Por Ricardo Vasconcellos R.

El 17 de diciembre de 2006 se jugó la última fecha del campeonato nacional de fútbol. En la llamada Casa Blanca se enfrentaron Liga de Quito y Barcelona. Fue un partido áspero. El marcador señaló, al final, un empate a 1, lo cual anuló las posibilidades de los ligados de llegar al título.

De improviso, al terminar el duelo, tras un choque entre el zaguero canario Víctor Montoya con el delantero albo y extorero Agustín Delgado, este reaccionó e intentó agredir a su rival, lo que provocó una batalla campal. Fue uno de los espectáculos más bochornosos que se recuerden en nuestro balompié. Los futbolistas de Barcelona fueron atacados cuando saludaban al público. Solo unos pocos trataban de separar a los que reñían como enemigos. Los más furiosos y agresivos fueron Delgado y el paraguayo Carlos Espínola.

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Delgado pretendió golpear a Montoya, quien lo había anulado en todo el compromiso. El mismo Delgado atacó por la espalda a otro jugador joven, Leonardo Soledispa, quien cayó al césped, lo que aprovechó Espínola para propinarle un tremendo puntapié en el rostro. Soledispa tuvo que ser llevado al Hospital Metropolitano, donde fue atendido por varios traumatismos faciales, en el pómulo, y por fracturas del hueso de la nariz.

De lejos, sin intervenir, estaba José Francisco Cevallos, hoy presidente de Barcelona y autor de una decisión decepcionante que revela el poco tino con que se conduce al club más popular del país. Cevallos anunció públicamente, hace muy pocos días, su decisión de rendir un homenaje a Delgado, al que calificó como “un jugador emblemático de Barcelona”.

¿Se ha olvidado Cevallos de la ferocidad con que Delgado generó el incidente del 2006 y su furiosa agresividad contra sus excompañeros de divisa? ¿Cuál es la excusa de tanta impudicia y tanta indecencia? ¿Tendrá algo que ver la identidad política de ambos personajes? El insólito propósito, que causó asombro y rechazo en los miles de seguidores de Barcelona, no se cumplió antes del partido con River Ecuador por ciertos obstáculos burocráticos, pero el intento de Cevallos sigue en pie.

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¿Puede considerarse “emblema” a un futbolista que jugó 82 partidos y marcó 29 goles para un promedio de 0,35? ¿Qué será, entonces, para quienes ignoran la historia o quieren pasar por olvidadizos, lo que hicieron Sigifredo Chuchuca, Simón Cañarte, Washington Muñoz, Enrique Cantos, y tantos otros símbolos de la hoy maltratada gallardía torera? Todo lo que pueda haber hecho Delgado con la camiseta amarilla –que fue muy poco– quedó borrado en aquella jornada del 17 de diciembre de 2006 en Casa Blanca.

Para los verdaderos hinchas canarios, el nombre de Agustín Delgado quedó estigmatizado y lo que menos podían esperar es que los dirigentes actuales le brinden un homenaje como si nada hubiera hecho contra el club. ¿Qué habrán pensado Soledispa, Edwin Tenorio, David García y Samuel Vanegas –cuyas vidas estuvieron en riesgo– al saber que Cevallos quería entregarle una placa y agradecerle al Tin por las dotes matonescas que exhibió en esa tarde del 2006?.

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Los hechos avalan mi criterio. El muy respetable matutino español El País, espantado de las imágenes que se transmitieron al mundo, publicó un artículo el 20 de diciembre de 2006 al que tituló ‘Pelea bestial entre futbolistas en el Ecuador’.

El mismo día de los incidentes el entonces gerente de Barcelona, Carlos Rodríguez, presentó una denuncia en la Fiscalía de Pichincha contra los futbolistas Delgado, Espínola, Roberto Palacios, Jairo Campos, Giovanny Espinoza y Sandro Borja, de Liga (Q), por agredir a los jugadores de Barcelona Soledispa, Edwin Tenorio (politraumatismos y desvío del tabique), David García (contusión cerebral) y Samuel Vanegas (traumatismos en el ojo derecho), gravemente heridos y llevados al Hospital Metropolitano. El dirigente solicitó el arraigo de Espínola, pero dada la tardanza del fiscal en proveer el pedido, el paraguayo abandonó el país ese día. Después se escabulló el peruano Chorillano Palacios.

La Federación Ecuatoriana de Fútbol tardó dos meses en notificar las sanciones a la Conmebol, lo que permitió que Liga hiciera actuar a todos sus jugadores en la repesca de la Copa Libertadores. El siempre eficiente marrullero Luis Chiriboga Acosta tramitó luego, con gran agilidad, un perdón a los sancionados del equipo quiteño y negó un trato igualitario a los de Barcelona.

Todos los aficionados al balompié conocen los antecedentes de la relación de Chiriboga y Barcelona. Una historia de persecución iniciada en 1989 cuando organizó una asonada para impedir que Barcelona empatara con Deportivo Quito –club que presidía Chiriboga– y optara por el título. La invasión del campo estuvo planificada y se materializó cuando Manuel Uquillas, artillero torero, iba a empujar el balón para anotar. Todo parecía sentenciado, pero el que fuera mandamás de la FEF nueve años después no contó con la firme postura del entonces presidente de ese organismo, Carlos Coello Martínez, quien indujo a sus compañeros de directorio a declarar nulo el partido y repetirlo, pero sin público. Faltaría espacio para relatar las veces que la FEF y su Comisión de Disciplina perjudicaron a Barcelona. Muy famosa fue aquella expresión de Chiriboga: “Si Barcelona gana la primera etapa y, Dios no quiera, gana la segunda, sería campeón”, que fue desmenuzada en una excelente décima por el poeta Julio Micolta Cuero. Galo Roggiero lo calificó como “el mayor odiador de Barcelona”.

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Nada de eso sirvió para condenar al expresidente de la Ecuafútbol. En el 2008 el entonces titular del club del Astillero, Eduardo Maruri, condecoró a Chiriboga en un aniversario fundacional.

Las cuantiosas deudas por las que es perseguido a diario Barcelona no son el único dogal que pone en riesgo la vida institucional. También hay una enorme deuda moral que viene de tiempo atrás. El ejemplo de entereza y amor institucional que hizo grande al club con hombres de la integridad de Victoriano Arteaga, Wilfrido Rumbea, Rigoberto Aguirre, Miguel Salem, Emilio Baquerizo, Nicolás Romero, Roggiero, José Tamariz, y muchos otros, ha sido echado al cesto de basura por negociantes de su popularidad, por cazadores de votos, por arribistas políticos y por irresponsables depredadores que han administrado negligentemente al club. Lo peor es que nadie responde.

Cada nueva administración, ahogada por las deudas, ofrece llevar a cabo una “auditoría exhaustiva”. Es lo que prometieron Cevallos y Carlos Alfaro Moreno. Este último confesó haber llorado cuando supo de la millonada que debía Barcelona. Se secó las lágrimas y todo quedó igual, porque lo que ellos llaman “auditoría exhaustiva” es la simple suma aritmética de la deuda. Ni una palabra que señale a los responsables del despilfarro para que respondan con sus bienes propios y sean perseguidos judicialmente.

El episodio del intento de reconocimiento a Delgado como un “emblema” de Barcelona, ideado por Cevallos y sus compañeros de directiva, es un baldón de indignidad en una entidad que goza del amor popular y que labró su grandeza por el orgullo y el respeto a sus símbolos y su gloria.

Está en manos de los barceloneses pedir cuentas a los que han ultrajado la historia. (O)