Laura Restrepo ya era una escritora respetable cuando en 2004 obtuvo el Premio Alfaguara de Novela, galardón que hizo que la fama de esta autora colombiana, nacida en 1950, y hoy residente en España, se extendiera entre un público más amplio. Su primer libro, Historia de un entusiasmo, lo dio a conocer en 1986. También había publicado La isla de la pasión, Leopardo al sol, Dulce compañía, La multitud errante, entre otras obras. Con motivo del premio, la llamé a Bogotá. Era marzo de 2004. La mía fue, quizá, una de las decenas o cientos de llamadas que recibía. Pero ella contestó con la alegría de quien habla por primera vez en el día con alguien cercano. “Que en medio de la madrugada lo llame a uno José Saramago y le diga que le gustó su libro y se ganó el premio, es como un cuento de hadas”, decía. Era imposible ver los gestos, el ambiente, los detalles –hace doce años no teníamos los teléfonos inteligentes con que contamos ahora–, pero la voz de Restrepo tenía ese acento inconfundiblemente colombiano y un tono fraternal.

Ese año, el presidente del jurado del Premio Alfaguara fue el nobel de literatura portugués; por ese motivo, él se encargó de llamarla para comunicarle que su novela Mira mi alma desnuda, que ella presentó bajo el seudónimo de María, obtuvo el primer lugar y una recompensa económica de 175.000 dólares. La novela fue comercializada luego con el nombre de Delirio. Es una obra que explora la violencia del narcotráfico, una violencia que desemboca en locura. Restrepo estaba emocionada no solo por haber ganado, sino porque Saramago había premiado su trabajo. Aunque en el diálogo citó a Tolstoi, Cervantes, Flaubert, Twain, a los poetas españoles, a los norteamericanos, a los clásicos y contemporáneos, afirmó que ella resume el siglo XX literario solo en dos obras: Memorias de Adriano, de Marguerite Yourcenar, y El Evangelio según Jesucristo, novela de Saramago. Y cómo no iba a estar dichosa si Saramago, su Mick Jagger, su Bob Dylan, la había llamado para decirle que ganó.

En octubre de 2004, Restrepo llegó a Guayaquil, como parte de la gira del Premio Alfaguara, y me tocó entrevistarla en vivo. Llevaba meses de gira por Latinoamérica. Estaba extenuada pero feliz por el contacto con el público, por esa posibilidad de constatar que la gente de estos países comparte los mismos dolores y las mismas esperanzas. “Escribir es un acto solitario, pero lo que se hace con la literatura no lo es. Es un puente, un vínculo. Te pone en contacto con la gente”, comentaba, afable, antes de un diálogo público con las Mujeres del Ático. Con la misma afabilidad del primer contacto telefónico. Contó, asimismo, que con esa “viajadera”, escribir se le hacía imposible, pero que estaba tomando notas para futuras obras. Desde entonces han pasado doce años, ha editado varios libros y obtenido galardones como el Premio Grinzane Cavour 2006 a la mejor novela extranjera publicada en Italia. Además, es profesora emérita de la Universidad de Cornell, en Estados Unidos. Es, indudablemente, una de las escritoras importantes de América Latina.

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Restrepo volverá a Guayaquil esta semana. Esta vez, como invitada de la Feria Internacional del Libro, que se desarrollará en esta ciudad del 7 al 11 de septiembre próximos. Viene con una nueva obra, que tiene como título Pecado y que ubica al lector al límite de sus propias concepciones, pues lo que propone no son narraciones complacientes, suaves, ni políticamente correctas. Son relatos que hacen ver al ser humano en su fragilidad, al borde de esa línea delgada que separa lo que la religión y la sociedad consideran ‘correcto’ e ‘incorrecto’ y que algunos personajes del libro se atreven a traspasar. El adulterio, el incesto, el homicidio y, por supuesto, la culpa, son algunos de los temas que se tocan en esta obra, que tiene como eje articulador la pintura El jardín de las delicias. El famoso cuadro de El Bosco, que se halla en el Museo del Prado, tríptico renacentista tan bello como alucinante, ha servido de inspiración a la escritora colombiana para desarrollar sus relatos provocadores. La autora no juzga, no toma partido. Las narraciones se cuentan con la naturalidad de quien dice “buenos días” o “buenas tardes”.

Algunos conceptúan el libro como una novela, y podría discutirse sobre ello, pero en una época en que se ha borrado la frontera de los géneros, este detalle carece de sentido. Aunque pensándolo bien, quizá sí sea importante, porque al igual que las narraciones que contiene, que están al borde, al límite, el género al que pertenece el libro está también al borde, en ese extraño lugar que se hace difícil etiquetar con certeza. Y mientras esperamos el encuentro con la autora, para escuchar su palabra, para conversar de este libro que confirma su maestría, les dejo dos de las tantas preguntas que le hice ese marzo de 2004, por vía telefónica, y cuyas respuestas son un indicativo de cómo asume su oficio, pero, sobre todo, la retratan en su dimensión humana: ¿Cuándo se asumió escritora? “Cuando me preguntan qué hago, yo digo que soy una persona que escribe. No me animo aún a usar la palabra escritora. Todavía me da pudor decirlo”. ¿Y pudor por qué? “Porque hay tantas maravillas que uno ha leído. Escritor es Tolstoi. Yo soy una persona que escribe”.