Para ponerle más impacto a toda su rutilante trayectoria, el carismático Yogi Berra murió en la misma fecha en la que debutó en las Grandes Ligas: un 22 de septiembre. Su popularidad se levantó no solo por su habilidad y clase para jugar el béisbol como receptor, sino también por sus famosas frases que lo convirtieron en inmortal.

Su tránsito por el béisbol profesional fue brillante. Participó en la Serie Mundial catorce veces, posee la marca de más partidos jugados, y fue parte fundamental para que los Yankees ganaran diez clásicos de octubre. Sus guarismos lo ubican como uno de los jugadores más influyente de las Mayores y como símbolo de la cultura estadounidense.

Lawrence Peter Berra era su verdadero nombre. Era hijo de inmigrante italiano y había nacido en 1925 en The Hill, San Luis. Algunos decían que tenía aspecto de mono, por su contextura, y otro amigo recordó que en su infancia le decían Yogi de modo que empezaron a llamarlo con ese apodo que se hizo tan famoso que dicen que él personaje de dibujos animados Oso Yogui (con el agregado de la letra U, en español) fue inspirado en su personalidad.

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“Me llamo Yogi Berra, no sé por qué mi mamá me llamaba hijo”, decía. Sus respuestas y comentarios contenía una naturalidad especial y una brillantez cómica sin igual. Fue el receptor que hizo batería con Don Larsen cuando el lanzador ejecutó el único juego perfecto (sin hit ni carreras) de una Serie Mundial, el 8 de octubre de 1956. Cuando cayó el último out del juego, con strike cantado, Berra corrió y se tiró a los brazos del pitcher para una foto icónica que hizo historia. “El béisbol es 90 % mental, la otra mitad es física”, decía Berra. Intervino 18 veces en el Juego de las Estrellas. Fue designado en tres oportunidades como Jugador Más Valioso. Bateaba a la zurda y era difícil dominarlo.

“La mayor genialidad consiste en no decir nada cuando nada genial hay que decir”, había sentenciado en cierta oportunidad.

Jugó 18 temporadas con los Yankees y una con los Mets, entre 1949 y 1965. Fue mánager de varios equipos, entre ellos los dos de Nueva York. Entró al Salón de la Fama en 1972. El número 8 de su uniforme fue retirado y una placa con su figura se encuentra en el Templo de la Memoria del estadio del Bronx, donde tiene como compañeros a Joe di Maggio, Mickey Mantle, Whitey Ford y otros.

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“Hemos cometido muchos errores incorrectos”, dijo una vez como mánager de los Mulos antes de ser despedido luego de dirigir solo 16 juegos por el dueño George Steinbrenner, lo que lo disgustó y se alejó de los estadios. “Nadie va al estadio de los Yankees porque se lo pasa muy lleno” fue otra de sus frases antes de regresar en 1999 como invitado permanente para el juego inaugural y la ceremonia de primer lanzamiento.

Tuve la fortuna de conocerlo y saludarlo en la Serie Mundial de 2000 cuando la protagonizaron Yankees y Mets los dos equipos de la Gran Manzana (a la que se nominó el Clásico del Subway por que los fanáticos podían asistir a los estadios usando el sistema de trenes subterráneos y no necesitaron viajar a otra ciudad).

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Armó algunos líos lingüísticos, pero tenían profundidad y practicidad. Algunos eran contradictorias, pero sabios. Se han escrito libros con recopilación de sus frases célebres, comentadas en todos los niveles sociales.

La más conocida y utilizada, incluso, en la mayoría de los deportes, es aquella que dice: “El juego no se acaba hasta que se acaba”. Muy sencilla, hasta se podría decir sosa y sin sentido, pero con mucha de verdad.

Berra era muy querido. Hace algún tiempo la Universidad de Montclair, de Nueva Jersey, le entregó el título de doctor honoris causa, la misma ciudad donde el anterior jueves fue sepultado. Sus restos fueron incinerados

Lo entrevistaron cuando cumplió 85 años y apuntó en aquel entonces: “A mis 85 años estoy muy joven para estar viejo”. Ya no se lo verá más en los corredores, palcos y campos de los estadios de las Grandes Ligas, pero Yogi Berra está en la inmortalidad. “Siempre debo de ir a los funerales, porque de los contrario nadie vendrá al mío”, anticipó. (O)

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Ya no se lo verá más en los corredores, palcos y campos de los estadios de las Grandes Ligas, pero el carismático Yogi Berra está en la inmortalidad.