Tal parece que mi columna está destinada a convertirse en un obituario. ‘La segadora’ aumenta cada día su cosecha funeral en nuestro deporte. No hace sino unos pocos días que, desde Nueva York, Roberto López y Fernando Chino Freire me informaban de la gravedad y defunción de un querido amigo, Benito Benitín Valdez Zevallos, gran armador de la línea famosa del Patria, los Carasucias, que formó Alfredo Bonnard a mediados de los sesenta.

Solo había jugado índor, nunca hizo las series menores ni tuvo mentor, pero Bonnard lo vio en los encuentros callejeros de su barrio, Sucre y Boyacá, y advirtió la clase de Valdez. Lo juntó con Harry y Vicente Mawyin, William Ortega, Roberto y Edmundo Briones y el manabita Hugo Ponce y fueron furor y asombro por velocidad y finura. Al timón de esa línea de ataque estaba Benitín, talentoso y magistral. Emelec se fijó en él y lo fichó para la Copa Libertadores de 1967 en la que formó la línea de volantes con Jorge Bolaños y Galo Pulido. Benitín decidió luego de esa Copa viajar a Estados Unidos con el equipo de la Agremiación de Futbolistas y en Nueva York fue tentado por un cuadro semiprofesional italiano. Le ofrecieron sueldo y empleo.

No dudó: se quedó jugando y trabajando. Retornó hace dos años a Guayaquil para quedarse. No pudo ser. Una enfermedad traidora lo sorprendió de visita en Nueva York. Permanecerá su recuerdo de jugador ingenioso, amigo formidable, hombre sano y noble en todas sus actividades. En el Parque de Flushing Meadow lo están ya extrañando. También en Escobedo y 9 de Octubre y en Suc Boy, donde han hablado largo de él sus panas Enrique Avispa Matamoros y Douglas Mawyín.

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No habían pasado muchos días del deceso de Benitín cuando otra llamada me alertó del final en Nueva Jersey de Mario Cocada Cordero Scott, uno de los grandes deportistas que dio mi barrio de La Victoria. Allí lo vi en sus primeros pasos futboleros en los partidos callejeros en la calle de la Bomba Pichincha, jugando con Alfredo Sosa Icaza, Eduardo Buche Icaza, Pedro Leyton, el driblador Bailejo y otros cracks de la de índor. Mario pasó por el República, del fútbol federativo, hasta que Barcelona lo incluyó en sus filas. El ídolo atravesaba por un instante complicado que lo llevó en 1958 a las puertas del descenso. Lo salvó el retiro de Unión Deportiva Valdez.

En 1959, con sus principales futbolista sancionados por una huelga, pasó por otro momento de apremio. En 1960 pidió a Enrique Pajarito Cantos que volviera y puso a su lado al rubio jugador de La Victoria. Hicieron una pareja goleadora formidable que condujo a Barcelona a lograr su primera corona nacional, rubricada el 27 de noviembre de 1960 en Quito ante el España. “Cordero, el magnífico y oportuno delantero barcelonés, en dos ocasiones consecutivas, jugó admirablemente con Cantos para eludir la marcación de sus rivales y anotar dos sensacionales goles”, reseñó este Diario sobre la memorable actuación de atacante torero.

Justo el sábado anterior, día del terrible terremoto, mientras departíamos en la Ciudad Deportiva Carlos Pérez Perasso con nuestros compañeros vicentinos, llegó la noticia del fallecimiento de Vicente Maldonado Vera, un ícono del deporte porteño, del béisbol en especial, en el que fue figura como jugador, dirigente y suscitador de la juventud hacia la práctica deportiva.

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Cuando empecé a ir al béisbol, en el viejo Reed Park, el Reed Club era el mejor equipo de la ciudad. Era una hazaña llegar al campo de La Atarazana, donde hoy está el hospital Roberto Gilbert. Lo que ahora es la avenida Pedro Menéndez Gilbert era un estrecho camino de tierra. Cada auto que pasaba levantaba una nube de polvo. En 1954, mi primera temporada beisbolera, el campeón fue Oriente, comandado desde la lomita por el siempre recordado Efraín Rico.

En 1955 resurgió el poderío de Reed Club con Héctor Ballesteros y Marcos Avilés en la batería, y un infield mágico: Vicente Maldonado, José Banchón, Félix Avilés y Tomás Pincho Moreno. En los jardines estaban Carlos Cruz, Pancho Santelli y Carlos Raúl Gimeno. Ganó el torneo oficial y el National Baseball Congress con el refuerzo del panameño Chon Aguilar y el concurso emergente de Medardo Haro, Manuel León y Pancho Falquez. Repitió el doblete en 1956 y volvió a la senda grande en 1960, siempre con Maldonado en la inicial.

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Apareció como un gran pelotero en 1949 y disputó finales en el certamen federativo con el Everest, del panameño Palillo Caicedo, y el nacional Yeyo Úraga. Jugaban en el cuadro interior de los ridistas Maldonado, Walter Paladines, Enrique Echanique y el pequeñito y joven José Banchón como paracortos, antes de convertirse en el mejor segunda base, el mejor abridor y el mejor robador de bases de todos los tiempos. En 1950 deslumbró el mejor infield de la historia nacional: el que formaron en Reed Maldonado, Banchón, Echanique y Manuel León.

“Vicente Maldonado se inició en aquel cuadro de barrio de donde surgieron muchas de las grandes figuras del béisbol de la época, Tropical, junto a Carlos Raúl Gimeno. Casi todos los que jugaban en esa novena pasaron a integrar el Reed Club, incluso sus madrinas, y ganaron en todo. Se afincó en el conjunto gris y fue uno de los que en una temporada, junto con Banchón, Echanique y León, se retiraron del diamante sin un solo error”, escribió Ricardo Chacón.

Retirado de los diamantes con honores, fundó la Liga Miraflores que funcionó gracias a su entusiasmo contagiante. Transformó un erial en varias canchas bien provistas y allí llegaron millares de niños con sus padres a iniciar su aprendizaje beisbolero. Los torneos eran una fiesta cuyos fulgores parecen haberse apagado hoy. Cardenales, Fatty, Majis, equipos completos surgieron de Miraflores y mantuvieron el entusiasmo beisbolero que hoy está atenuado.

Tal vez el recuerdo que supo sembrar en tantos niños y jóvenes sea el combustible para que vuelva a caminar el béisbol que Vicente Maldonado supo engrandecer con su fildeo impecable, su bateo oportuno, su rapidez en las bases, su conducta honorable dentro y fuera de los diamantes, su pasión inextinguible, su magisterio diario en el amor a la pelota chica.

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Esta columna es mi homenaje a la memoria de mis tres amigos: Mario, mi compañero de barrio; Benitín, con quien compartí cientos de horas de charlas en Flushing y en el muy ecuatoriano restaurante de Marthita Menoscal en las calles 92 y la 37, en Queens, y Vicente, una cumbre de nuestro béisbol en su papel de jugador, dirigente e impulsador de la gran obra de la Liga Miraflores. (O)

Valdez era talentoso; jugó la Copa Libertadores por Emelec. Cordero fue figura en la obtención del primer título nacional de Barcelona. Maldonado es una figura cumbre del béisbol de Ecuador.