Los 60 años de radio Cristal, cumplidos el pasado 24 de febrero, agitaron en miles de guayaquileños los más bellos recuerdos. Nunca una emisora encarnó el espíritu porteño como lo hizo –y sigue haciéndolo– esa institución simbólica de la ciudad, que nació del esfuerzo emprendedor de Carlos Armando Romero Rodas, el popularísimo CARR.

Radio Cristal me provoca evocaciones de barrio. Su primer local estaba ubicado en la planta baja de un inmueble en Machala entre Luque y Aguirre, a dos cuadras de nuestra habitual esquina de Aguirre y Pedro Moncayo. Solía frecuentar esa zona desde temprana edad porque allí vivían mis compañeros de escuela Juanito Moscol, Álex Gutiérrez, Ángel Rivas y Gastón Murillo. Preparábamos los exámenes escolares en casa de Álex, situada a 20 metros del que fue el local inicial de la radio.

Un día supimos que Carlos Armando, quien ocupaba un departamento en la casa de Pachín y el Ñato Franco, en Antepara y Luque, plena esquina del Luq San, el club que fundara Antonio Lanata Llaguno, iba a inaugurar su radiodifusora pasando de locutor de radio Ortiz a empresario radial. Nos fuimos en gallada para estar presentes en ese instante histórico y vivimos la emoción del desfile de artistas y el discurso de CARR, el hombre de la voz sonora que con diversos gestos teatralizaba cada frase o cada palabra. Este suceso lo relata con gran calidad Jenny Estrada en el libro biográfico de Carlos Armando Romero Rodas titulado Ruta de un ideal.

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La gran inventiva de CARR, su capacidad creadora y su identidad con el pueblo hicieron de radio Cristal un suceso social. Las voces de Voltaire Maquilón Vera y Ufredo Molina Vargas ( Umovar), junto a la de Romero, sonaban cuando recién aparecían los primeros signos de la aurora en Desayúnese con las noticias. La hora a cada minuto ajustaba los horarios de estudiantes y trabajadores. Despué llegó Guillermo Albuja Reyes, otro de los locutores históricos de la radio. Programas originales como Ya tengo mi casita, La sorpresa radial de las once, El balcón del pueblo, La Hora J.J., El horario triunfal de la 1 y 45, Mañanitas ecuatorianas, entre muchos otros, significaban sintonía mayoritaria en los hogares de la ciudad.

Mas, el mayor fenómeno social de la historia de nuestra radiodifusión lo constituyó Coctel deportivo, ideado, conducido y dirigido por el periodista deportivo más popular de la historia: el inolvidable Manuel Chicken Palacios Offner. Era un programa, según Chicken, dirigido a sus amigos “y un sorbito, la última gota, el conchito para los enemigooooos”.

Tengo una historia que ya la conté en ‘Anécdotas del Domingo’ hace más de veinte años. Conocí a Chicken Palacios cuando llegué, en 1955, a la Liga Deportiva Estudiantil, que tenía un local propio en Luque y Rumichaca, donde hoy funciona un templo evangélico. Allí llegaban antiguas estrellas del deporte ligado. Oyendo sus charlas supe que Palacios había sido fundador de LDE y muy tempranamente había jugado en el primer equipo de basquetbol junto a Víctor Caballito Zevallos, Jorge Plaza Bonilla, Lucho Arosemena, Fidel Miranda, Jojó Barreiro y los peruanos Luis Pinillos y Raúl Pardón. También había sido un excelente nadador y jugador de polo acuático, deporte en el que llegó a ser campeón con LDE y actor de la primera victoria internacional de un equipo ecuatoriano cuando los de Liga vencieron a los marinos del buque inglés Durban, el 16 de marzo de 1932.

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Chicken Palacios llegó al periodismo deportivo desde las filas del deporte activo, con todas las vivencias que proporciona el vivir el acontecimiento no desde el internet, el Facebook y el Twitter que son los instrumentos que hacen la ‘sabiduría’ del periodismo nuevaolero. Sus primeras notas las leí en El Telégrafo, algunas de ellas memorables como una que título ‘Un morocho en busca del Tío Sam’, dedicada a Pancho Segura Cano cuando viajaba a Estados Unidos, rumbo a la gloria; o ‘George Capwell, el Gringo guayaquileño¿, en homenaje al fundador del Club Sport Emelec.

Nací y viví hasta los 23 años en un barrio lleno de emisoras de radio y cines populares. En las calles aledañas estaban las radios Excélsior, Alcázar, Unidad Nacional, América, Atalaya, Cóndor, Progreso y no recuerdo cuántas más. Una noche de 1956 acudimos a la más cercana, Excélsior, sin saber lo que íbamos a ver. Siempre se presentaba en el auditorio del primer piso de Luque y Aguirre algún artista. Allí había debutado Alfredo Barrantes días antes. Nuestra sorpresa fue encontrar, tras un escritorio, a tres caballeros que iban a inaugurar un programa radial deportivo. El del centro era nuestro personaje de las tardes en LDE, Chicken Palacios. A sus lados estaban Carlos Chérrez Gómez, a quien conocíamos porque organizaba los Interbarriales de Ciclismo auspiciados por EL UNIVERSO alrededor del Centenario, y Eduardo Toledo Masson. Hablaron de deporte por una hora y antes de cerrar al programa Toledo interpretó un tango acompañado en el piano por Óscar Luis Castro Intriago: El sueño del pibe. Nunca supuse lo que ese programa iba a significar en mi vida de periodista.

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El gran suceso del periodismo deportivo se produjo cuando Palacios aceptó la oferta de CARR de llevar su programa a radio Cristal. Tal vez los sociólogos Willington Paredes, José Luis Ortiz o Gaitán Villavicencio nos regalen un día un estudio del impacto que tuvo en la masa el Coctel deportivo. Difícilmente un programa alcance los niveles de sintonía que tuvo el Coctel en radio Cristal. Podíamos caminar tranquilamente por las calles de Guayaquil sin perdernos una palabra del querido Chicken. Lo sintonizaban a las 13:00 todos los guayaquileños y en cualquier lugar de la geografía nacional donde llegara la señal cristalina.

A diferencia del moderno periodismo deportivo Chicken no hablaba de sistemas ni estrategias geometrizadas. Con gran perspicacia captaba el sentimiento y el deseo del pueblo y los convertía en análisis severo con palabras fáciles de entender. Todo en apenas media hora. Era un enfoque humano del deporte que él sí había vivido intensamente y usaba su popularidad para fines humanitarios, no para adular a los dirigentes ni recibir ‘favores logísticos’.

Le debo mucho a Chicken y a radio Cristal y estaré siempre en deuda con ellos. Mi amigo me invitaba siempre a su programa, especialmente antes del Sudamericano de natación de 1964. Me hizo un personaje conocido que dominaba el tema natación y esa fue la razón por la que Diario EL UNIVERSO me buscó para escribir de ese torneo, me dio más tarde una columna (‘Braceando’, firmada como Neptuno) y me invitó finalmente a ser parte de la redacción.

Manuel Palacios Offner fue y será siempre mi amable maestro. Me hizo el honor de prologar mi primer libro, Los Cuatro Mosqueteros del Guayas, e hizo que lea varias veces la frase final de aquella pieza literaria: “Todo el que escribe historia cumple misión de eternidad”. (O)

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Chicken no hablaba de sistemas ni estrategias geometrizadas. Captaba el sentimiento y el deseo del pueblo y los convertía en análisis severo con palabras fáciles de entender.