Con sus números y su tortuosa búsqueda de la verdad, la cábala judía ejerció una poderosa fascinación en Jorge Luis Borges, visible en varios cuentos del autor argentino, según explica su biógrafo y amigo personal Marcos Ricardo Barnatán.

En una conferencia en la Casa de América de Madrid, Barnatán, escritor y compatriota de Borges, expuso la impronta de esta compleja tradición mística, que busca descifrar los significados ocultos del Antiguo Testamento, en cuentos como El Zahir, La escritura del dios o La muerte y la brújula.

Sin olvidar su célebre relato El Aleph, que debe su título a la primera letra del alfabeto hebreo y según Barnatán representa “toda la sabiduría borgiana”, focalizada en ese extraño punto en el que confluye el universo entero.

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La biografía de Borges (1899-1986) estuvo sembrada de conexiones con la cultura judía. Durante sus estudios en el Liceo Calvino de Ginebra, los años de la Primera Guerra Mundial, conoció a dos jóvenes polacos judíos con los que mantuvo una amistad de por vida, Maurice Abramowicz y Simón Jichlinski.

Pronto se interesó por el filósofo Baruch Spinoza, holandés de origen sefardí portugués al que dedicó dos sonetos. Y de muy joven leyó con gran interés la novela El Golem, una obra del austriaco Gustav Meyrink basada en la leyenda judía del golem, un ser creado de forma artificial por un cabalista.

Pese a los sofisticados juegos del autor argentino, Barnatán matizó que la relación de este con la tradición cabalística fue, lejos de una especialización rigurosa, “un acercamiento literario”, ya que el autor de Ficciones o El informe de Brodie no sabía leer el hebreo.

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Tampoco un acercamiento desde la fe, ya que Borges era “fundamentalmente agnóstico”, dice Barnatán, que tenía 21 años cuando conoció al autor, quien entonces andaba ya por los 69. “Él decía: no puede existir ni el paraíso ni el infierno. Los dos sitios son demasiado presuntuosos para el hombre”. AFP