El Madrid de Zidane perdió su inmortalidad. Las primeras arrugas del curso le sacaron de la Copa y de las legítimas aspiraciones al triplete. Al Celta le bastaron sus buenas prácticas del Bernabéu y su aplomo para resistir el oleaje de un Madrid con bajas como para levantar un hospital. El equipo de Zidane anduvo largo de bravura y corto de rematadores. Cayó en el centro del ruedo con la boca cerrada, muy en la tradición que ha hecho del club leyenda.

Dos minutos de juego y dos cóners lanzados. El Madrid se precipitó sobre el partido de acuerdo a su linaje. Fue una carga en toda regla, con tres defensas, uno de ellos Casemiro (la de curvas que tuvo que tomar Zidane para no poner a Coentrao, lateral izquierdo de honor en la plantilla), que a ratos se quedaron en dos, porque Ramos quiso llegar en la derecha donde no le alcanzaba a Danilo, un cordero en campo propio y un lobo en el ajeno. La Copa trae partidos así, en los que queda claro que no hay un mañana.

Hubo, en cualquier caso, más tiros que blancos. Ese Madrid a la tremenda tuvo la pelota y el coraje, pero no se explicó bien en las cercanías de Sergio Álvarez. El temporal remitió por el norte, porque no dejó testimonio de su presencia Benzema y porque a Cristiano le han encapuchado en el área.

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El francés no se vio arrastrado por la pasión del partido. La condescendencia de Zidane con él parece infinita. Ahí hubo un día un delantero de terciopelo, pero ha acabado falseando su papel. El mal de Cristiano es diferente. Anda en el tránsito de jugador para todo el campo a jugador para todo el área y no acaba de encontrar su lugar en el mundo. No aparece fuera y no decide dentro. En la misma jugada estrelló un cabezazo en el larguero y un remate en el palo. Pero su insistencia es enfermiza. Con el Madrid boca arriba acudió a su rescate a balón parado, uno de los muchos instrumentos que toca.

Lo cierto es que el Madrid, con Danilo y Asensio en la bandas, Kroos y Kovacic como infantería e Isco como blanco móvil, arrugó al Celta durante media hora pero no fue capaz de hacerle un rasguño. El estado de necesidad le bajó del estribo.

El paso de los minutos desordenó al equipo, puso en evidencia a Casemiro en su papel de central interino y le quitó el susto del cuerpo al Celta. En el cuarto de hora que condujo al descanso el Madrid jugó a la ruleta rusa. Aspas tiró un mal pase donde se aconsejaba un disparo y Casilla le sacó dos trallazos a Guidetti. El segundo rechace golpeó en el pie suicida de Danilo y acabó en la red del Madrid. Segundo autogol del brasileño en la Copa en un escenario sin críticos. No hay perdón para los malditos. El Madrid se ha topado con muchos en esa banda, de Vitor a Secretario.

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Fue el premio a la paciencia del Celta, que jugó con los ahorros del Bernabéu y con el estado de emergencia de su adversario. Primero fue ciudadela y después comando. (D)

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