“El mercado chino es una amenaza para todos los equipos del mundo”, dijo el italiano Antonio Conte, exitoso técnico del Chelsea, líder de la Premier League. Incluyó a su propio club, propiedad del poderoso empresario ruso Roman Abramovich. Pero nada es más poderoso que la próspera economía china, un universo de 1.300 millones de habitantes que recibe cientos de miles de millones de dólares anuales gracias a su temido “Made in China”. Conte lo dijo, probablemente, a raíz del pase del volante brasileño Oscar, del Chelsea al Shanghai SIPG por 61 millones de euros. No es que los 61 millones convencieran a Abramovich, sino que los 470.000 euros semanales de contrato persuadieron a Oscar. Y cuando un jugador decidió irse…

Jürgen Klopp, entrenador alemán del Liverpool, cuestionó la decisión de Oscar: “No tengo ni idea de por qué algunas personas toman este tipo de decisiones. Para mí no es una opción, teniendo en cuenta que China es una Liga en la que no interesa el aspecto competitivo. Es absurdo irse allí con 25 años. En otro momento de la carrera de un futbolista sí, pero no con 25 años”. ¿Cómo convencer de ello a un muchacho que pasará a percibir 24,4 M€…?

Pese al cuestionamiento de Jürgen Klopp, el fútbol chino sigue entregando noticias cada vez más impactantes. Ya ha dejado la etapa de ser algo exótico, es muy fuerte económicamente, tiene una legión de figuras mundiales –futbolistas y entrenadores– y busca crecer competitivamente.

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Ya no se trata de juguetes, teléfonos, computadores o automóviles; la última invasión china es en el fútbol y a partir de ahora recibiremos informaciones cada vez más sorprendentes sobre el tema.

Todo jugador de renombre con presente deportivo en duda o que aún no haya renovado contrato es pasible de ser tentado por algún club chino. Lo mismo vale para los técnicos. De momento, las máximas estrellas prefieren permanecer en los clubes europeos, que les garantizan la gloria deportiva, sin embargo, los números que ofrece la Superliga china son tan tentadores que todo podría acontecer.

Le sucedió a Carlos Tévez. Después de su periplo por Brasil, Inglaterra e Italia, con las alforjas cargadas de títulos y millones, volvió a su Boca para ser feliz y sumar más laureles. Pero una proposición le sacudió los cimientos: 84 millones de dólares por jugar dos años en el Shanghai Shenhua. Hoy, Neymar es el futbolista con mayor salario del mundo: 30 M€ (31’351.500 dólares). Tévez lo superaría (aún no firmó) con 40,2 M€. Suena todo muy alocado, pero el plan chino se está cumpliendo. Todos comenzamos a familiarizarnos con la Superliga china, el Shanghai Shenhua, su rival ciudadano el Shanghai SIPG, los nombres famosos que hacen la ruta de Marco Polo…

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Hay muchos más… Pepe, que no acordó la renovación con el Real Madrid (el zaguero quiere dos años más de contrato y el club le ofrece uno), ya fue tentado por el Hebei Fortune que dirige Manuel Pellegrini. Pepe cobra hoy 4,5 M€. El Hebei le duplicaría la ficha. El Guangzhou Evergrande prepara una oferta de 50 millones por el turco Arda Turan; 50 M€ para el Barcelona, a él otra montaña. Y Di María, ya suplente en PSG, es otro objetivo del Shanghai Shenhua. Apuntan cada vez más hacia arriba.

El presidente de China, Xi Jinping, es un apasionado del fútbol, dicen, y quiere convertir a la supernación asiática también en una potencia de la pelota. Comenzaron con la chequera a toda máquina. Xi Jinping empuja a las grandes empresas e incluso a alcaldes y gobernadores a invertir en esto. Según una excelente investigación de Alberto Cantore, Javier Saúl y Matías Baldo para La Nación de Buenos Aires, el Gobierno ordenó la construcción de más de 20.000 escuelas de fútbol en todo el territorio. El objetivo del presidente es “clasificar a otro Mundial, organizar un Mundial y ganar un Mundial”.

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El grado de popularidad del fútbol en China es alto, y buscan capitalizarlo. En 1994 se permitió por primera vez la participación de equipos pertenecientes a empresas y en 2004 nació la Superliga, mucho más exigente con los clubes, en especial obligados a tener divisiones formativas. Ahí comenzaron a llegar figuras internacionales y eso aumentó el interés de los aficionados. El torneo, que en 1997 o 98 tenía partidos a estadios virtualmente vacíos, pasó a nutrirse. En 2008 se llegó a un promedio de 20.000 espectadores, en 2015 se duplicó y en la edición 2016 alcanzó los 45.900 asistentes por juego.

En tanto, el fútbol argentino no puede vender los derechos televisivos de su campeonato local y muchos clubes dicen no poder comenzar a competir en 2017, la Superliga china cedió sus partidos a la televisión a cambio de 1.150 millones de euros anuales, una cifra 30 veces superior al convenio anterior. El crecimiento en todos los órdenes es gigantesco. Faltaría llevar a una superestrella joven –digamos un Neymar–, que logre irradiar desde el fútbol chino hacia el resto del mundo.

Mientras, otros millonarios chinos apuntan el foco hacia Europa e invierten en clubes del Viejo Continente. Uno de los últimos golpes de efecto se dio en la presentación, con toda pompa, del futuro y espectacular estadio del Atlético de Madrid, el cual se llamará Wanda Metropolitano. Si los hinchas colchoneros sintieron orgullo al ver la maqueta del nuevo coliseo (sería inaugurado a mediados de 2019), el nombre del estadio les bajó un poco el ánimo.

El grupo chino Wanda es el promotor y propietario inmobiliario más grande del mundo, así como de la mayor cadena de cines del planeta: Wanda Cinemas y Hoyts Group. Wanda es propietaria ya del 20 % del paquete accionario del Atlético.

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La selección sigue siendo el punto débil, al cual se busca fortalecer en el futuro mediante el surgimiento de talentos que están siendo formados actualmente en Europa y en el mismo país. China debería lograr una remontada épica para poder llegar al Mundial de Rusia. En la tercera ronda de la eliminatoria asiática están compitiendo dos grupos de seis equipos. Los dos primeros clasificarán directo y los dos terceros irán a un repechaje. China marcha última en el Grupo A con 2 puntos, lejos de Uzbekistán, que es el tercero con 9 unidades. Pero este es un plan de largo alcance y al momento de volcar todos los afanes y los miles de millones de dólares ya se sabía que la selección estaba lejos del objetivo. La ecuación es paciencia oriental y chequera inagotable. (O)