¿Ya pasaron veintiséis años…? Es increíble. Rubén Darío Insúa se sorprende de la velocidad del tiempo, pues tiene muy fresco el recuerdo de una de las anécdotas más insólitas y graciosas que protagonizó en su carrera. Fue el 5 de marzo de 1991, Barcelona enfrentaba por la Copa Libertadores a Deportes Concepción, de Chile. Después de haber sido finalista de América en 1990, la expectativa era gigante, pero el arranque del 91 fue decepcionante: 0-1 con Liga de Quito en el Monumental, 0-1 con Concepción en Chile y 1-3 con Colo Colo también afuera. Tres derrotas en tres presentaciones y el buitre de la eliminación sobrevolaba dando vueltas en círculo. El técnico seguía siendo Miguel Ángel Brindisi.

“Era mi cuarto partido en Barcelona, porque aún no habíamos debutado en el campeonato, –reseña el Poeta. –Lo estábamos peloteando a Concepción, nos dieron un tiro libre, lo ejecuté y el arquero me lo sacó del ángulo. En eso se detiene el partido por algo y escucho por los altoparlantes: ‘Cambio en Barcelona, entra Uquillas, sale Insúa’. Me quedé helado, ni había visto el cartel, no lo podía creer, nunca me había pasado, iban apenas 30 minutos del primer tiempo y además no estaba jugando mal”.

Vale contextualizar: tres minutos antes del cambio, Juan Carlos Almada, aquel 9 que luego militó en Emelec, había abierto el marcador para Concepción, con lo cual Insúa quedaba como el culpable de estar perdiendo.

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¿Qué hiciste?
En ese momento me quedé en el banco de suplentes hasta que terminó el primer tiempo. Después fuimos al vestuario, Brindisi habló, pero yo ya no escuchaba nada, hervía de rabia. Cuando el equipo salió para jugar el segundo tiempo me quedé un instante ahí solo, agarré el bolso y así como estaba enfilé para la calle y me fui. Iba en cuero, en pantaloncito corto y en chancletas. Era de noche, por supuesto, empecé a caminar por esa calle que va al lado del estero, no sabía ni para qué lado tenía que ir porque hacía muy poco que había llegado a Guayaquil y la mitad del tiempo nos fuimos a jugar a Chile, así que no conocía.

¡Qué locura…!
Y, sí, pero estaba envenenado… Hice una cuadra y había un patrullero estacionado con los policías escuchando el partido por radio. Uno me dice: “¿Oiga, usted no es Insúa…?”. Sí. “¿A dónde va?”. Al hotel Uni. “¿A dóooonde…?”. Al Unihotel. “No, espere, usted no se puede ir así, además esto es peligroso. Suba…”. Y me llevaron en el patrullero. “¿Por qué se va?”, me pregunta uno de los policías. Porque el técnico me sacó a los 30 minutos y me quería morir.

¿Así llegaste al hotel, en cuero?
Sí. Entré en la habitación y vi el segundo tiempo por televisión. Lo insólito es que yo estaba en la habitación y mi esposa estaba en el estadio viendo el partido con la mujer de Brindisi… Termina el partido, pasa una hora y tocan el timbre en la habitación…

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Brindisi…
Exacto. Me vino a explicar que me había sacado porque había que ganar el partido y por eso puso un delantero más. No le creí nada. Al otro día fui al entrenamiento y el Monumental tiene un pasillo largo hasta llegar a vestuarios, voy por el pasillo y me encuentro de frente con Brindisi, los dos solos… No lo saludé, seguí de largo, no le hablé más. A los tres meses Brindisi se va a España, a Las Palmas, y viene Habegger. Salimos campeones. En el ’92 sigue Habegger, somos subcampeones y a fin de ese año, se va Habegger y vuelve Brindisi, así que llamé a los dirigentes y les dije: yo tengo un distanciamiento con esta persona y no quiero hacerle un problema al club, mejor me voy. Me fui de vacaciones y cuando empezaba la pretemporada no me presenté, me quedé en Buenos Aires. Pasaron unos días y me llama Isidro (Romero): “Yo lo traje, yo le hice el contrato, le cumplí, usted juega para Barcelona y para mí, no para Brindisi, véngase, ahí le mando los pasajes”.

Isidro siempre se portó con vos…
Sí, por eso volví, me fui directo a Punta Carnero, a donde estaba trabajando el equipo. Llego de noche y estaba el plantel cenando. Dejo las cosas y voy al comedor. Saludo uno por uno a mis compañeros, a Squeo, a Mitrovich, al Profe León Martínez y a Brindisi no. Todos estaban mirando, fue un momento horrible.

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¿Cómo siguió?
A los dos días, el capitán Paulson, que era muy allegado a mí, me convoca junto con Brindisi a su habitación para hablar. Que había que mirar para adelante, que todos queremos que a Barcelona le vaya bien y todas esas cosas… Le dio la palabra a Brindisi y él dio su versión. Luego hablé yo y dije: pienso todo al revés de lo que dijo él. Me sacaste a mí para salvarte vos. Que no, que no, pero siguió todo igual. Termina la Copa del ’93 y me operan de los ligamentos. Viene Brindisi y me dice: “Hablé con los dirigentes, no te voy a tener en mis planes”. Entonces empecé a barajar otras posibilidades. Y me volví a Independiente. Me costó recuperarme y retomar el ritmo, pero al final me puse bien y ¿qué pasó…?

¿Qué pasó…?
Independiente contrató a Brindisi…

¿Y…?
Nada, seguí en lo mío. Al final me puse bárbaro, empezamos el torneo de verano y volaba, le ganamos a Racing e hice un gol, le ganamos a Boca y justo en ese momento me llama de vuelta Barcelona, porque yo estaba a préstamo, sin cargo y sin opción. Y me volví a Guayaquil.

¿Y con Brindisi… nunca más hablaste?
Sí, ya pasó todo, aquello fue una gran calentura mía del momento, nada más. Brindisi es uno los grandes técnicos que tuve junto con Lorenzo, Bilardo, Yudica, Solari, Pastoriza, Nito Veiga, Habegger… De Miguel me gustaba una virtud que siempre destaco: no tenía miedo a perder. Arriesgaba. Aquel día me sacó porque veía que quedábamos eliminados y estaba medio desesperado. Hace poco nos encontramos en un hotel aquí en Buenos Aires, él estaba con sus hijos y nos quedamos tomando café, la pasamos bárbaro. El tiempo prescribe estas cuestiones. Son cosas de los partidos.

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Vale consignar que aquel encuentro ante Concepción, que generó el cortocircuito terminó 2 a 2. Y terminó también con las posibilidades de Barcelona. Pero eso también es anécdota. (O)

Brindisi habló pero yo ya no escuchaba nada, hervía de rabia. Cuando el equipo salió al segundo tiempo me quedé un instante ahí solo, agarré el bolso y así como estaba enfilé para la calle.