Un gran salto. Eso fue lo que dio la segunda edición de la Feria Internacional del Libro de Guayaquil si se compara con la primera edición, realizada en 2015. Aquella tenía pocos libros. Había escasa presencia de librerías y de editoriales, aunque sí tuvo como invitado a un destacado grupo de escritores y desarrolló una programación sostenida. Esta segunda edición, que se realizó del 7 al 11 de septiembre pasados, trató de corregir las falencias de la primera. Ahora hubo más libros, editoriales y librerías, y con ello la posibilidad de una mayor oferta librera. Sin embargo, siguen faltando las editoriales independientes, así como obras de los autores invitados. De algunos fue imposible hallar sus libros.

Lo más significativo, aunque no lo único importante, fue la presencia del nobel de literatura sudafricano J. M. Coetzee. El primer día abarrotó la sala con su conferencia sobre la censura, desarrollada en el mismo espacio donde, minutos antes, una carismática Laura Restrepo conversó sobre su libro Pecado. Ambas actividades contaron con un público entusiasta y respetuoso. Esa fue la tónica de la cita librera: muchas actividades, con escritores de otros países y ecuatorianos. Algunas de forma paralela, de manera que era imposible estar en todas. Había que escoger. Y de eso se trata: de que cada quien elija ver y oír lo que se ajuste a sus preferencias. Lo óptimo sería que entre las actividades que se realizan en un mismo salón haya un intervalo de diez minutos, para que pueda darse el cambio de expositores y de público y cada mesa no pierda tiempo valioso. Y, por supuesto, que todos los participantes se sometan a una rigurosa puntualidad.

Durante los tres primeros días se vio al nobel de literatura recorrer la feria y asistir a varias de las actividades, de forma discreta y sencilla, aunque, claro está, su presencia no pasaba inadvertida. Su interés, al parecer, era ver, escuchar, conocer. La última noche de su estadía en Guayaquil regaló la lectura en inglés de un fragmento de una obra inédita, que fue traducido al español por Miguel Muñoz y leído con acierto por Claudia Noboa. Fue una lectura a dos voces, en dos idiomas, que resultó cálida. Otro punto importante de la feria fue la programación para niños, con actividades y conversatorios a cargo de autoras de literatura infantil.

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La segunda edición de la Feria del Libro es, ahora, un agradable recuerdo, que nos hace creer que, de verdad, Guayaquil puede ser un destino para leer y crecer. Pero la feria, si bien valiosísima, por sí sola no puede lograr todo eso. Debe estar necesariamente acompañada de otros componentes. Por ejemplo, del compromiso de los medios de comunicación con la lectura y la literatura. Poco aportan estos si cubren la feria y el resto del año se olvidan de los libros y ejercen una denostación por el periodismo cultural. El propio Municipio, el organizador, y demás instituciones públicas y privadas podrían dedicarse a trabajar por la lectura y la literatura mediante otras iniciativas que apuntalen la feria y hagan de Guayaquil más ciudad. ¿Quién apuesta por ello? Y por cierto, ¿qué nobel llegará a la tercera edición? Después de este salto, se espera que la buena marca se sostenga.

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