciones culinarias.

En algunas ocasiones, dependiendo del tamaño del grupo, la comunidad ofrece una pamba mesa en el almuerzo, que consiste en poner los alimentos en vasijas sobre una manta en el suelo y los turistas comen a su gusto, mientras un grupo de danza muestra sus dotes de bailarines.

La presencia de los turistas en la comunidad, aparte del beneficio económico, ha permitido aprender sobre la puntualidad y a consumir verduras, pues estos alimentos no formaban parte de la dieta de esta localidad, entonces tuvieron que sembrar para crear el menú para los turistas.

Pensamos que el servicio que nosotros hacemos es auténtico y eso nos permite asegurar que los visitantes puedan volver y pasar con una familia viviendo la vida comunitaria, dice Manuel Guatemal, el síndico de la zona.

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El síndico de la comunidad dice que no ha tenido promoción a través de ningún medio, sin embargo, los turistas que llegan a la casa de una familia y participan de esta modalidad de turismo se encargan de difundir y recomendar a otros.

 

En el ocaso del día, la comunidad se envuelve entre el trinar de las aves y uno que otro relincho de caballos. La noche lo cobija todo y sus habitantes se arrullan en un mágico ambiente del campo andino. (I)