En el extraordinario libro Bobby Fischer se fue a la guerra ¬de autoría de David Edmonds y John Eidinow, periodistas británicos de la BBC¬ se describe “como el fenómeno más interesante” del mejor ajedrecista de todas las épocas poder “destruir la moral de sus contrincantes, les hacía sentir que estaban en las garras de una fuerza alienígena hostil para cuyos poderes no existía respuesta terrestre”.

Si alguien fue inmune a lo que Robert Byrne, gran maestro estadounidense, llamó ‘miedo a Fischer’ ¬efecto con el que supuestamente su célebre compatriota “hipnotizaba” a sus rivales hasta “minar su poderes intelectuales”¬ fue el ecuatoriano César Muñoz Vicuña, protagonista de una hazaña inolvidable al someter al genial ‘niño prodigio’ en 1960.

La victoria de Muñoz ante Fischer, en segunda ronda de la XIV Olimpiada Mundial de Leipzig (Alemania Oriental, en esa época) fue la “más grande que pudiera alcanzar el ajedrez ecuatoriano”, reseñaba Diario EL UNIVERSO el 19 de octubre de hace 55 años, 24 horas después de la formidable actuación del guayaquileño. La dimensión del “campanazo mayúsculo” que dio Muñoz “será transmitida cablegráficamente a los confines del mundo, llevará el nombre de Ecuador como en otra hora lo hicieran Los Cuatro Mosqueteros (campeones sudamericanos de natación en Lima 1938) o Pancho Segura, en tenis. En el gran país del norte debe haber caído como una bomba la noticia”, prosiguió este Diario respecto a uno de los sucesos más brillantes en la historia del deporte nacional.

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El duelo generó “angustia y expectación hasta que Fischer se levantó abandonando la partida porque estaba perdida”, narró Paul Klein, árbitro internacional y asesor técnico tricolor. “Fue una sensación indescriptible. La noticia se propagó por los dos pisos del edificio y el público se volcó sobre el tablero de Muñoz, quien tenía una defensa sólida, para analizar su juego. Críticos y reporteros se abalanzaron sobre él. Algunos preguntaban ¿dónde queda Ecuador?, ¿cuántos ajedrecistas tienen?, ¿quién les enseñó a jugar? El nombre de Ecuador fue tema toda la noche”, añadió Klein.

Para Fischer ¬quien se coronó campeón mundial en 1972¬ “las derrotas solían ir acompañadas de lágrimas” y “significaban un impacto demoledor para su autoestima”. Y en 1960 el culpable del dolor de un genio, con un coeficiente intelectual mayor al de Albert Einstein, fue el ecuatoriano Muñoz. (D)