Emelec tuvo en su historia grandes jugadores. Basta recordar que por sus filas pasaron Jorge Chompi Enríques, Enrique Moscovita Álvarez y Marino Alcívar –a quien, en su tiempo, bautizaron como El Rey de la Media Vuelta y El Apilador Endiablado–. Fue el recordado Marino el que marcó en 1945 el primer gol en el estadio Capwell y el que anotó el primer tanto emelecista fuera de las fronteras. Se lo hizo a Colo Colo, en 1948, en el Campeonato de Clubes Campeones. Y más atrás fue el autor de la primera anotación ecuatoriana en un Sudamericano, en 1939, y se lo convirtió al famoso arquero peruano Juan Honores.

Pudiéramos citar al menos medio centenar de cracks que dejaron un gran recuerdo en la era amateur y en los años iniciales del profesionalismo: Félix Tarzán Torres, Ricardo Chinche Rivero, Vicente Chento Aguirre, los mellizos Luis Antonio y José Luis Mendoza, Atilio Guineo Tetamantti, Juan Avelino Pizauri, quien fue el primer Loco de nuestro fútbol; Julio Alberto Pérez Luz; Hugo Mena, llamado El Rey de la Chilena; Orlando y Mariano Larraz, Héctor Pedemonte, Bolívar Herrera, Jaime Ubilla y Raúl Argüello, quien fueron tempranos compañeros de Chompi en la zaga eléctrica para ubicarse luego en la leyenda del Ballet Azul, y muchos más.

Pero Emelec no era un club popular como Barcelona, ídolo desde 1947, y el viejo Norteamérica al que sus seguidores conocían como El Que Jamás Tembló, por su bravura ante rivales de alto linaje. Emelec era considerado burgués, institución de gran poderío económico, reducto de las clases altas que tenía el respaldo de la Empresa Eléctrica, contaba con una elegante sede social y hasta tenía piscina. En esos años, para ser considerado aniñado había que contar con un carné de socio de Emelec. A don George Capwell le importaba poco el apellido o los bienes de fortuna del aspirante. Para ser socio de Emelec había que subirse a un ring, calzarse los guantes y librar un combate a tres rounds con el rival que el Gringo Guayaquileño eligiera.

Publicidad

En el viejo Capwell –del que no queda hoy ninguna huella, sino el recuerdo– los hinchas de Emelec, que no eran muchos, recalaban en la tribuna. No surgía aún el negocio de las camisetas, pero era fácil advertir que en las graderías de general los eléctricos eran pocos. Pero un día el panorama empezó a cambiar. Emelec comenzó a crecer al punto de desplazar a Norteamérica, que iba en declive de calidad. Los que gritaban los goles del club ya no eran solo los señores de elegante indumentaria, que se sentaban casi siempre en la tribuna del lado de la avenida Quito. Allá, en los tablones de Quito, General Gómez y Pío Montúfar empezaron a levantarse los brazos entusiastas y a enrojecer las manos de los emelecistas. ¿Cómo y por qué se produjo esa metamorfosis del gusto popular? Se lo voy a contar.

El ingreso de Emelec al alma del pueblo tuvo tres responsables, todos ellos nacidos en el estadio Capwell, que el próximo miércoles estrena su traje de luces. Los dos primeros responsables fueron José Vicente Balseca y Carlos Alberto Raffo.

Raffo llegó a Quito traído por el zaguero argentino Marcelo García en el primer año del profesionalismo capitalino. Vistió la divisa del Argentina. Tenía 27 años y pesaba 127 libras, de allí el apodo Flaco. Empezó a deslumbrar por su capacidad goleadora y Emelec se fijó en él. La historia de su arribo a Guayaquil es muy conocida.

Publicidad

“Todos se sorprendían por la forma en que llegaba justo a la pelota para marcar el gol. Cuando Emelec trajinaba por hacerse grande, por rivalizar en popularidad con el adversario del barrio, de ese barrio popular y bullicioso, bohemio y deportivo, surgió la figura que los eléctricos necesitaban: Carlos Alberto Raffo, con sus goles que engendraron popularidad y victorias. Emelec no era un equipo querido, no tenía fanáticos, apenas partidarios que se arremolinaban un poco agresivos en la tribuna. Pero ello no entraba en el corazón del pueblo. Fue Carlos Alberto Raffo el que prendió la chispa”, dijo Ricardo Chacón en una nota de Diario EL UNIVERSO de 1973.

La llegada de Raffo al centro del ataque hizo que Balseca tuviera que correrse a la punta derecha lo que marcó el nacimiento del Loco, que se incorporó a Emelec en 1951 y que debutó ante Río Guayas con solo 18 años. Quienes vivieron los tiempos del viejo estadio consideran a Balseca el mejor puntero derecho de nuestro fútbol. Su calidad, inteligencia, dominio del balón e imprevisibles recursos le hicieron ganar la admiración de propios y extraños. Agregaba a estas virtudes lo de Loco, un futbolista que se divertía en la cancha y llevaba enorme alegría a la tribuna. Su duelo con Luciano Macías, en los Clásicos del Astillero, llenaba los estadios. Era una tema que se discutía antes y después de los partidos.

Publicidad

Nunca habrá otro como él. Los técnicos de hoy lo echarían del equipo por burlar las órdenes que admiran los bobos tacticistas. Está prohibido llevar alegría a las tribunas. Los futbolistas de hoy no sonríen en la cancha. Tienen el ceño fruncido, el gesto preocupado, alzan la vista solo para mirar al entrenador buscando su aprobación. Están llenos de temor y obediencia.

En 1959, cuando a veces se abrían las puertas del Capwell para uno que otro juego, apareció un chiquillo de piernas cascorvas y una mente repleta de fútbol. En un partido de juveniles debutó Jorge Pibe de Oro Bolaños, el mejor futbolista de todos los tiempos de entre los que jugaron en el país. Alberto Spencer llegó a niveles universales –donde todavía no llega ningún futbolista ecuatoriano–, pero toda su fama la obtuvo en el extranjero, jugando para Peñarol de Montevideo.

Bolaños era un 10 de oro puro, no falsificado ni de latón. Su fútbol era de inspiración, de creación. De sus botines salían fantasías como las de un prestidigitador, manejaba los ritmos del equipo, las pausas, la retención del balón y el pase asesino para que Raffo o Raymondi destrozaran las redes adversarias. Era líder, tenía temperamento. No tuvo jamás la cobardía y el irrespeto del que se tira al piso fingiendo una lesión. “El Marqués Fernando Paternoster llegó a Emelec, fundó su escuela, una de las pocas que ha tenido Guayaquil, y en ella nació Jorge Bolaños, el crack más crack del fútbol ecuatoriano. Original y único, basó su juego en el dominio de la pelota, su ahijada preferida. La que trató con dulzura, con cariño para brindar tardes de fútbol que solamente él pudo crearlas. Así fue ídolo de su hinchada y verdugo del rival” dijo de él Ricardo Chacón.

El Loco Balseca estará mañana en la II Cena del Recuerdo que ha organizado Emelec. El Flaco Raffo y el Pibe Bolaños estarán, de seguro, en alguna cena celestial mirando cómo se encienden las luces de la nueva joya de la calle San Martín. (O)

Publicidad

Balseca estará en la II Cena del Recuerdo de Emelec. Y Bolaños y Raffo, de seguro, en alguna cena celestial verán cómo se encienden las luces de la nueva joya de la calle San Martín.