El 26 de enero, el dirigente paraguayo Alejandro Domínguez fue proclamado nuevo presidente de la Conmebol. Siete días después, en su primera acción notoria de gobierno, decretó una sorprendente y vergonzosa amnistía para clubes y jugadores sancionados por causas diversas. No fue un acto fallido, por el contrario fue muy pensado y con un propósito bastante evidente: beneficiar a Boca Juniors, cuyo presidente necesita un triunfo importante -una Libertadores, por ejemplo-, para validar su cuestionada figura ante las exigencias de los parciales. River viene de ganar dos títulos internacionales (en ambos eliminando a Boca) y las ansias boquenses de equipararlo parecen acuciantes.

La resolución de la Conmebol ha sido, sobre todo, triste. Después de tantos escándalos, de tanta corrupción y desvergüenza, los amantes del fútbol del continente esperábamos un cambio sustancial de actitud en esa entidad. Vemos que no se ha operado, al menos hasta ahora. Sudamérica sigue con su falta de seriedad y su destino de atraso. Domínguez acaba de declarar en una entrevista con El Mercurio, de Chile, que la Conmebol “es una entidad obsoleta” y que “no representa ni está a la altura del fútbol de Sudamérica”. Con decisiones como esta la hace más tercermundista.

Boca había sido castigado por aquel bochornosamente célebre incidente del gas pimienta. Y ya en aquel momento la sanción pareció una burla por lo blanda. Se hablaba de un año o dos sin jugar los torneos internacionales o bien de inhabilitar su estadio por el mismo lapso. Nada de eso ocurrió, apenas cuatro partidos sin público en La Bombonera, otros cuatro sin su gente de visitante y una multa de 200.000 dólares. Ahora, la reducción de penas también lo benefició: a los jugadores indultados se les quitó el 50% de sanción, a Boca el 75%. O sea, casi está bien tirar gas pimienta.

Publicidad

La amnistía se inventó con la pueril e insultante excusa de que estamos en el año del centenario de la Conmebol. El mejor homenaje a tan significativo aniversario hubiese sido parecer serios por una vez. Nada ameritaba esta “medida de gracia”. ¿Por qué bajar o directamente eliminar sanciones a clubes o individuos que transgredieron el reglamento…? La medida, que lo único que no causa es gracia, tiene un feo olor a componenda, a viveza criolla.

Lo de siempre, apenas un club es sancionado sus dirigentes empiezan a moverse, a cabildear para eliminar o aliviar la penalidad. Vale subrayar que Domínguez era miembro del Comité Ejecutivo de la Conmebol, ocho meses atrás, cuando se aplicaron las penas a Boca Juniors y a otros equipos y futbolistas. Un dirigente uruguayo del Tribunal de Disciplina -Adrián Leiza- tuvo al menos la dignidad de renunciar a su cargo, como oposición a esta oscura condonación de penas.

El beneficio le cae a Boca como un premio a su pésimo comportamiento en los torneos de verano argentinos, en los que perdió sus cuatro partidos y tuvo un récord de expulsados (de a dos y de a tres por juego). El fútbol veraniego es una lindísima tradición que en 2018 cumplirá 50 años. Allí jugaron el Vasas de Hungría, Rapid de Viena, Spartak de Moscú, Santos, Palmeiras, Peñarol, Nacional, Colo Colo, América de Cali, fuertes selecciones europeas como Polonia, Hungría, Checoslovaquia, etcétera. Casi siempre a estadio lleno. También esto se vio manchado por la intolerancia que envuelve al fútbol argentino y que ahora no fue protagonizada por barras bravas sino por los mismos futbolistas.

Publicidad

Pero si Boca y River habían entregado dos raciones incomibles de juego rústico, violento y vulgar, faltaba el postre. Lo sirvieron Estudiantes de La Plata y Gimnasia, suspendido a diez minutos del final cuando casi todos los jugadores se tomaron a trompadas y patadas. Dos defensores albirrojos cometieron faltas de cárcel contra sendos rivales de Gimnasia, lo que desató la reacción del bando agredido. Luego, lo visto por casi toda América: un grupo de profesionales agrediéndose con salvajismo. Una imagen demasiado fuerte.

La batahola no es normal, lo que no asombra por reiterado es el juego chabacano, las asperezas, el clima de guerra que impera en cada clásico, la guapeza mal entendida. (Por eso Messi no encaja en la estructura mental de millones de argentinos. Está en la antípoda de todo esto. Si no reparte patadas voladoras es pecho frío).

Publicidad

“En Rosario se fue todo de las manos”, reconoció Maxi Rodríguez, volante de Newell’s que hace dos años decidió rescindir contrato con el Liverpool para volver a su ciudad, donde el clásico con Central hace tiempo desbordó la categoría de alto riesgo. El maravilloso fútbol argentino se ha transformado en un torneo de hinchadas, las cuales pretenden tener mayor protagonismo que el juego.

Las causas son diversas. Venimos de un proceso de bestialización de la Argentina que duró doce años al que deberá ponerle fin Mauricio Macri con criterio y firmeza. Leyes hay, simplemente no se aplicaban. La expresidenta Cristina Kirchner alabó a los barrabravas diciendo que eran “muchachos apasionados”. Y su gobierno propició un nucleamiento para ellos denominado “Hinchadas Unidas Argentinas”, lo cual los revestía de un cierto manto de institucionalidad, cosa de ir a romper y robar organizadamente, “oficialmente”. Las barras fueron generando este clima bélico donde se instaló la idea de que “si perdemos, rompemos todo”. Todos se fueron contagiando, los jugadores también.

Y venimos de 35 años de Grondonismo. El hombre de la mirada punzante y acusadora, a quien todos rendían pleitesía, sobre todo los dirigentes (“Sí, Julio… No, Julio…”) jamás hizo un intento serio por eliminar la violencia, sea sancionando a clubes, sea colaborando con las fuerzas de seguridad o exigiendo al Estado ocuparse del flagelo.

Dejó que todo fluyera, que reinaran la improvisación y el desorden mientras él seguía acumulando poder. Manejó siempre las reglas en función de camisetas e intereses. Impregnó todas las cosas con su estilo personalista y chanchullero, el que aplicó en la Conmebol y que exportó a la FIFA. Fue el creador de un modelo de dirigente oscuro y providencial que no deriva, no organiza y decide absolutamente todo. Si se pinchaba la pelota en medio de un Boca-River y él se hallaba en Suiza había que llamarlo:

Publicidad

-Julio, se pinchó la pelota. Y venía la orden sacrosanta: -Cambiala. -Dice Julio que pongan otra. Así legó este cachivache llamado AFA, donde en una elección de dos candidatos votan 75 y empatan 38 a 38.

Tal vez le lleve años al fútbol argentino quitarse ese pegamento viscoso y vicioso llamado ‘Grondonismo’. (O)

En su primera acción notoria de gobierno, Alejandro Domínguez decretó una sorprendente y vergonzosa amnistía para clubes y jugadores sancionados por causas diversas.