Aunque tuvo más motivos que nadie en el fútbol, Alex Ferguson cuenta en su libro Liderazgo que nunca fue de festejar demasiado las conquistas. “Solo me sentía con ganas de celebrar durante un par de horas después de haber conseguido un título. Pero cuando me despertaba al día siguiente, esa sensación ya había desaparecido”. En cambio, dice, en esos momentos en que todos levantaban las copas, a él lo asaltaban nuevas preocupaciones: “¿Cómo superaremos esto? ¿Cómo conseguiremos otro triunfo?”.

Conociendo al sujeto sensato y pensante que es Reinaldo Rueda, algo de eso habrá pasado por su cabeza la noche del 27 de julio del 2016 tras alzar la Libertadores: “¿Cómo repetir esto…? ¿Cómo acercarse incluso a esto?”. Nacional de Medellín era hace diez meses el brillante campeón de la Copa. Hoy es el cuarto monarca vigente eliminado de la fase de grupos. Su rival aquella noche, Independiente del Valle, fue despedido de esta Copa incluso en las instancias previas. El éxito no perdona en Sudamérica: desmantela, desguaza. Nacional e Independiente del Valle perdieron diez jugadores cada uno tras aquella Libertadores. Y todos dicen tener la fórmula para reponer figuras y mantener el nivel de excelencia, pero nadie consigue demostrarlo.

Culpar ahora a Rueda o a los directivos de Nacional es básicamente desconocer el statu quo dominante en el fútbol continental. Ellos no pueden detener a los que se van y no tienen cómo reemplazarlos con la misma eficacia. O sí, pero necesitan dos a tres años para volver a estructurar un equipo competitivo, que logre situarse en las fases definitorias. Y eso teniendo caja para salir de compras. Caso contrario pueden pasar décadas. Nadie resiste que se le vayan diez buenos jugadores. Real Madrid acaba de contratar a Vinicus Junior, juvenil de 16 años del Flamengo. No están permitidas las transferencias de menores de 18, pero ya se lo aseguró. Flamengo, el club con más hinchas del continente, no tiene cómo impedir que se lo saquen. Al menos embolsará 45 millones de euros. Pero eso es una anécdota. Los hinchas no reciben un céntimo, lo que podrían esperar es que Vinicius les diera una alegría en el campo de juego. No será posible: al cumplir 18, se irá. Y no es solo el español: hay otros cien mercados que vienen a buscar futbolistas y tienen el dinero para seducirlos y llevárselos.

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El éxodo constante de talentos es un mal relativamente nuevo en Colombia. En Argentina, Brasil y Uruguay lleva muchas décadas. Y debilita. Colombia es ahora un fútbol netamente exportador, y eso se sufre a nivel de club, sobre todo en torneos internacionales.

Nótese que los cuatro campeones de Libertadores que al año siguiente no lograron atravesar la fase de grupos son recientes: Inter de Porto Alegre (2007), Liga de Quito (2009), San Lorenzo (2015) y Nacional (2017). No hay deshonra ni culpables, los desarman las transferencias. Tiene razón Ricardo Bochini cuando afirma: “Más difíciles eran las copas de antes, los grandes cracks permanecían en el continente muchos años y todos los participantes eran equipazos. Te tocaba Cruzeiro y sabías que ibas a enfrentar a Jairzinho, Palhinha, Joaozinho, Nelinho, Zé Carlos, Dirceu Lopes, Wilson Piazza… Lo mismo con Peñarol, Nacional, Colo Colo, Universitario, River, Boca, todos. Eran máquinas”.

La fase de grupos –finaliza esta semana que entra– ha sido pródiga para los brasileños, que clasificarían a octavos de final a seis de sus ocho representantes, y aceptable para los argentinos, que meterían cuatro de seis. Del resto solo está asegurado un ecuatoriano (Barcelona) con grandes posibilidades de ubicar un segundo (Emelec). Colombia mantiene la expectativa de que pase a la ronda eliminatoria al menos uno de sus cinco equipos (Santa Fe), que no obstante está obligado a ganar en su último encuentro ante The Strongest en El Campín. No es nada imposible para los de Costas, tampoco pan comido. Es muy buen equipo el paceño. Podría darse que no pase ninguno de los cinco colombianos (Millonarios, Junior, Nacional, Medellín y Santa Fe) lo que no es para alegrarse, desde luego, pero tampoco para dramatizar. Una sola edición no marca tendencia.

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La lágrima de esta Copa es la actuación global de los cuatro equipos peruanos. Muy prontamente eliminados, con dos victorias y nueve derrotas en catorce presentaciones, pero con un saldo inquietante: si se sumaran los catorce partidos que jugaron entre Municipal, Universitario, Cristal y Melgar, reunirían nueve puntos, no les alcanzaría seguramente para clasificar a uno. Esto eleva, sin dudas, la prestación de su selección, que está en un nivel de competencia muy diferente.

Seguimos situando a Palmeiras y River como dos aspirantes serios a llegar a noviembre. Aunque Palmeiras despidió a su entrenador Eduardo Baptista tras la derrota 3-2 ante Wilstermann en Bolivia. Reasumió Cuca, el DT que lo guio al título brasileño en 2016, seis meses atrás. Los dos son clubes con alto poderío económico y podrían incorporar inclusive algún refuerzo si lo necesitaran, aunque también podrían perder figuras al reabrirse el mercado europeo en junio. River está haciendo lo imposible por mantener a sus dos jóvenes delanteros –Alario y Driussi– tentados por ofertas irrechazables de Inglaterra y Alemania.

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Hay ocho clasificados (Botafogo, Santos, Paranaense, Atlético Mineiro, River, San Lorenzo, Godoy Cruz y Barcelona), dos casi adentro (Palmeiras y Gremio), cuatro con altas posibilidades (Emelec, Wilstermann, Lanús y Guaraní) y tres cupos muy inciertos. Altamente ponderable lo de los ecuatorianos si logran colocar en octavos a los dos grandes de Guayaquil. Pero, en general como en los últimos treinta años, continúa el predominio brasileño y argentino.

La actual distribución de plazas de la Libertadores se elaboró a base de tres conceptos: 1) Méritos deportivos; 2) Volumen de mercado/cantidad de habitantes por país; 3) Asistencia a los estadios. Parece justo. El aumento del número de participantes de los 21 que eran tradicionales hasta 1997 (dos por país más el último campeón) a los 47 actuales generará mayores ingresos económicos para todos, pero también puede que profundice aún más la concentración de los títulos en solo dos países: Brasil y Argentina. Si antes, con solo dos representantes ganaban repetidamente, imaginemos este escenario en el que, al llegar a octavos de final, los clubes de otros países se encuentran con seis o siete brasileños y cinco o seis argentinos. Es lo que podría pasar año tras año. Ahí está el desafío del resto: intentar que la Copa no se convierta en un mano a mano. (O)

El éxodo constante de talentos es un mal relativamente nuevo en Colombia y eso se sufre a nivel de club. En Argentina, Brasil y Uruguay lleva muchas décadas. Y debilita.