Hay muchos temas para una columna. Alejandro Burzaco, argentino y exmandamás de TyC Sports, implicado en el asunto coimas a la Conmebol, ofrece hablar claro el 18 de septiembre cuando comparezca ante la justicia neoyorquina y revelar los nombres de los dirigentes que recibieron millones de dólares por debajo de la mesa cuando negociaron los derechos de televisión de la Copa América.

En nuestro país se agita el ambiente con la reunión de los clubes que quieren resucitar la idea de la Liga Profesional que ellos mismos mataron hace un año por la presión de quien ofreció en un audio “enterrar” la iniciativa. El ‘sepulturero’ no está en condiciones de esgrimir ningún arma, pues ahora debe defenderse a sí mismo ante la avalancha que amenaza enterrarlo a él.

Lo confieso: no tengo ánimo de referirme a esos temas. Una impiadosa cosecha de muerte me oprime el espíritu. He visto desaparecer en esta semana que termina a varios amigos queridos. La muerte de cada uno de ellos nos anticipa la propia a estas alturas de la existencia. Y recordé una charla de hace muchos años con don Edmundo Valdez Murillo, quien me contaba: “Desde que cumplí 80 años tengo siempre en mi clóset, bien planchado y listo mi terno negro. Abro el diario y encuentro el aviso fúnebre de algún amigo fallecido. Me pongo mi terno y voy al sepelio. Así, hasta que el aviso sea el mío y ya no deba colgar el terno”.

Publicidad

Otón Chávez me llamó el lunes anterior para darme una noticia muy dolorosa: en Estados Unidos murió Jaime Muñoz Campuzano, distinguido como deportista, educador y dirigente. La confirmó luego Julio Ramírez, expresidente de Fedenador. Fueron muchas las cosas que compartimos con Jaime en las selecciones del Vicente Rocafuerte, en el Comité Olímpico Ecuatoriano durante la presidencia de Sabino Hernández Martínez, en los Juegos Nacionales e internacionales –como los Bolivarianos de 1977 y 1985, y los Panamericanos de 1991–.

Jaime fue un brillante deportista. Empezó en el Vicente Rocafuerte y ya era campeón en 1955 cuando me inicié como nadador. Llegó a ser estrella de Guayas en una era de grandes microtenistas como Alfredo García Yánez, Ricardo Cabrera, Luis Coco Rodríguez, Carlos Álvarez, Gerardo Briceño, Hugo Pacheco, René Alarcón, Carlos Campuzano y Pedro Arzube, tal como lo cita Alfredo García en su libro Historia del Tenis de Mesa Ecuatoriano. Guayas aportó –dice García– a la selección ecuatoriana un grupo de brillantes exponentes al que se denominó Los Cuatro Mosqueteros del Microtenis: Ricardo Cabrera, Jaime Muñoz, Luis Rodríguez y Gerardo Briceño.

Muñoz fue protagonista, junto a los Mosqueteros, de una epopeya muy difícil de igualar. Ese dirigente inolvidable, ideador y ejecutor de proyectos que todos consideraban imposibles de realizar, Luis Fernando Delgado Cepeda, hizo conocer en 1961 a los jugadores su propósito de llevarlos al Mundial de Pekín. Nadie creía factible algo tan desmesurado. “Las letras del viaje las firmaron y las pagaron nuestros padres, hasta que nosotros pudimos trabajar y hacernos cargo de la deuda. Recuerdo que uno de los pocos que trabajaba era Coco Rodríguez en la Empresa Eléctrica del Ecuador, entidad manejada por americanos. Le negaron el permiso a Coco por el ‘pecado’ de ir a un país comunista. El renunció y viajó”, le contó Jaime al Patito García. Viajaron los microtenistas hasta México en avión. Luego tomaron un bus a Los Angeles por 52 horas.

Publicidad

De allí fueron a Tokio y Hong Kong en avión, a Cantón en tren y en un avión especial a Pekín. Lo que vamos a contar no nos extraña a quienes conocimos y viajamos con Delgado. Según Jaime, la gira la emprendieron con un pasaporte colectivo en el que estaban las fotos de los cuatro microtenistas y Luis Fernando, quien no apareció en el aeropuerto a la hora de partir. Nuestros seleccionados decidieron ir sin su dirigente y propulsor del viaje, con el temor de viajar solos a un país tan lejano. Cuando tomaron el tren a Hong Kong, alguien abrió el vagón con una sonrisa y sus brazos abiertos: era Luis Fernando. Nadie sabe hasta hoy cómo llegó tan lejos sin pasaporte. Cosas de Delgado Cepeda, de quien podría escribirse un libro de aventuras.

Muñoz Campuzano fue presidente del Comité de Tenis de Mesa de Fedeguayas de la Federación Ecuatoriana. De allí pasó a la presidencia de la Confederación Sudamericana y a la vicepresidencia de la Federación Internacional de Tenis de Mesa, donde dejó la huella imborrable de su talento directivo. Fue secretario del COE en dos periodos y director nacional de Dinader en 1979. Fue impulsor de una vasta obra de infraestructura deportiva en el país; presidió el Comité Organizador del Mundial de Natación en 1982 e impulsó, el mismo año, los mundiales de billar y taekwondo.

Publicidad

Era un hombre de grandes ejecutorias en cuanto a organización deportiva y el país entero tuvo y tendrá siempre una gran deuda con él. Su muerte enluta al deporte guayaquileño y nacional y al mundo del tenis de mesa.

Cuando recordaba los momentos deportivos vividos con Jaime, un mensaje en el correo electrónico me avisó del deceso en Milagro de Amada de Viteri, esposa de Julio Viteri Mosquera, ambos unidos a mí por una amistad entrañable desde los años juveniles. Hablaba con Julio cuando sonó el celular para producir otro dolor de muerte: había dejado de existir mi más antiguo amigo, el ingeniero Lizardo Morales Beltrán.

Caminé con él, desde la infancia en nuestro barrio de La Victoria, todos los trechos de la existencia. Estábamos unidos por esa entraña barrial que ya no existe y que nos hizo hermanos. Jugamos todos los juegos callejeros, emprendimos todas las aventuras por el cerro Santa Ana para coger ciruelas, y más allá de la Cervecería para llevar balsa al barrio y elaborar barcos que navegaban en la lluvia y las boyas con las que aprendimos a nadar en El Salado. Lizardo era el mejor jugador de pelota de trapo de nuestra generación y nuestro crédito en los duelos con la gallada de la Bomba Pichincha, capitaneada por otro crack: Killo Merchán. Puede parecer inverosímil, pero mientras viajaba al funeral de Lizardo Morales y leía el Diario me sorprendió un aviso fúnebre: a la misma hora sepultaban a Antonio Navas Santos, querido compañero de la esquina barrial de Pedro Moncayo y Aguirre, con quien compartí la carrera universitaria.

Tras esa vorágine fúnebre con que hemos sido castigados los amigos de Jaime, Amadita, Lizardo y Antuco resulta una frivolidad hablar de fútbol. Que Dios los haya acogido a su diestra y les dé la paz eterna. (O)

Publicidad

Jaime Muñoz Campuzano fue un brillante microtenista y un hombre de grandes ejecutorias en cuanto a organización deportiva.